lunes, 20 de marzo de 2017

Fragmentos de terror... SCOPAESTHESIA


Todos hemos sentido que alguien nos mira por detrás, solo basta voltear y ver si es humana esa mirada que hemos percibido...



SCOPAESTHESIA

1
         —      Scopaesthesia —dijo Martín empujándose sus lentes hacia arriba—. Eso es lo que                tienes.
         —      Esco… ¿qué? —balbuceó Leonora frunciendo el ceño.
         —      Scopaesthesia —repitió de mala gana, como un profesor cansado de la lentitud de   sus alumnos—. Viene del griego skopein que es mirar, y aesthesis que es sensación. —Le extendió un libro científico del tamaño de una enciclopedia a Leonora, esta no lo quiso ni tomar, solo le sonrió e hizo un par de pestañeos coquetos a Martín, este viendo lo inútil que era hacer que leyera la chica, agregó—: Es definido como la habilidad de sentir la mirada. Es esa sensación rara que se siente en la nuca cuando sabes que alguien está detrás de ti, mirándote.
         Leonora se quedó un rato pensativa viendo el libro, y como por arte de magia lo abrió en una página, encontró solo texto y más texto; estaba a punto de dejarlo cuando su interlocutor le dijo: “pagina 416”. La chica rebuscó hasta encontrarla. Además de texto, había unas letras negras en título que decían: “La Scopaesthesia, investigación científica y paranormal”. Pasó a la siguiente página y encontró un par de dibujos de una mujer sentada frente a una pared con los ojos vendados, atrás de ella había tres puertas abiertas.
        —  Estos son los tipos de experimentos con los que se han llegado a conclusiones seudocientíficas —dijo Martín señalando el dibujo—. A estas personas se les pone determinado tiempo con los ojos cerrados, tienen que percibir en cuál de las puertas que tienen atrás, hay alguien mirándolos. Y cada x tiempo salen personas de manera aleatoria y el sujeto experimental debe apretar alguno de los focos de donde creyó percibir la mirada. También tienen la opción de no apretar nada cuando no sientan ninguna mirada.









         —     ¿Y qué resultados ha habido?
         —      ¡Uf! —exclamó Martín dándole vuelta a la página, le mostró unas tablas y gráficos—. Hay entre un 70 y 90 % de éxito entre la gente con el don desarrollado, contrario a solo el 30% de éxito en las personas comunes. Existe un caso particular de una mujer llamada Marina, la cual tuvo el 100% de éxitos durante casi cinco años.
Leonora pareció inquietarse, empezó a hojear el libro buscando más ilustraciones, solo había tablas y muchas letras.
         —      ¿Y quieres que yo haga esos experimentos?
         —      Así es, mediremos tu nivel de Scopaesthesia extrasensorial en un cuarto especial.
La chica encendió un cigarrillo que le habían puesto en la mesa, encendió un pitillo y le dio una bocanada lenta sabiendo que eso le calmaría un poco los nervios.
         —      Ya hay demasiados estudios de origen científico —prosiguió Martín— Ahora vamos a estudiar seudociencia. Irás a un cuarto especial de un lugar especial —le extendió una foto de una casa—. La casa de Santa Elena, una casa embrujada de Zacatecas. Según los psíquicos en este lugar existen por lo menos una docena de fantasmas. ¡Si! —enfatizó Martín viendo la incredulidad de Leonora y sus aros de humo que desprendía de su boca—. Hay una docena de fantasmas en esta casa y un cuarto donde se presenta más actividad paranormal. Tenemos ya instalado todo el equipo necesario para hacer el experimento. Solo faltas tú.
          Leonora le dio otra bocanada a su cigarro mientras veía la foto de la casa.
         —      ¿Y a cambio de qué?
         —      La mitad de tu condena, es lo más que hemos podido negociar con el juez. Y eso porque es un jodido obsesivo de estos temas; si no, ni una maldita galleta rancia te podríamos dar. —Sonrió sin ánimos—. Al fin y al cabo, ya no quedan familiares del tipo que mataste, ni gente que reclame tu rebaja de condena.
         —      Me parece muy poco para ir y meter mi culo en ese sitio embrujado.
         —      Tu sabes que esto no es legal, Leonora. Si alguien se entera de esto; yo, el juez, el director del penal y una decena más de tipos, pasaríamos un buen tiempo en la cárcel. —Le quitó el cigarrillo a la chica y lo apagó en el cenicero—. No pidas más, ojos sexis.
Leonora miró con desenfado el resto del humo que subía. Emitió una vez más su mirada cautivadora y sonriendo dijo:
        —      ¿Y cuando empiezo?
         
