lunes, 26 de junio de 2017

Fragmentos de terror... PESO EXTRA


No todos llevan recuerdos y cosas personales en su equipaje...

PESO EXTRA 


La nueva modalidad no me agradaba para nada, al igual que las aerolíneas, ahora querían cobrar por todo y, a su vez, los viajes en barco se habían convertido en un trasportador de mercancías. Antes solo estaba permitido el equipaje personal de cada pasajero y una maleta extra que era resguardada en el cuarto de equipaje. Ahí los pasajeros llevaban todo lo que no fueran a necesitar durante el viaje. Una vez cerrado ese cuarto, no podían entrar los pasajeros, solo nosotros hacíamos rondines de vigilancia. Pero con la nueva modalidad, la gente ya podía llevar más equipaje. Todos esos extras eran también almacenados en uno de los gabinetes subterráneos del barco, el más alejado y húmedo se había asignado para este propósito. Convirtiendo el barco en un cuchitril de mercancías: Alimentos, herramientas y hasta animales en jaulas.

  El día anterior, recuerdo a un tal señor Anderson que llevaba una caja de madera muy bien sellada y terriblemente pesada. ¡Cincuenta kilos! A pesar de que su cuota de peso extra se elevó mucho, el señor Anderson lo pagó sin ningún problema. Mencionó algo de que eran lingotes de hierro, y debido a las leyes marítimas de la región, se nos tenía prohibido revisar la mercancía. 







  Todo transcurrió normal ese primer día, y hoy como parte de mi trabajo, me tocó hacer los rondines de vigilancia en esa zona. Ya había hecho dos recorridos, todo estaba tranquilo, solo unas gallinas en un corral apestaban el cuarto y a pesar de que dormitaban, de vez en cuando cacareaban. El cuarto de equipaje, estaba semivacío en este viaje.

  Cerré la puerta y me senté afuera en una silla que teníamos entre ese cuarto y el del almacén de utensilios de limpieza. Había sido un día difícil y el capitán nos permitía sentarnos un rato después de los rondines. Mi sentada me hizo quedarme dormido, sabiendo que podía ser descubierto, pero era algo que hacíamos todos los que nos tocaba vigilar las zonas del barco.

  Un golpe seco me despertó, por un momento pensé que había sido el capitán, que furioso, me estaría viendo desde la esquina; pero no había nadie en el pasillo ni en el inicio de las escaleras que llevaban a la cubierta. Tampoco podían haber sido mis sueños, no recordaba estar soñando nada.

  El golpe se repitió. Era como si alguien golpeara algo. Mi todavía somnoliento consiente no me permitió identificar de cuál de los dos cuartos provenía.

  Opté por revisar primero el cuarto de los utensilios de limpieza, abrí la puerta y prendí la bombilla. Todo parecía normal, salvo una escoba que estaba a punto de caer, algo adentro la había movido, no se podía haber caído sola ni con el movimiento del barco.

  Nervioso, di dos pasos tratando de enfocar todo lo que estaba a mi alrededor. Algo se movió entre un par de cubetas, haciéndolas zarandearse.

  Sujeté el palo de escoba y con el mismo cuidado que si estuviese ante el peligro de una víbora (cosa que ya nos había pasado), acerqué la punta del palo hacia las cubetas.

  Y algo me brincó.

  Espantado, me hice para atrás y trastabillé perdiendo el equilibrio, al caer, lo único que se me ocurrió fue protegerme el rostro. Oí un maullido cerca de mí.

  Abrí los ojos y respiré profundamente, esperando lo peor.

  — Plutón —le dije al gato del capitán—. Me has metido un susto de muerte.

  El capitán pasaba la mayor parte del tiempo en el mar, por lo que su gato vivía en el barco, debía de haber estado en el cuarto durmiendo y alguien lo dejó encerrado sin fijarse.

  Plutón maulló y se restregó en mi pierna. Lo acaricié.

  Otro golpe se oyó. Era como el que me había despertado. Plutón se erizó y colérico comenzó a maullar hacia la pared.

  — Entonces no has sido tú el de los ruidos —le dije viendo hacia el cuarto del equipaje.

  Me reincorporé y pensé en dejar al gato ahí un rato, pero el felino fue más rápido y salió situándose a lado del cuarto de equipaje.

  El golpe se repitió. No cabía duda que de ahí provenía el ruido.

Debían de ser esas gallinas que estaban haciendo su alboroto, eran como mujeres juntas: un peligro para los hombres y para los oídos.

  Despreocupado abrí la puerta y Plutón fue el primero en entrar.

  — Oye espera no…—le dije pero ya estaba adentro maullando enojado —. No se te ocurra acercarte a las gallinas.

  Abrí más la puerta y pensando en que no debía de haber dejado que Plutón entrará, fui a por él.

  El gato chilló tras el sonido como de un perro salvaje.

  — ¿Plutón, estas ahí?

  Se oyó de nuevo el sonido de un perro, parecía estar furioso. El problema es que no había perros aquí adentro.

