FRAGMENTOS DE TERROR...
Mucho se habla de experimentos, mucho se habla del método científico, pero que pasa cuando todo se sale de control...
V3E
Arrojé la mesa,
los estantes y un par de exhibidores por el camino. Todo lo que pudiera
estorbarle. Crucé la puerta C5 sin poderla cerrar, solo era corrediza y sin cerraduras.
Y al final de cuentas no sabía siquiera si eso pudiera detenerlo. Aunque la
opción era retrasarlo, impedir que avanzara y me alcanzara.
Llegué al final de los laboratorios y cerré la puerta. Intenté bloquearla electrónicamente, pero alguien había establecido el sistema de alerta que impedía se cerraran por sistema, solo se podía hacer manualmente. Busqué el mueble más cercano y pesado que encontré, lo fui arrastrando hasta ponerlo de barrera. Eso me ayudaría a ganar tiempo.
Llegué al final de los laboratorios y cerré la puerta. Intenté bloquearla electrónicamente, pero alguien había establecido el sistema de alerta que impedía se cerraran por sistema, solo se podía hacer manualmente. Busqué el mueble más cercano y pesado que encontré, lo fui arrastrando hasta ponerlo de barrera. Eso me ayudaría a ganar tiempo.
Entré en el área de comedores y sanitarios. Era un lugar sin salida, la
escapatoria estaba en el lugar del que venía huyendo, cruzando el laboratorio
C1. Pero aquella cosa se encontraba merodeando el cruce de puertas: El V3E, el
experimento más ambicioso de nuestras vidas; un experimento que en principio
estaba enfocado en poder reestructurar los órganos enfermos. Con ese avance y
descubrimiento, se hubieran acabado los enfermos, solo bastaría reestructurar
cada órgano enfermo y eliminar las células dañadas. Pero como en todo
experimento genético, cualquier variable cambia las condiciones de los
resultados. La reestructuración falló y los órganos no crecieron, la dilatación
se propagó hacia los miembros del sujeto experimental.
Un golpe se oyó sobre la puerta, el mueble que había empotrado se cimbró.
No tardaría en tirarlo.
Saqué de nuevo mi celular pero seguía sin señal. Empecé a buscar algo
que me sirviera para defenderme, no quería acabar como mis compañeros. A Jorge,
el Ingeniero en biotecnología celular, fue al primero que atacó. La mutación le
clavó uno de sus cuatro largos brazos; parecían tan largos y flacos que dudé
por un instante que pudieran siquiera sostenerse, pero sí, resultaron ser muy
sólidos y tan finos que le servían como espadas. Después, ante la sorpresa, su
siguiente víctima fue Roció, la nutrióloga, se quedó pasmada esperando a que la
mutación le cortara la cabeza de un tajo. Continuó con el bacteriólogo y la
especialista. Ahora estaba sobre mí.
Solo un cuchillo de mediano filo encontré entre las cosas del comedor.
Me lo llevé y me esperé a lado del mueble. Esperaría a que alguna de sus
extremidades entrara para clavarle el arma. Pero ya no había rastro de que
siguiera intentado traspasar el mueble. Quizá no había podido entrar —cosa que
dudo— o, quizá, se había ido hacia la salida o, peor aún, estaba en alguno de
los laboratorios esperándome.
Solo tenía dos opciones: esperar a que alguien me rescatara o regresarme
para intentar escapar. Si no moría a manos de él, terminaría mis días en la
cárcel por experimentos ilegales. Prefería morir que estar prisionero.
Moví el mueble para liberar el paso. Eché un vistazo por lo vidrios. No
se veía nada. Nada de mi creación. Abrí la puerta y regresé a los laboratorios.
Con toda la
lentitud que pude fui recorriendo el primer laboratorio empuñando mi
insignificante arma. En los costados estaban todas las cosas regadas, debía de
haberlas tirado la mutación con sus extremidades.
Llegué hasta
la puerta C5. Encontré que los objetos que yo había puesto para estorbarle el
paso seguían intactos. Por lo que debía de haber pasado con sus largas piernas
por arriba de todo esto, ni siquiera a su miembro central le habían estorbado.
Su pene era otra de las cosas que se le había desarrollado con bestialidad, se
le estiró más de un metro. Ese crecimiento descomunal de su miembro viril (aparte
de sorprendernos en su momento), se había prestado a bromas por parte de mis
colaboradores. Después, midiendo el potencial de ese desarrollo, visualizamos
lanzar un alargador de miembros al mercado. Solo que habría que corregir las
deficiencias genéticas que lo habían hecho crecer tan delgado como las piernas
y brazos. ¿Qué hombre querría un largo pito tan flaco como un lápiz? Ja, ja,
creo que ninguno.
El laboratorio
C5 estaba vacío. Crucé el pasillo y las puertas de otros laboratorios hasta
llegar al C1. Cruzando ese cuarto solo había un pasillo y las escaleras a la
salida. Al parecer si se había escapado el ser.
El C1 tampoco tenía
nada. Antes de irme debía rescatar toda la información. Los expedientes del
caso valían oro, y bien vendidos y colocados en el mercado negro, me harían
millonario ¡Jodidamente rico!
Regresé al
laboratorio C3. Todo estaba en calma. No había tiradero ni desorden. Como las
computadoras estaban bloqueadas, busqué los respaldos en los discos duros
externos. Me dirigí al estante y saqué todos los folders que creí me servirían
para mantener el experimento vivo.
Los folders
contenían toda la información genética, biocelular, las mezclas de las sustancias
estimulo-reactivas, fotos, radiografías y dibujos estadísticos del experimento.
Una gota del techo cayó sobre uno de los folders. El papel empezó a
desbaratarse.
Aterrado
volteé hacia arriba, el mutante estaba anclado sobre el techo, sus extremidades
alcanzaban las esquinas de cada pared lográndolo sujetarse y anclarse como una
araña en un muro. Su cara era pequeña, carecía de ojos, nariz y oídos, solo tenía
una boca filosa. En alguna parte de su cuerpo poseía algún instinto depredador
que lo orientaba para moverse en nuestro mundo.
Con su miembro
viril que estaba libre, me lanzó un aguijonazo a mi abdomen, fue demasiado
rápido su movimiento, no pude reaccionar ni esquivarlo. Vi su filosa cuchilla
viril perforando mi estómago, sentí un dolor muy profundo que me fue nublando
mi vista. Caí soltando los expedientes del V3E.
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