      

     2     
     La casa de Santa Elena era uno de los sitios más populares de Zacatecas. Antes era un     sitio turístico que recibía a cientos de turistas que escuchaban las historias que los guías     les contaban. Pero por veto municipal, estaba prohibida la entrada a la casa desde hace     varios años, todas las visitas turísticas ahora eran por fuera.
         Leonora sintió un escalofrío en cuanto la patrulla que la llevaba dobló en la esquina dela calle que conducía a la casa. Llegaron y se tardó un poco en salir del vehículo. No iba esposada, no querían que la gente se diera cuenta de que una reclusa iba a entrar a ese sitio vetado, pero los policías iban lo bastante atentos para evitar que se escapara. Martín iba con ella y en el camino se encargó de contarle la historia, Leonora se le quedó viendo a la fachada mientras recordaba su historia…
        Era una casa antigua, que databa del siglo antepasado, ahí vivía una religiosa llamada Santa Elena, era una mujer muy devota que tenía en su hogar a un grupo de gente de la calle en rehabilitación. Cierto día, un grupo de bandidos que eran muy populares en la zona, se metieron a la casa. Ese día estaban tomados y además de asaltar, abusaron de Santa Elena y otras tres mujeres del albergue. Al resto de los hombres los habían amagado y amordazado. Al final de las violaciones y temiendo que la religiosa los delatara y los encarcelaran, asesinaron a toda la gente que vivía ahí. Esa fue la causa suficiente para que la gente repudiara más a la banda, al grado de que lograron atrapar a un par de ellos y los llevaron a esa casa, donde fueron linchados. La policía cerró el caso y tras un tiempo subastó la casa. Más de cinco veces fue vendida y abandonada casi al instante, después vinieron las limpias de los sacerdotes y los médiums. Todo esto no sirvió de gran cosa y después se reabrió la casa con fines turísticos. Después de varios accidentes y evidencias psíquicas, terminaron por que el presidente municipal prohibiera las visitas…
         Leonora salió del coche y entró escoltada por los policías. Martin iba a su lado tratando de analizar la psique de la chica y sus reacciones.
         El interior de la casa era frio y húmedo, la falta de muebles y el escaso mantenimiento (de una que otra señora aventurada que la limpiaba de manera rápida dos veces por la mañana y con un policía esperándola en la entrada), la tenían en ese estado. Uno de los cuartos había sido acondicionado con monitores, grabadoras y el equipo necesario para el experimento. Ese lugar de la casa tenía la peculiaridad de contar con tres puertas, dos de ellas conducían a otros cuartos y el otro al pasillo de la sala.
         Martín le explicó toda la instalación y lo que tenía que hacer. Estaría toda la madrugada tratando de captar las miradas. Le dieron una cajetilla de cigarros, café y pan para que aguantara la desvelada.
       Le iban a tapar los ojos y los oídos, con eso estaban seguros que se intensificaría su sentido de percepción; lo que no sabía ella, era que Martín no confiaba en las doce presencias fantasmales, y tenían a un grupo de tres personas que estarían haciendo el papel de entrar en alguna puerta y mirarla. Lo que Martín quería era comprobar si Leonora no solo era capaz de sentir las miradas de las personas, sino, si era capaz de percibir las presencias de entidades. Ese era el estudio que lo llevaría a la cúspide científica y a un jugoso bono gubernamental.
      


     3
     Leonora se había acoplado bien a la casa a pesar de que sabía que estaba siendo grabada y vista en todo momento. Quizá hasta el baño tenia cámara y la verían hasta orinar. Pero en la cárcel la invasión de la privacidad era peor, ahí ni siquiera se podía dormir tranquilo, en cualquier momento podían despertarlo a uno para darle una golpiza por no pagar la protección. Cuando uno iba al baño debía de cuidarse sus espaldas de las acosadoras, pues había muchos festines sexuales entre las reclusas; tanta soledad y la falta de hombres y sus centímetros, las volvían lesbianas y enfermas mentales. Así que después de todo, no estaba tan mal perder cinco años de esclavitud a cambio de una jodida noche de pruebas y grabaciones científicas.
         Se sirvió una taza de café y se fumó su primer cigarro de la noche, esto la terminó de tranquilizar y disipó sus pocos vestigios de sueño. Le hizo una seña de comienzo a la cámara que tenía enfrente y supo que Martín enseguida iniciaría el experimento. Una luz sobre su mesa se encendió con los tres botones de prueba (derecha, centro e izquierda), cada uno de ellos estaba bien separado para evitar errores al momento de apretarlos.
        Leonora se puso los audífonos aislantes de sonido y se tapó los ojos con unas gafas especiales que le impedían ver. A través de los auriculares, Martín se estaría comunicando con ella. Le hizo una prueba para ver si lo escuchaba bien. Hizo una cuenta regresiva y empezó la prueba.
      

