Hay cuadros que pueden valer mas de lo que aparentan...
LA SUBASTA
1
— Diez mil —dijo el tipo de sombrero bombín con su
sonrisa fastidiosa, volteó a verme y el muy descarado me guiñó un ojo.
El subastador esperó unos segundos antes de preguntar si
había una contrapropuesta:
—
El caballero ofrece diez mil. ¿Hay alguien más
que de más?...
Esto ya era algo personal, cada oferta mía era rebatida por ese
tipo, el cual para colmo desde que me vio entrar me había desnudado con la
mirada. ¿Es que acaso nunca había visto a una mujer con minifalda en una
subasta? Ahora aparte de que se quería quedar con el cuadro que yo quería y,
para rematar, seguía volteando a tratar de seducirme.
—
… ¿Nadie ofrece más? A la una…
Bajo otras circunstancias yo no gastaría tanto en una pintura,
pero…
—
¿Alguna otra oferta? ¡A las dos!...
Tenía que acabar con esta pelea estúpida con aquel tipo. Debía
de poner una oferta decisiva que acabara con esto, quería irme a mi casa con
ese cuadro.
—
…Muy bien vendido por diez mil pesos a …
—
Ofrezco treinta mil —grité levantándome para
hacerme notar. Se oyó un sonido de admiración entre la gente.
—
Treinta mil pesos ofrecen la mujer —gritó el
subastador con una sonrisa de oreja a oreja.
El tipo volteó a verme con su mirada lujuriosa, parecía que
iba a hacer una contrapropuesta, pero alguien que estaba a su lado le dijo algo
y desistió.
El empleado terminó su cuenta regresiva y me anunció como la
feliz ganadora.
— El cuadro de Fiesta en el infierno es vendido
por treinta mil pesos a la señorita.
Después del aplauso de la gente, me fui a pagar con un
tarjetazo e hice los trámites pertinentes. Me dieron mi nuevo cuadro envuelto y
cuando estaba dispuesta a retirarme, llegó el tipo del sombrero bombín a
felicitarme.
—
Mi hermosa dama —me dijo extendiéndome la mano,
no lo saludé. Sorprendido por el desaire retiró su mano y agregó—: Un honor que
seas tan gustosa del arte y sepas conocer obras genuinas y hasta mágicas.
—
Así es, me ha gustado y no pensaba perdérmelo.
—
Pues ahora que este cuadro es tuyo, hermosa
dama, quiero comprárselo. —El hombre que iba con él, le dio un cheque. Lo tomó
y me lo extendió.
No pensaba verlo pero la curiosidad me ganó, tomé el cheque
y vi el monto: $80,000.
—
Más del doble de lo que has pagado —me dijo
fijando su mirada en mi escote.
Estuve a punto de darle una bofetada que le levantará los
ojos hacia mi cara, pero se me ocurrió algo mejor.
— Se ve que está usted muy interesado en mi
cuadro, pero la subasta ha terminado. —Extendí el cheque hacia él y cuando vi
que lo veía, lo rompí arrojándoselo—. Y me gusta que me vean a la cara, no a
mis senos ni a mis piernas. —El tipo fuera de incomodarse, sacó su sonrisa
fastidiosa—. Hasta luego —agregué yéndome con mi cuadro.
—
Ha hecho la peor compra de su vida —me gritó el
hombre—. Ya lo verá.
¡Menudo idiota! Aparte de comerme con la mirada, me quería
intimidar. No le contesté nada y me apuré con el valet parking, el cual, por fortuna, fue eficiente y pude salir
disparada de ese lugar antes de que aquel tipo pudiera siquiera seguirme.
Cuando llegué a mi casa, mi madre me dio de cenar y me contó
las aventuras del día de mi pequeña hija Zoe, la cual ya estaba dormida (como
todas las noches que regresaba de trabajar), y me conformé con darle un beso y
rezar por ella. Emocionada fui a mi cuarto y desenvolví el cuadro. A pesar de
que lo había visto en la subasta, no era como tenerlo tan cerca y poder admirar
cada detalle de sus trazos.
Parecía ser una gruta con murciélagos volando, aunque había
unas puertas en el fondo que me hacían dudarlo, más bien era como la entrada a
alguna enorme fortaleza. En medio y en una superficie de piedras, destacaba un
hombre con una larga túnica blanca, tenía una máscara de carnero con largos y
retorcidos cuernos. Con sus manos sostenía unas antorchas y su mirada estaba
clavada sobre el espectáculo que tenía debajo de él: Un grupo de demonios y
animales (que parecían entre lobos y hombres pájaro), abrazaban y acariciaban a
mujeres con los torsos desnudos. Algunos rostros se veían sumergidos en el
placer y otros en la melancolía.