  Algo salió volando hacia mí, de momento pensé que era un almohadón, por lo peludo, pero enseguida lo reconocí: era Plutón, muerto y lleno de sangre. Lo giré un poco con mi pie y vi que le habían arrancado la cabeza.

  — Plutón… —balbuceé—. ¿Quién te ha hecho esto?

  Comencé a tararear el sonido para llamar a los perros.

  — Amigo, ¿todo está bien? —le dije acercándome hacia los equipajes.

  Busque algo con que protegerme, pero solo había cajas y bultos pesados.

  — Lindo perrito… lindo perrito… ven.

  Entonces lo ubiqué. De la caja del señor Anderson, que era muy reconocible por su color, estaba afuera una persona, parecía un hombre, aunque su aspecto primitivo me hacía dudarlo. Había roto los costados de su prisión y ahora estaba ahí, viéndome fijamente. Su cara estaba llena de sangre, y entre sus manos sostenía la cabeza de Plutón, un nervio del gato colgaba todavía de su boca como un espagueti largo que queda aún estirado entre la boca del comensal y el plato.

  El ser soltó la cabeza, dispuesto a ir tras de mí.

  Di la media vuelta y corrí lo más que mis piernas temblorosas me permitían, cosa que no fue mucho, pues enseguida sentí un empellón en mi espalda. Caí y logré darme la media vuelta para ver que tenía al ser sobre mí. Era más pequeño que un hombre, tenía unos largos colmillos y sus manos eran dos garras filosas.

  No sé cómo lo hice, pero mi instinto de supervivencia me hizo con un brazo lanzarle un golpe con la primera maleta que alcanzó mi brazo; eso fue lo suficiente para poderme desafanar de aquella cosa y terminar de empujarlo con una patada.

  Corrí hacia afuera y cometí el error de no cerrar la puerta. Despavorido subí las escaleras sintiendo como ese ser me alcanzaba, corría como un animal en cuatro patas. No hubiera tardado en alcanzarme, pero para mí fortuna (y desdicha de aquel hombre), un compañero mío iba pasando y el pequeño ser se le lanzó. Oí que el marinero gritaba pidiéndome ayuda, pero no tuve valor para detenerme.

  Llegué hasta el puente de mando y dije irrumpiendo:

  — Escuche capitán. En la caja del señor Anderson había un pequeño hombre salvaje que ha matado a su gato y está atacando al marinero Esparza.

  El capitán se quedó serio un momento junto con los hombres que lo acompañaban, después, soltó una carcajada propia de un hombre navegante.

  — A ver, marinero —me dijo—. ¿Se ha embriagado usted con el pulque que trajimos de las costas de Guerrero?

  — Capitán —mi voz era cortada y sentí que me desmayaba—, ahora Esparza debe de estar muerto mientras usted duda de mí.

  Un hombre entró en el puente de mando, estaba más blanco que yo.

  — Capitán —dijo—, venga a la sala principal, hay una emergencia y traiga su rifle.

  Corrimos hacia la sala. Cuando entramos vi al ser que corría tras los pasajeros, se veían varias personas en el suelo malheridos. Señalé al ser y el capitán sin dudarlo le apuntó con su rifle. Siempre había tenido una puntería privilegiada y al primer balazo, el ser lanzó un alarido. Dejó de atacar a su víctima (una señora de edad avanzada que ya había mordido de una pierna) y, contrario a lo que hubiéramos creído, no arremetió contra nosotros, por el contrario, salió de la sala hacia la cubierta.

  El capitán dejo a la mayoría de sus hombres para que atendieran a los tripulantes heridos. A mí y a dos hombres nos indicó para que lo siguiéramos. Fuimos a buscar al ser y no nos tardamos mucho en hallarlo, estaba sobre uno de los mástiles. Emitía sonidos salvajes como si estuviera anunciando su llegada.

  El capitán afianzó de nuevo su rifle para dar un segundo balazo que esta vez sí sería fulminante, pero uno de mis compañeros, le dijo:

  — Capitán, espere. Miré —le señaló hacia las orillas del barco.

  Por toda la periferia del barco, estaban trepando seres iguales al del equipaje, subían como si de piratas invasores se tratase. Todos eran iguales y debido a la magnitud del barco debían de ser decenas.

  — ¿Y el señor Anderson? —bramó el capitán apuntando hacia el primer ser que había subido a cubierta, le disparó un certero tiro que proyectó al ser hacia el mar nuevamente—. Traedme al señor Anderson.

  — El señor Anderson se ha bajado antes de que zarpáramos —dijo uno de los hombres.

  El capitán palideció y apuntó hacia un nuevo ser que se lanzaba hacia nosotros.

  En vano nos atrincheramos hacia la cabina, los seres habían entrado a la sala principal y podíamos oír los gritos de los pasajeros. El capitán se había acabado sus balas y no tardaron en atacarnos los hombrecitos. Y todo por llevar un peso extra en la embarcación.


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