     
      4
    Martín desde un cuarto que había sido improvisado como la oficina de control, aisló el sonido de los audífonos y les indicó a los tres ayudantes que iniciaran el experimento, traían puestos unos zapatos de suelas ligeras para evitar hacer ruido, y unas playeras fosforescentes para las pruebas sin luz.
          Cada uno de ellos se colocó en la zona más cercana a las puertas, habían puesto una silla para que pudieran sentarse mientras esperaban su turno para cada aparición.
        José, el primero de ellos y que estaba encargado de aparecer en la puerta derecha, esperó la indicación e hizo su primera aparición, cruzó el umbral hasta la línea indicada —aquella distancia adecuada en la que Leonora no pudiera sentirlo—, y comenzó a mirarla con intensidad. No necesitó esforzarse mucho, tras unos segundos la chica apretó correctamente el indicador derecho.
         Enseguida, Beto, el encargado de la puerta izquierda, hizo su aparición. Leonora tardó unos segundos más pero apretó el botón correcto.
        La secuencia lógica dictaría que la siguiente puerta seria la del centro, así que Martín cambio ese patrón e hizo que José apareciera de inmediato en la derecha, y para su sorpresa, la chica lo sintió y lo registró con el botón. Después siguió Susana, la encargada de la puerta de en medio, también fue registrada rápido.
        Los siguientes cinco minutos fueron de una gran intensidad pues continuaron apareciendo los tres ayudantes en las puertas con secuencias tanto lógicas como azarosas, y para sorpresa de ellos, Leonora tuvo la capacidad de lograr el 100% de aciertos. Tomaron un receso.



     5
    Leonora se destapó los ojos y se quitó los auriculares, pensó en voltear a ver las puertas, pero no tenía sentido. Lo que si sabía era que las miradas de esta primera prueba no eran de fantasmas, eran de personas, tenía la capacidad de distinguirlas. Aquel científico loco de Martín creía que la iba a engañar haciéndole creer que los fantasmas de esa casa la miraban como locos uno tras otro. Era estúpida esa prueba y el razonamiento del científico, pero lo que le interesaba era la rebaja de su condena.
           Se sirvió otra taza de café —a pesar de que le darían ganas de ir al baño y le verían su cuerpecito con la cámara—, y se comió una galleta. No sabía que quería exactamente Martín con su bombardeo de miradas, no era lo que creía que sería la prueba, pero les daría lo que querían: aciertos. Le dio una mordida a otra galleta cuando sintió una mirada del lado derecho; se supone que era un receso y no habría más miradas. Por instinto extendió su mano hasta el botón y estuvo a punto de apretarlo, pero se contuvo, cerró los ojos para concentrarse y pudo notar la diferencia: no eran los ayudantes de Martín. Después de todo sí tenía la casa a sus propios fantasmas miradores.
         Sentía una mirada tierna y protectora, debía de ser Santa Elena la que la estaba ahí. No resistió la tentación y volteó hacia la puerta, pero no vio nada. La luz indicadora se prendió y supo que otra prueba iniciría. Se puso sus auriculares y sus gafas y escuchó:
        —     Segunda prueba, Leonora. ¿Me oyes? —Leonora asintió y Martin prosiguió—: Esta prueba es sin luz y las cámaras infrarrojas se encenderán.
         La chica hizo lo que le pidieron, y tras la cuenta regresiva todo quedó en penumbras.



      6
   Martín había estado registrando los resultados de la primera etapa de pruebas, estaba anonadado y no podía creer la capacidad de aquella mujer, y es que tal parecía que estuviera haciendo trampa y tuviera enfrente un espejo para ver quien la miraba, o tuviera un apuntador que le estuviera diciendo que botón apretar. Era tan exacta como Marina, la mejor scopaesthesista de todos los tiempos, o incluso podía ser hasta mejor.
       Ya tenía un par de minutos que había apagado las luces del cuarto experimental y Leonora no registraba nada. Le indicó a José que se apareciera en su puerta y así lo hizo, y lo vio en su monitor gracias a las cámaras infrarrojas. La chica hizo su parte y apretó el botón correcto, luego en secuencia apareció Susana en medio y después Beto en la izquierda. A todos los detectó.
         Le pidió a su equipo descansaran en sus sillas, dejaría pasar unos minutos para ver si pasaba algo más.



