lunes, 26 de septiembre de 2016

FRAGMENTOS DE TERROR... EL VIGILANTE

Dicen que los espejos tienen poderes mágicos y nos pueden transportar a otros mundos, pero ¿ qué hay de las lupas?



EL VIGILANTE


Elena bajó las amplias escaleras que conducían a la salida de la casa. Era ridículo el tamaño de estas para la pequeña vivienda. Arriba solo había dos cuartos habitación y uno de servicio. Abajo había una pequeña sala, un baño y una cocina igual de grande y estorbosa como las escaleras mismas. Dejó sobre una mesa el quinqué, ya no lo necesitaría; con él había encontrado la lupa que en un principio creyó que iba a ser muy grande, pero era tan diminuta como su mano. En el mango del objeto tenía un símbolo raro que la distinguía. Quitó el tablón que atrancaba la puerta y la abrió, un chirrido rompió el silencio y le indicó lo averiada que estaban aquellas maderas. Miró por última vez la casa y su penumbra y salió.




El bosque era un sitio no menos tétrico y lúgubre que la casa, eran finales de otoño y en días nublados como ese, solía verse oscuro inclusive en el día. Los arboles eran grandes y gruesos y estaban lo bastante espaciados como para que Elena pudiese andar libremente entre ellos.
Siguió avanzando, iba despacio, no sabía en qué punto encontraría lo que buscaba. La lupa debía de darle alguna indicación de que su objetivo estaba cerca. Llevaba un amplio vestido grisáceo y un sombrero  tipo cloche que le cubría todo su cabello. Abajó, llevaba un corsé que se le había pegado como una segunda piel debido a que estaba bañada en sudor. Empezaba a sentirse agotada por todo el tiempo que estuvo buscando la casa y la lupa.
El bosque presentaba una gran monotonía, la mayoría de los arboles tenían el mismo grosor y apariencia, eran casi  idénticos, le parecía estar  caminando una y otra vez por el mismo camino. Estuvo así durante un rato hasta que llegó a un grupo de árboles alerce, eran de troncos altos y escazas ramas que iniciaban en la parte más alta del tronco, estaban formados  y alineados como marcando un camino o la entrada a otro sitio. Se fue por en medio de ellos.
La lupa se puso caliente, La miró con intriga y pensó que era el calor corporal de sus manos; la puso sobre su antebrazo, pero corroboró que era el mango el que estaba casi ardiendo.
Esa era la indicación que esperaba.
Caminó más despacio y cuando terminó el último de los arboles alerce, había una periferia casi redonda sin árboles, solo con un pasto irregular que cubría la circunferencia. Sintió un cambio del ambiente, percibió una energía diferente. Al final de este círculo, había un árbol mucho más grueso  que cualquier otro que hubiera visto en su vida. Era de un café muy oscuro (casi negro) y rugoso. Parecía tan viejo como la vida misma, Elena se preguntó si era quizá el primer árbol de la humanidad y de la existencia misma. Si ese roble había estado en el mismo Génesis y en las mismas profecías bíblicas y mitológicas más antiguas. Se acercó un poco más a él, contemplándolo en su totalidad: sus hojas y ramas eran tan oscuros como el tronco mismo, pero con una tonalidad más violeta. Le daban una apariencia de un cabello pintado que matizaba y remarcaba la imponencia del tronco.
La lupa se calentó hasta tal punto que la tuvo que soltar. