FRAGMENTOS DE TERROR...
Todos alguna vez en nuestra infancia hemos comprado un cereal por el juguete que viene adentro, pero ¿quien nos asegura que adentro viene lo que nos prometen?
LA CAJA DE CEREAL
1
Por fin tenía ante mí la
caja de cereal que incluía la figura de colección que tanto había buscado: el
increíble y maravilloso hombre goma.
Tres días había tenido que estarle rogando a mi mamá para que me comprara el
bendito cereal. Y vaya que me costó trabajo. Mi madre era una de esas raras
personas que creía en la comida natural y odiaba todo lo procesado. En realidad
a mí no me importaban los chocokrispis —y se lo dije mil veces—, yo todo
lo que quería era al hombre goma.
Tenía frente a mi un plato con leche tibia lista para ser revuelta con el cereal, pero no le hice caso, solo metí mi mano buscando mi figura. Estaba casi al fondo, por lo que esparcí sobre la mesa y el piso muchas hojuelas.
— Toño —rugió mi mamá viendo el tiradero.
— Ahorita limpio —dije viendo la bolsita con mi tesoro.
Abrí la bolsa y aventé la hoja de instrucciones que envolvía al muñeco. No lo toqué, solo vi con gran decepción que no era mi hombre goma. Miré por veinteava vez la parte trasera de la caja de cereal: “Contiene un hombre goma. Son seis diferentes. Colecciónalos todos”
— ¿Qué pasa loser? —me
dijo mi hermano mayor, Raúl, dándome un sape. Antes de que pudiera siquiera
tocar al muñeco para ver quién era, me lo quitó y se lo llevó frente a la cara—. ¿Quién diablos se supone que es? Este no es
el hombre goma. —Arrojó el muñeco al triturador de basura—. Tanto lloriquear
para nada. Loooooseeerrrr.
— Mamá —grité—. Raúl ha
tirado mi figura al cesto y…
— Basta
ya —dijo mi madre. Ya se le había hecho tarde para irse a trabajar. Era sábado,
nosotros no teníamos clases pero ella si tenía trabajo—. En una hora llega su tía
para cuidarlos —me dio un beso, después fue con mi hermano y le dio un jalón de
orejas—. ¿Pueden estar unos segundos sin pelearse?
— Creo
que si —contestó mi hermano sobándose—. Tengo que lavar mi ropa. Por el momento
no tengo tiempo para el loser.
Mi mamá sonrió
y se despidió. La vi por la ventana hasta que llegó al paradero y subió al
microbús.
— ¿Por qué le hiciste eso a mí
muñeco? No tienes derecho.
Mi hermano
sacó su sonrisa burlona que indicaba que no todo había acabado.
— No, no se te ocurra —le
dije viendo como acercaba su dedo al botón de encendido de la trituradora—.
Mamá se enterará y…
— Ya
marica. Además ni es el hombre goma.
¡Y apretó el
botón! La máquina comenzó su ruido de aspas. Era una máquina muy rápida, le bastaban
solo unos segundos para moler todo los restos de comida. Soltó el botón pero ya
no tenía caso ir a buscarlo, el muñeco debía de estar despedazado.
Me eché a
llorar. ¡Era un maldito que siempre me rompía mis juguetes!
—
Bueno, ya. Luego te compró otro —me dijo
poniendo su mano en mi hombro, por supuesto que se la quité. Parecía que me iba
a decir algo más pero se fue hacia la sala. Entonces el coraje me cegó y, sin
pensarlo, tomé el plato de leche y se lo aventé con todas mis fuerzas como un
boomerang.
Raúl alcanzó a oír el ruido de la leche desparramándose y logró estirar
su brazo para detenerlo. Se quedó quieto, como en una película donde la imagen
se congela: Mi hermano apenas dándose la media vuelta y su brazo estirado más
de dos metros deteniendo mi boomerang. Si, su brazo estaba desde la mitad de la
sala hasta el inicio de la cocina.
Raúl tardó algunos segundos en ver lo que yo veía. Cuando miró lo que estaba pasando con su extremidad,
soltó el plato y su brazo cayó flácido
hacia el piso como una liga gigante. Intentó moverlo pero no le respondió, solo
se zarandeaba como si jalara una cuerda muy larga y pesada.
— ¿Qué me pasa? —dijo
lloriqueando—. ¿Qué me hiciste?
— Yo
nada, ¿de qué hablas?