     7
    Leonora había tenido la capacidad de responder bien a las apariciones humanas, aunque tenía las dudas de si apretar los botones con las miradas de las entidades, ya había sentido por lo menos cuatro presencias diferentes a parte de la de Santa Elena. Llevaban varios minutos que Martín había dejado de jugar con ella y la había dejado descansar, quizá esperando a que ella le pronosticara una presencia y mirada fantasmal. Al fin y al cabo, era lo que quería el científico, ¿no? Pruebas de esco... de esa cosa, así que ante la mirada no humana que le llegaba de la puerta del centro, decidió jugar al experimento y apretó el botón.




      8
   Martín se sobresaltó al oír que había sido apretado un botón, se había distraído unos segundos comiéndose una barra de chocolate para matar el hambre y el sueño. Miró la cara impávida de Leonora y escudriñó a través del monitor las puertas. No veía nada, pero un sensor electromagnético estaba alterado.
         —      Así que después de todo si hay fantasmas —se dijo así mismo sin perder de vista las cámaras—. Susana, prende tu linterna. ¿Ves algo en tu puerta?
Vio como Susana se asomaba a ese espacio y negaba con la cabeza.
          —      Nada, Martín. Pero está haciendo mucho frío desde hace rato.
          —      Beto, observa tu puerta. ¿Ves algo raro?
         Leonora apretó el botón izquierdo y el derecho, al sentir a los ayudantes. Seguía sintiendo en medio la presencia fantasmal.
          —      Susana, aparece —ordenó Martín.
        La mujer le hizo caso y se puso en el límite de la entrada, lanzó una mirada hacia Leonora, pero de repente se desmayó.
        —      ¿Susana? —dijo Martín tratando de ver más allá de lo que la cámara infrarroja le permitía—. ¿Susana, estas bien?
          Leonora comenzó a apretar los tres botones de manera simultánea y con secuencias, Martín se olvidó un momento de su asistente desmayada y miró hacia las puertas, no había nada. ¿Acaso había enloquecido o perdido su capacidad? Abrió la comunicación con ella y le dijo:
           —      Leonora, ¿Qué te pasa? No te tomas esto con seriedad.
        —      ¿No era esto lo que querías? —le contestó—. Tengo aquí a toda la colección de fantasmas de la casa visitándome. Cariño, ¿quieres que los siga registrando, o te los mando a que te visiten? A ver si tú también los puedes percibir.
      Martín se acordó de Susana, encendió las luces y la pudo ver a través del monitor desmayada en el suelo, había quedado tendida entre los dos cuartos.
          —      ¿Beto me copias? Beto.
         No le respondió. Martín se restregó la cara y uso los monitores del pasillo para ver donde estaba su ayudante; no se veía en ningún lado. De seguro este meón fue al baño, pensó.
           Revisó la cámara de José, él si estaba en su puesto.
          —      ¿José me copias?
          —      Si, adelante.
     —   Entra al cuarto experimental y saca a Susana hacia su cuarto, se ha desmayado. Ahorita voy para allá.
    Vio a través del monitor como José iba arrastrando a Susana hacia la puerta. Leonora por su parte —y como si nada pasara— seguía apretando los botones como si estuviera tocando una melodía lenta en un piano.
        —      ¿Quieres callarte de una puta vez? —le dijo Martin a través del audio—. Haremos una pausa.
       Leonora siguió apretando los botones.
          —      ¡Qué te calles! —rugió Martín.
         —      Bueno, eso era lo que querías. Y mira que ya no tengo aquí a todas las entidades, que si no esto sería una fiesta. Yo creo que se han ido a visitarte.
          Martín olvidó eso y se dispuso a ir al cuarto para ayudarle a José a llevar a Susana y de paso buscar a Beto. Empezó a guardar unos datos y poner autograbados en los videos, cuando sintió una mirada. Ahora era él que estaba perdiendo la razón, sentía con toda claridad que alguien estaba a sus espaldas viéndolo, y más que simplemente viéndolo, lo observaba con odio.
        A pesar de su miedo tenia que voltera para salir hacia el cuarto experimental. Miró el monitor y vio que Leonora seguía ahí, sentada, se había quitado los auriculares y sonreía a la cámara. Por su parte, Beto estaba en el cuarto de en medio socorriendo a Susana.
        La mirada seguía y Martín tenía que voltear. De seguro era Beto que le jugaba una broma.
      Volteó.
   No había nada, respiró profundo sacando todo su estrés. Salió hacia el cuarto experimental.