Era un cuadro siniestro y perturbador, y desde que lo vi en
la subasta había despertado en demasía mi interés. Yo tenía la idea inicial de
dejarlo en mi habitación, pero ahora que lo había visto mejor, a mi pequeña Zoe
la espantaría y no querría volver a entrar a mi cuarto. Le tendría que buscar
un espacio en mi estudio. Solo por el día de hoy lo dejaría en mi pared.
Lo colgué y me quedé dormida.
2
Me despertó el frio, estaba casi temblando en plena primavera.
La primera vez me acurruqué más entre las cobijas, pero como la temperatura
baja seguía, resignada estaba dispuesta a vestirme para ver a mi hija pues
también debía de tener frio. En tiempos de calor me dormía sin blusa y solo con
un short, a lado dejaba un blusón por si tenía que ir en la madrugada al baño.
Extendí mi mano para jalar el blusón y no lo encontré, solo me topé con una
superficie muy dura, como rocosa. Abrí bien los ojos y me di cuenta que no
estaba en mi cama, estaba sobre una superficie de piedra, era circular.
Espantada me levanté y miré a mi alrededor, había trazos de ser una gruta con
murciélagos volando y …
¡Estaba en el interior de mi cuadro! Grité y miré hacia
abajo, y tal cual y como en aquella pintura, había un grupo de demonios, animales
y mujeres en suculentas orgias. Algunos me miraban y me lanzaban con sus ojos
las sensaciones placenteras que estaban viviendo. Ahora más de cerca y con toda
la nitidez de estar dentro del cuadro, podía ver como los hombres lobos
penetraban a las mujeres en las posiciones más salvajes. Un hombre con doble
cara de pájaro (una atrás y otra adelante), me lanzaba una mirada de placer
ante la succionada que le daba una mujer a su miembro. Un hombre lobo que
parecía tener dos penes, mantenía con un movimiento de vaivén, relaciones con
dos mujeres al mismo tiempo. Otros más se masturbaban mutuamente con una mano,
mientras con la otra mano libre, sostenían copas que alzaban y elevaban hacia mí.
Ya bien despierta ante tal espectáculo, oí el coro de gemidos
y gritos de placer que se mezclaban con el viento fuerte que corría, y los
aleteos de los murciélagos. Sobre las orillas de mi camastro de piedra, había
dos antorchas bien ancladas sobre unos palos de madera. El ruido del fuego
también participaba como un instrumento musical en aquella sinfonía sexual.
Estuve un tiempo quieta sin poderme mover. Veía y veía a mi alrededor aquella
fiesta que nunca acababa, por el contrario, los participantes tenían orgasmos
una y otra vez y, sin descanso alguno, seguían copulando e incitándome con sus
miradas.
Esto debía de ser un sueño, un sueño muy caliente y oscuro.
No resistí más y metiendo mi mano entre mi short, los acompañé en el juego
dándome mi propio placer. Mi calentura era demasiada y contagiada por las
orgias que veía, tuve varios orgasmos. Parecía que cada nuevo cosquilleo mío,
era recibido por la multitud que se arremetían y gemían con más fuerza cada vez,
siempre viéndome todos, estimulándome y excitándome aún más.
Entonces hubo un silencio repentino. Todas las parejas no
solo se callaron, sino que se separaron como perros que son bañados con agua
fría. Abrieron paso y de entre ellos salió el sujeto de la capucha blanca y cara
de carnero, venía hacia mí. Conforme avanzaba entre las mujeres, estas lo
tocaban y miraban con admiración y éxtasis, tal cual como un dios.
El carnero llegó hasta mí y extendiéndome su mano me ayudó a
levantarme, me sonrojé ante la pena de lo que estaba yo haciendo, pero a él
pareció no importarle, más aun, tomó mi mano húmeda y salpicada de mis fluidos,
y me la lamió.
—
Bienvenida a la fiesta en el infierno. Has sido
bendecida con el don que pocos tienen —señaló hacia las parejas que seguían
impávidos admirándolo como su ídolo—: el placer sexual desmedido. Aquí podrás
vivir siempre fornicando, todo el tiempo y toda la eternidad; claro, si a así
lo deseas.
Momento de despertar, me dije. Y me metí pellizco muy
fuerte, pero no me sirvió. Seguía en ese lugar y con el cosquilleo y calor en
mi entrepierna más fuerte de toda mi vida.
—
Pero mi hija no la puedo dejar sola.
—
Puedes venir y regresar cuando quieras, para eso
tienes el cuadro. Aunque te será difícil despegarte de la carne y placer
irreales que aquí se te ofrecen.
El carnero se quitó su capucha, dejándome ver su cuerpo
musculoso y con un enorme miembro erecto.
—
Y tendrás el honor de empezar conmigo tu onírico
viaje — me dijo, se oyó a las mujeres suspirar.
Mi fuego era inapagable ya, me acerqué a él y me fundí en
aquella fiesta en el infierno.
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