EL SUICIDA
Pedro estuvo dando vueltas y vueltas toda la noche, en los
breves momentos en que los empezaba a dormir, la imagen del video se le metía
en el sueño como un ladrón en una casa, y lo hacía despertar sobresaltado y
empapado en sudor.
No sabía porque coño tenía que haber visto ese maldito video
compartido en las redes. Si bien se la pasaba toda la tarde en Internet —después
de hacer la tarea, ayudar en la casa e ir a perder el tiempo ligando chicas en
el gimnasio—, y veía cada día decenas de memes y babosadas; nada lo había
sorprendido tanto como ese video, tanto que lo había visto más diez veces. Sabía
que debía ser algo editado como toda la mierda de la red, pero lo que lo tenía
en ascuas era el parecido del sujeto del video con su vecino.
En el video se podía apreciar a un hombre maduro, delgado y
de ojos rasgados. El sujeto se ponía a llorar varios segundos (una actuación
que para Pedro parecía real) y después decía casi balbuceando y con la voz
entrecortada por las lágrimas: “Lo siento, lo siento, perdónenme”. En seguida
tomaba un revolver y llevándoselo a la boca se daba un balazo. Su cabeza
quedaba caída al frente alcanzándose a ver solo el hoyo que había dejado la
bala calibre 28; mientras la pared quedaba escurrida de sangre.
En los
comentarios añadidos al video, se mencionaba que se viera el video completo
hasta que se cortara, por lo que Pedro lo siguió viendo hasta el final. Después
se seguía viendo la sangre escurriendo por la pared y el borde la cabeza
baleada del hombre algunos segundos. Y como en todos los videos de este tipo,
por sorpresa, el hombre se levantó con unos ojos brillosos viendo a la cámara y
tras un ruido salvaje, desapareció de la visión del video.
Pedro ya había oído hablar de los videos snuff que presentaban a homicidios,
suicidios y torturas reales en el mercado negro del cibermundo. Pero este no
era el caso, el jodido tipo no se hubiera levantado tras el plomazo, nadie
sobreviviría a eso. Y a pesar de eso, el video era tan crudo y brutal, que eso
lo hizo repetirlo tantas veces y no poder dormir en toda la noche. Entre vuelta
y vuelta, pesadilla y pesadilla en la cama, decidió que al día siguiente que no
tenía clases, iría a buscar al viejo vecino.
En la mañana se apresuró a desayunar y con el pretexto de ir
a gimnasio se fue hacia la colina, en donde vivía el hombre. Lo ubicaba muy
bien pues era un chacharero que vendía fierros viejos y baratijas. Cuando llegó
a la casa del hombre, un moño negro estaba en la puerta. Tocó varias veces pero
nadie abrió.
Un vecino que estaba con la puerta de su casa entreabierta y
estaba mirándolo desde que había llegado, le preguntó:
— ¿A quién buscas, muchacho?
Pedro dudó en que contestar, no sabía ni el nombre del
hombre, solo con su dedo señalo hacia la casa sin saber que más hacer.
—
El señor Gumaro tiene una semana que se murió —agregó
el hombre persignándose—. Bueno más bien… se mató.
—
¿Se suicidó? No es posible.
—
Me imagino que tú eres de la colonia de abajo, ¿verdad?
—preguntó el hombre y esperó a que Pedro
le confirmara, después emitió una sonrisa amarga y le dijo—: No puedo creer que
no hayas visto el video. Gumaro grabó su suicidio y quien sabe cómo, el video
ahora está en los celulares de todo el mundo. Hasta mi hija lo tiene.
Pedro se sintió mareado, no era
posible que ese video fuera de aquel hombre y, menos aún, que se levantara
después y…
—
¿Pero el señor está muerto?
El hombre soltó una carcajada y
miró incrédulo al joven.
—
Si serás chaquetero. Si se mató, ¿cómo puta
madre no va a estar muerto? —El hombre se volvió a reír, pero al ver la cara
seria y pálida del chico, se calló. Se asomó hacia su casa y le gritó a
alguien. Una adolescente salió y tras intercambiar unas palabras con el sujeto,
le extendió su celular a Pedro.
Con ansiedad el chico lo vio. Era
el mismo video pero aquí el suicida al final no se levantaba, tan solo se
cortaba la grabación.
—
¿Está completo el video? —les preguntó regresándoles
el celular—. ¿No hay más grabación?
—
¿Qué más debía de haber? —dijo el hombre riéndose—.
Después de tremendo hoyo en la jeta. Pedro se retiró y se fue al gimnasio
para platicar con sus amigos. Al parecer el video se había vuelto tan viral que
la mayoría lo habían visto, inclusive pudo verlo en un par de celulares. El
suicida tampoco se levantaba después del balazo.
Regresó a su casa y después de la
comida obligada de su mamá, se encerró en su cuarto a buscar el video. Lo puso
una primera vez y se admiró al ver que el vecino tampoco se levantaba después
de muerto.
¿ Entonces todo ha sido mi imaginación?
Probó una segunda reproducción y
hubo un ligero cambio: después de unos segundos que el suicida quedaba con la
cara caída al frente, su cabeza vibraba un poco, como si quisiera levantarse.
