EL SUICIDA
Pedro estuvo dando vueltas y vueltas toda la noche, en los
breves momentos en que los empezaba a dormir, la imagen del video se le metía
en el sueño como un ladrón en una casa, y lo hacía despertar sobresaltado y
empapado en sudor.
No sabía porque coño tenía que haber visto ese maldito video
compartido en las redes. Si bien se la pasaba toda la tarde en Internet —después
de hacer la tarea, ayudar en la casa e ir a perder el tiempo ligando chicas en
el gimnasio—, y veía cada día decenas de memes y babosadas; nada lo había
sorprendido tanto como ese video, tanto que lo había visto más diez veces. Sabía
que debía ser algo editado como toda la mierda de la red, pero lo que lo tenía
en ascuas era el parecido del sujeto del video con su vecino.
En el video se podía apreciar a un hombre maduro, delgado y
de ojos rasgados. El sujeto se ponía a llorar varios segundos (una actuación
que para Pedro parecía real) y después decía casi balbuceando y con la voz
entrecortada por las lágrimas: “Lo siento, lo siento, perdónenme”. En seguida
tomaba un revolver y llevándoselo a la boca se daba un balazo. Su cabeza
quedaba caída al frente alcanzándose a ver solo el hoyo que había dejado la
bala calibre 28; mientras la pared quedaba escurrida de sangre.