9
Leonora llevaba ya cierto tiempo relajada y hasta feliz, ahora además más que sentir miradas, había logrado captar sus pensamientos y lo que le decían. Desde la última orden (grito) de Martín, había dejado de aporrear los botones y se quedó sintiendo las miradas y diálogos de las cuatro presencias que estaban ahí. Y más atrás de ellos, oía al humano haciendo algo en el cuarto de en medio. Incitada por la curiosidad, se levantó y fue hacia allá, vio a un hombre con una ridícula playera fosforescente que trataba de reanimar a una mujer que estaba recostada en un sillón.
      El hombre la vio y le dijo:
            —      Oye, ayúdame, por favor. Ve a buscar a Martín y dile que Susana no reacciona.
          —     No tarda en despertarse —dijo Leonora y salió hacia el otro cuarto—. Pero voy a buscarlo.
         El hombre se levantó y dándole la espalda a su compañera, le marcó con su celular a Martín. No le contestaba. Lo intentó de nuevo. Mientras, Susana abrió los ojos, se levantó y tomó un pesado adorno de una mesa de centro.
          —      ¿Susana? —preguntó el hombre dejando su celular y volteando, la mujer se había levantado y estaba muy cerca de él, tan cerca que no pudo reaccionar ante un primer golpe que le propinó su compañera. Cayó y antes de desvanecerse logró apreciar los ojos rojos de Susana.



     10
    Leonora no tuvo que llegar a la oficina de control, Martín estaba tirado en medio de las escaleras. Se acercó y lo revisó. No sentía su pulso, sus ojos estaban abiertos y llenos de terror. Algo que había visto le había provocado un infarto.
         Esa era su oportunidad. Hurgó las bolsas del doctor, sacó su billetera y las llaves de su auto. Subió a revisar el cuarto de control y sacó todo el dinero de las pertenencias de las demás personas, ya no las necesitarían. Ya no serían ni diez ni cinco años más en la cárcel, esa noche comenzaba su libertad.
         Se asomó por la ventana y vio que la patrulla estaba por el frente de la casa, saldría por detrás.
       Bajó las escaleras y vio a una mujer enfrente, debía ser la que estaba desmayada y la llamaban Susana, pero Leonora sabía que ahora ya no era ella.
          —      ¿Santa Elena? —le preguntó.
La mujer asintió y sonriéndole se acercó hacia ella dándole un beso en la boca.
         —      ¿Quieres venir conmigo? —preguntó Leonora disfrutando aquella textura fría en su boca.
           La mujer volvió a asentir y con una voz gutural e impropia de un cuerpo así, contestó:
         —      Y también quieren venir diez personas más.
          Leonora no los veía, pero podía sentir sus miradas muy cerca, estaban detrás del nuevo cuerpo de Santa Elena.
         —      ¿Y el doceavo?
       —      ¿El asesino que nos mató? —dijo Santa Elena—. El no vendrá, a él le gusta estar aquí, acechando.
         —      ¿Y ellos nos seguirán sin cuerpos?
        —      Si —contestó sonriendo, estiró los brazos hacia los lados como abrazándolos—. Ya nos irás ayudando a encontrarles cuerpos como el mío. Ellos están bajo mi cuidado y así seguirá siendo.
       La nueva Santa Elena salió por el frente, los policías corroboraron que se trataba de alguien del equipo de investigación y siguieron enconchados viendo un partido de baloncesto en la televisión de la patrulla. La mujer subió al coche, dio la media vuelta a la calle y por la parte de atrás, subió a Leonora. La recibió con otro roce de labios y le sonrió.
        —     Sí que cabemos muchos en este carro —dijo Leonora sintiendo toda la comitiva de espectros en su espalda. Se quedó sonriendo y pensando en todas las experiencias sexuales que se había perdido en la cárcel, pero ahora sería diferente, ahora con Santa Elena las viviría, tendría todo el tiempo y libertad del mundo—. Arranca.
El carro se perdió por la avenida.

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