Pedro se levantó de su silla y
fue a tomar un poco de agua, miró a través de la ventana el cerro por donde
había vivido el señor Gumaro. ¿Qué le había llevado a quitarse la vida y, peor aún,
a grabar ese momento?
Regresó a su computadora y puso
de nuevo el video. Esta vez el hombre tras unos segundos se levantó y se le
quedó viendo a la cámara. Pedro se quedó helado, sentía como si lo estuviera
viendo directo a él, deseaba mover su mouse para cerrar la ventana, pero estaba
petrificado. El video se cortó solo.
—
Haber Pedrito, haber Pedrito —se dijo en voz
alta una vez que pudo recuperar el habla y el movimiento—. Esto no está
pasando, seguramente es una broma editada. Sí, eso es. —Sonrió y se sentó de
nuevo preparando el cursor para activarlo de nuevo—. Mandan esto viral y
encadenado para que algún hijo de puta, como yo, caiga y se cague del miedo.
Pero esto no será conmigo.
Le dio play.
El hombre se suicidaba y tras
unos segundos quieto, se levantaba como en la primera vez que lo había visto.
El video no se cortaba ahí, seguía corriendo.
—
Muy bien, ¿ahora qué?
De repente el suicida apareció
frente a la cámara. Pedro brincó.
—
Esa fue muy buena —le dijo Pedro al monitor—.
Ahora dime editor viral: ¿Qué más tienes para espantarme?
El hombre suicida se quedaba quieto
viendo a la cámara. Su rostro era igual que el de su vecino, no había duda de
que era el mismo. Sus ojos tenían un brillo animal, eran de un rojo enfermizo y
posesivo.
—
Pedro —dijo el suicida en el video, con voz
hueca y cavernosa—. Pedro.
El chico apagó el video.
—
Esto ha ido demasiado lejos. Y voy a parar esta
broma ahora mismo.
Mandó el video a su celular. Se
puso una chamarra y percatándose de que su mamá estuviera tomando su siesta de
la tarde-noche, se fue al cerro.
Llegó hasta la casa del suicida,
la puerta seguía cerrada y solo estaba el moño negro colgado, pensó en tocar
pero todo se veía oscuro en el interior. En cambio en la casa del vecino si
había luces. Se acercó y notó que la puerta estaba entreabierta. Tocó con
fuerza mientras gritaba: “Buenas noches”. Lo hizo varias veces, pero nadie
salió, ni siquiera en las casas contiguas se asomaban o mostraban señales de
vida. Pedro empujó un poco la puerta y entró al patio.
—
Perdón, señor, soy el joven de la mañana. ¿No sé
si me recuerda? Deseaba preguntarle algo de su vecino que se mató.
Solo silencio. Pedro avanzó un
poco más al interior, pegada a la puerta de entrada estaba una casa de perro,
se alcanzaba a ver al animal que estaba echado con la cola hacia afuera. Debía de
estar dormido. Pedro pensó en salir pitando de ahí pues les tenía pavor a los perros,
pero algo que vio debajo del animal lo detuvo, se acercó con sigilo. Era un
charco de sangre que lo cubría.
¿Qué te ha pasado?, pensó tocándolo con reservas, no se movió; en
definitiva, estaba muerto.
La puerta de entrada a la casa
también estaba abierta, se acercó a ella y tocó con fuerza.
—
Señor, escúcheme. A su perro le ha pasado algo.
Solo silencio.
Pedro asomó su nariz al interior.
De espaldas, sentados en un sillón, estaban tres personas frente al televisor
apagado. Reconoció la cabeza del hombre con el que había platicado, la de alado
debía de ser la de su hija.
Menuda estupidez. ¿Qué estoy haciendo aquí?, pensó, han de estar durmiendo y cuando despierten creerán
que yo he matado a su perro.
Se dio la vuelta dispuesto a
largarse de ahí cuando un gemido lo detuvo, era como si alguien con la boca
cerrada tratara de hablar y pedirle ayuda. No parecía provenir de las personas
sentadas del sillón. Debía de despertarlos, algo raro pasaba ahí.
—
¿Están bien?
Se acercó al sillón rodeándolo.
El hombre con el que había hablado, su hija y un muchacho estaban abrazados el
uno al otro, con sus cuerpos ensangrentados y sus vientres entre comidos. Pedro
estuvo a punto de vomitar cuando el gemido apareció de nuevo. Venia de uno de
los cuartos.
—
¿Quién está ahí?
Avanzó al cuarto y vio a una
mujer que estaba acostada sobre la cama con los ojos bien abiertos y viéndolo a
él, tenía la boca abierta e intentaba decirle algo, pero no se le veía lengua,
solo emitía los sonidos de un mudo.
Sobre el regazo de la mujer,
estaba un hombre comiéndole y succionándole el vientre. El sujeto volteó hacia
Pedro —que estaba inmóvil del miedo—, era el vecino suicida con los mismos ojos
rojos enfermizos, su boca estaba llena de sangre y restos de vísceras. Dejó
aquel festín de entrañas para acercarse a Pedro, y con la misma voz cavernosa
del video le dijo:
—
Pedro, sabía que vendrías.
Y se le aventó.
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