lunes, 12 de septiembre de 2016

Fragmentos de terror... La caja de cereal.


FRAGMENTOS DE TERROR...

Todos alguna vez en nuestra infancia hemos comprado un cereal por el juguete que viene adentro, pero ¿quien nos asegura que adentro viene lo que nos prometen?




LA CAJA DE CEREAL



1
Por fin tenía ante mí la caja de cereal que incluía la figura de colección que tanto había buscado: el increíble y maravilloso hombre  goma. Tres días había tenido que estarle rogando a mi mamá para que me comprara el bendito cereal. Y vaya que me costó trabajo. Mi madre era una de esas raras personas que creía en la comida natural y odiaba todo lo procesado. En realidad a mí no me importaban los chocokrispis —y se lo dije mil veces—, yo todo lo que quería era al hombre goma.



Tenía frente a mi un plato con leche tibia lista para ser revuelta con el cereal, pero no le hice caso, solo metí mi mano buscando mi figura. Estaba casi al fondo, por lo que esparcí sobre la mesa y el piso muchas hojuelas.
    Toño —rugió mi mamá viendo el tiradero.
    Ahorita limpio —dije viendo la bolsita con mi tesoro.

Abrí la bolsa y aventé la hoja de instrucciones que envolvía al muñeco. No lo toqué, solo vi con gran decepción que no era mi hombre goma. Miré por veinteava vez la parte trasera de la caja de cereal: “Contiene un hombre goma. Son seis diferentes. Colecciónalos todos”
    ¿Qué pasa loser? —me dijo mi hermano mayor, Raúl, dándome un sape. Antes de que pudiera siquiera tocar al muñeco para ver quién era, me lo quitó y se lo llevó  frente a la cara—.  ¿Quién diablos se supone que es? Este no es el hombre goma. —Arrojó el muñeco al triturador de basura—. Tanto lloriquear para nada. Loooooseeerrrr.
    Mamá —grité—. Raúl ha tirado mi figura al cesto y…
    Basta ya —dijo mi madre. Ya se le había hecho tarde para irse a trabajar. Era sábado, nosotros no teníamos clases pero ella si tenía trabajo—. En una hora llega su tía para cuidarlos —me dio un beso, después fue con mi hermano y le dio un jalón de orejas—. ¿Pueden estar unos segundos sin pelearse?
    Creo que si —contestó mi hermano sobándose—. Tengo que lavar mi ropa. Por el momento no tengo tiempo para el loser.
Mi mamá sonrió y se despidió. La vi por la ventana hasta que llegó al paradero y subió al microbús.
    ¿Por qué le hiciste eso a mí muñeco? No tienes derecho.
Mi hermano sacó su sonrisa burlona que indicaba que no todo había acabado.
    No, no se te ocurra —le dije viendo como acercaba su dedo al botón de encendido de la trituradora—. Mamá se enterará y…
    Ya marica. Además ni es el hombre goma.
¡Y apretó el botón! La máquina comenzó su ruido de aspas. Era una máquina muy rápida, le bastaban solo unos segundos para moler todo los restos de comida. Soltó el botón pero ya no tenía caso ir a buscarlo, el muñeco debía de estar despedazado.
Me eché a llorar. ¡Era un maldito que siempre me rompía mis juguetes!
    Bueno, ya. Luego te compró otro —me dijo poniendo su mano en mi hombro, por supuesto que se la quité. Parecía que me iba a decir algo más pero se fue hacia la sala. Entonces el coraje me cegó y, sin pensarlo, tomé el plato de leche y se lo aventé con todas mis fuerzas como un boomerang.
Raúl alcanzó a oír el ruido de la leche desparramándose y logró estirar su brazo para detenerlo. Se quedó quieto, como en una película donde la imagen se congela: Mi hermano apenas dándose la media vuelta y su brazo estirado más de dos metros deteniendo mi boomerang. Si, su brazo estaba desde la mitad de la sala hasta el inicio de la cocina.
Raúl tardó algunos segundos en ver lo que yo veía. Cuando  miró lo que estaba pasando con su extremidad, soltó el plato  y su brazo cayó flácido hacia el piso como una liga gigante. Intentó moverlo pero no le respondió, solo se zarandeaba como si jalara una cuerda muy larga y pesada.
    ¿Qué me pasa? —dijo lloriqueando—. ¿Qué me hiciste?
    Yo nada, ¿de qué hablas?
    Tu muñeco —gritó señalando el triturador con su mano normal.