— Tu
muñeco —gritó señalando el triturador con su mano normal.
2
Nos acercamos al aparato.
Saqué el bote donde el triturador arrojaba todos los restos.
— No toques nada —me
dijo mi hermano señalándome su brazo alargado—. Te podría pasar algo. Deja que
yo lo saque.
Fue una tarea
difícil pero tras una separación de
alimentos —y eso que mamá solo había echado los restos de la cena—, logramos juntar la mayoría
de las partes del muñeco. Era feo, de cuerpo gordo y cabeza pequeñita, tenía
una V en el pecho envuelta en un círculo.
— Bueno tu que eres fan del
hombre goma —me dijo sin dejar de ver los restos unidos— ¿Lo conoces?
Negué con la
cabeza, conocía todo de ese súper héroe, tenía todos los comics, las temporadas
de televisión, peluches, juegos de mesa, en fin. Era mi ídolo.
— Conozco
a todos los enemigos del hombre goma, este no es ninguno de ellos.
Mi hermano le
echó un vistazo a la caja de cereal, miró con detenimiento todas las letras.
— Todo parece normal, salvo…
¿No se supone que este cereal es de
México? —asentí—. Mira— me extendió la caja donde estaba el país de
origen. No venía ningún nombre, solo el mismo símbolo del muñeco.
— Eso
no puede ser —dije comparándolos—. He comprado este cereal todo el tiempo y…
— ¿Tienes
otra caja para compararlos?
Lo pensé por
un momento. Mi mamá nos compraba cereal rara vez y siempre reciclaba los
cartones —dándoselos a un anciano pepenador—. No recordaba la última vez
que nos había comprado el anterior.
— Ya sé —dijo Raúl
chasqueando los dedos— ¿Te acuerdas que hiciste una casa, o algo así, con una
caja de cereal?
— Eso
es.
Me levanté
hacia el cuarto, pero tropecé con algo en el piso: era la pierna de mi hermano
que se había extendido más allá de la cocina.
— Raúl —grité señalándole
su nueva pierna de goma—. Te sigues transformando.
Mi hermano
puso cara de espanto, le dije que me esperará
y corrí al cuarto.
No tardé en
encontrarla, para mi fortuna no la había pintado, solo estaba forrada con papel
lustre. Regresé y comparamos las cajas,
todo era idéntico, excepto el lugar de origen. La caja anterior decía: Hecho en
México. Y eso se supone que era lo que debían de tener todas las cajas, to-das.
— Vamos
al centro comercial —me dijo Raúl.
— Bromeas.
—Le señalé sus extremidades, se puso serio y con su mano normal se jaló sus
cabellos—. Espera aquí. Yo iré.
3
La búsqueda en el
supermercado fue inútil. El resto de cajas de cereal que había en el estante
estaban marcadas con el logotipo del muñeco raro. Hablé con un empleado, pero
¿qué atención le podía prestar a un niño? Solo me siguió la corriente y se
escabulló diciendo que tenía que re etiquetar unos productos. Obviamente no le
podía decir: “Ayúdeme, por favor, mi hermano se está convirtiendo en hombre
goma, no pueden seguir vendiendo esas cajas.”
Compré un par
de cajas y regresé a casa. Las cosas iban peor. Todas las extremidades de mi
hermano se habían alargado. Estaba sentado con lágrimas en los ojos. Me miró
con impaciencia, rogándome lo ayudara.
— Los otras cajas también
tienen ese logotipo, quizá solo cambiaron el país de fabricación y…
— ¡Si, loser! —jeje, ni
en esa situación mi hermano me dejaba de insultar, pero aun así lo quería—. ¡Y
mis brazos y piernas son una ilusión!
No le dije
nada, solo abrí los cereales y saqué las figuras con unas pinzas para no
tocarlas. Tenía otros muñecos raros, tampoco pertenecían a la serie del hombre
goma, por ejemplo, uno de ellos tenía los brazos y piernas alargados como
tortillas.
Estaba decido
a tocar a uno de los muñecos, pero mi hermano me suplicó que no lo hiciera.
— Necesitamos a un conejillo
de indias —me dijo—. Trae a Saturno.
Mi gato se llamaba Saturno y
no me costó ningún trabajo encontrarlo. En las mañanas siempre dormía sin parar
en su cama. Lo desperté y lo llevé cargando hasta la mesa, debía de estar
bastante adormilado pues de otra manera se me hubiera escabullido. Le acerqué
con un tenedor al muñeco. Saturno lo olfateó sin mostrar el menor interés, de
plano no era una chuleta que le llamara la atención.
— Tócalo, tócalo —le
dijimos—, por favor.
Ante mi
insistencia empujándole el muñeco, el gato lo movió con sus patas de un lado a
otro como si quisiera jugar con él, pero al parecer no le gusto, pues lo dejó
enseguida. Cerré la puerta de la cocina para observarlo.
No tardó Saturno
en lanzar un maullido. Su cola se había alargado al triple y puesto tan plano
como el muñeco que había tocado
— ¿Ves lo que te dije? —bufó
mi hermano—. Esos muñecos están embrujados. ¿Desde cuándo están con esa
promoción?
— Desde
ayer llegaron las cajas a las tiendas.
— Eso
significa que todos los niños que compren el cereal se van a transformar. —Mi
hermano trató de mover sus brazos pero no pudo, no tenía control sobre ellos—. Llévate
a Saturno al súper —agregó señalándomelo con los ojos— para que vean el peligro
real.
— Está
bien, pero antes de irme necesito decirte algo. —Lo miré con espanto, le señalé
su cuello—. Tu cuello se ha empezado a estirar.
Mi hermano
palideció pero no me quedé a ver más su tristeza. Como pude acomodé en un
carrito de mandado al nuevo y pesado Saturno. No se movía ni refunfuñaba, debía
de sentir algo raro, de otra manera un felino se revelaría y me lanzaría por lo menos un par de
arañazos. Pero solo maullaba tratando de mover su cola.
4
Cuando entramos al
supermercado no fue necesario enseñarles a Saturno. La gente estaba distraída,
nadie me iba a hacer caso. Todos estaban entretenidos viendo sus cuerpos.
Algunas personas estaban como mi hermano, con extremidades de goma; otras más,
tenían brazos y piernas planas. Reconocí al empleado que me había atendido, ahora todo su cuerpo estaba lleno
de escamas verdosas. Se acercó a mí una mujer brincando con la única pierna
normal que le quedaba —la otra era una vara de árbol—, me miró con cara
de súplica diciéndome:
— Ayudamebbbb —de sus
fosas nasales salían unas ramas con hojas—. Tu estabbbbb bien.
Me alejé un poco, no tenía
caso seguir ahí, todas las personas del centro comercial, de alguna manera, habían tocado a los muñecos.
Debía de buscar alguna otra solución.
Me di la vuelta junto con
Saturno pero la entrada estaba bloqueada. Varias personas estaban en la puerta,
al parecer, los gritos de la mujer árbol los había acercado. Todos me miraban
raro, como si yo fuese el anormal de ahí.
— Tu ayúdanos —me dijo
un hombre con branquias—, tú no te has transformado.
— Si, hazlo —reiteró la
mujer árbol.
— Él
nos convirtioddd a todos —señaló un anciano convertido en sapo—. Hay que
vengarseddd.
Y me empezaron a acorralar,
ese parecía mi fin, pero el altavoz de la tienda me salvó. Se oyó a través de
él, una voz gruesa que dijo:
— Atención, atención. —Las
personas voltearon hacia el techo de la tienda como si ahí estuviera la persona
que hablaba—. Esto solo es una recomposición celular. Ahora todos son venusianos.
¡Claro que sí!
¿Cómo lo había olvidado? Había un capitulo raro de la serie del hombre goma que
nunca pude ver —de hecho decían que solo se había transmitido una única
vez—, pero según los rumores decían que era un capitulo donde el emperador de
Venus, esclavizaba al hombre goma convirtiendo a todos los humanos en venusianos.
La gente fue abriendo paso para que pasara el ser que hablaba, media más
de dos metros y era igualito al muñeco que estaba en el cereal. Sobre su pecho
yacía el símbolo raro de la V en el círculo.
—
Ahora todos me servirán, mis venusianos. Yo soy
su rey —fue diciendo mientras se acercaba cada vez más a mí. La gente le iba
abriendo el paso para dejarlo llegar. Me miró de arriba abajo y tras una hosca sonrisa
le dijo a la gente—: Ahora tráiganme una caja de cereal que todavía queda un
humano entre nosotros.
Los nuevos venusianos
me sujetaron mientras llegaba un muñeco rosado con seis brazos y seis patas. Me
lo acercó el rey y tuve que tocarlo. Ahora por lo menos sabría que significaría
tener tantas extremidades.
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