2
Nos acercamos al aparato. Saqué el bote donde el triturador arrojaba todos los restos.
    No toques nada —me dijo mi hermano señalándome su brazo alargado—. Te podría pasar algo. Deja que yo lo saque.
Fue una tarea difícil pero tras una separación  de alimentos —y eso que mamá solo había echado los restos de la cena—, logramos juntar la mayoría de las partes del muñeco. Era feo, de cuerpo gordo y cabeza pequeñita, tenía una V en el pecho envuelta en un círculo.
    Bueno tu que eres fan del hombre goma —me dijo sin dejar de ver los restos unidos— ¿Lo conoces?
Negué con la cabeza, conocía todo de ese súper héroe, tenía todos los comics, las temporadas de televisión, peluches, juegos de mesa, en fin. Era mi ídolo.
    Conozco a todos los enemigos del hombre goma, este no es ninguno de ellos.
Mi hermano le echó un vistazo a la caja de cereal, miró con detenimiento todas las letras.
    Todo parece normal, salvo… ¿No se supone que este cereal  es de México? —asentí—. Mira— me extendió la caja donde estaba el país de origen. No venía ningún nombre, solo el mismo símbolo del muñeco.
    Eso no puede ser —dije comparándolos—. He comprado este cereal todo el tiempo y…
    ¿Tienes otra caja para compararlos?
Lo pensé por un momento. Mi mamá nos compraba cereal rara vez y siempre reciclaba los cartones —dándoselos a un anciano pepenador—. No recordaba la última vez que nos había comprado el anterior.
    Ya sé —dijo Raúl chasqueando los dedos— ¿Te acuerdas que hiciste una casa, o algo así, con una caja de cereal?
    Eso es.
Me levanté hacia el cuarto, pero tropecé con algo en el piso: era la pierna de mi hermano que se había extendido más allá de la cocina.
    Raúl —grité señalándole su nueva pierna de goma—. Te sigues transformando.
Mi hermano puso cara de espanto, le dije que me esperará  y corrí al cuarto.
No tardé en encontrarla, para mi fortuna no la había pintado, solo estaba forrada con papel lustre. Regresé  y comparamos las cajas, todo era idéntico, excepto el lugar de origen. La caja anterior decía: Hecho en México. Y eso se supone que era lo que debían de tener todas las cajas, to-das.
    Vamos al centro comercial —me dijo Raúl.
    Bromeas. —Le señalé sus extremidades, se puso serio y con su mano normal se jaló sus cabellos—. Espera aquí. Yo iré.


3
La búsqueda en el supermercado fue inútil. El resto de cajas de cereal que había en el estante estaban marcadas con el logotipo del muñeco raro. Hablé con un empleado, pero ¿qué atención le podía prestar a un niño? Solo me siguió la corriente y se escabulló diciendo que tenía que re etiquetar unos productos. Obviamente no le podía decir: “Ayúdeme, por favor, mi hermano se está convirtiendo en hombre goma, no pueden seguir vendiendo esas cajas.”
Compré un par de cajas y regresé a casa. Las cosas iban peor. Todas las extremidades de mi hermano se habían alargado. Estaba sentado con lágrimas en los ojos. Me miró con impaciencia, rogándome lo ayudara.
    Los otras cajas también tienen ese logotipo, quizá solo cambiaron el país de fabricación y…
    ¡Si, loser! —jeje, ni en esa situación mi hermano me dejaba de insultar, pero aun así lo quería—. ¡Y mis brazos y piernas son una ilusión!
No le dije nada, solo abrí los cereales y saqué las figuras con unas pinzas para no tocarlas. Tenía otros muñecos raros, tampoco pertenecían a la serie del hombre goma, por ejemplo, uno de ellos tenía los brazos y piernas alargados como tortillas.
Estaba decido a tocar a uno de los muñecos, pero mi hermano me suplicó que no lo hiciera.
    Necesitamos a un conejillo de indias —me dijo—. Trae a Saturno.
Mi gato se llamaba Saturno y no me costó ningún trabajo encontrarlo. En las mañanas siempre dormía sin parar en su cama. Lo desperté y lo llevé cargando hasta la mesa, debía de estar bastante adormilado pues de otra manera se me hubiera escabullido. Le acerqué con un tenedor al muñeco. Saturno lo olfateó sin mostrar el menor interés, de plano no era una chuleta que le llamara la atención.
    Tócalo, tócalo —le dijimos—, por favor.
Ante mi insistencia empujándole el muñeco, el gato lo movió con sus patas de un lado a otro como si quisiera jugar con él, pero al parecer no le gusto, pues lo dejó enseguida. Cerré la puerta de la cocina para observarlo.
No tardó Saturno en lanzar un maullido. Su cola se había alargado al triple y puesto tan plano como el muñeco que había tocado
    ¿Ves lo que te dije? —bufó mi hermano—. Esos muñecos están embrujados. ¿Desde cuándo están con esa promoción?
    Desde ayer llegaron las cajas a las tiendas.
    Eso significa que todos los niños que compren el cereal se van a transformar. —Mi hermano trató de mover sus brazos pero no pudo, no tenía control sobre ellos—. Llévate a Saturno al súper —agregó señalándomelo con los ojos— para que vean el peligro real.
    Está bien, pero antes de irme necesito decirte algo. —Lo miré con espanto, le señalé su cuello—. Tu cuello se ha empezado a estirar.
Mi hermano palideció pero no me quedé a ver más su tristeza. Como pude acomodé en un carrito de mandado al nuevo y pesado Saturno. No se movía ni refunfuñaba, debía de sentir algo raro, de otra manera un felino se revelaría  y me lanzaría por lo menos un par de arañazos. Pero solo maullaba tratando de mover su cola.


4
Cuando entramos al supermercado no fue necesario enseñarles a Saturno. La gente estaba distraída, nadie me iba a hacer caso. Todos estaban entretenidos viendo sus cuerpos. Algunas personas estaban como mi hermano, con extremidades de goma; otras más, tenían brazos y piernas planas. Reconocí al empleado que me había  atendido, ahora todo su cuerpo estaba lleno de escamas verdosas. Se acercó a mí una mujer brincando con la única pierna normal que le quedaba —la otra era una vara de árbol—, me miró con cara de súplica diciéndome:
    Ayudamebbbb —de sus fosas nasales salían unas ramas con hojas—. Tu estabbbbb bien.
Me alejé un poco, no tenía caso seguir ahí, todas las personas del centro comercial,  de alguna manera, habían tocado a los muñecos. Debía de buscar alguna otra solución.
Me di la vuelta junto con Saturno pero la entrada estaba bloqueada. Varias personas estaban en la puerta, al parecer, los gritos de la mujer árbol los había acercado. Todos me miraban raro, como si yo fuese el anormal de ahí.
    Tu ayúdanos —me dijo un hombre con branquias—, tú no te has transformado.
    Si, hazlo —reiteró la mujer árbol.
    Él nos convirtioddd a todos —señaló un anciano convertido en sapo—. Hay que vengarseddd.
Y me empezaron a acorralar, ese parecía mi fin, pero el altavoz de la tienda me salvó. Se oyó a través de él, una voz gruesa que dijo:
    Atención, atención. —Las personas voltearon hacia el techo de la tienda como si ahí estuviera la persona que hablaba—. Esto solo es una recomposición celular. Ahora todos son venusianos.
¡Claro que sí! ¿Cómo lo había olvidado? Había un capitulo raro de la serie del hombre goma que nunca pude ver —de hecho decían que solo se había transmitido una única vez—, pero según los rumores decían que era un capitulo donde el emperador de Venus, esclavizaba al hombre goma convirtiendo a todos los humanos en venusianos.
La gente fue abriendo paso para que pasara el ser que hablaba, media más de dos metros y era igualito al muñeco que estaba en el cereal. Sobre su pecho yacía el símbolo raro de la V en el círculo.
    Ahora todos me servirán, mis venusianos. Yo soy su rey —fue diciendo mientras se acercaba cada vez más a mí. La gente le iba abriendo el paso para dejarlo llegar. Me miró de arriba abajo y tras una hosca sonrisa le dijo a la gente—: Ahora tráiganme una caja de cereal que todavía queda un humano entre nosotros.
Los nuevos venusianos me sujetaron mientras llegaba un muñeco rosado con seis brazos y seis patas. Me lo acercó el rey y tuve que tocarlo. Ahora por lo menos sabría que significaría tener tantas extremidades.

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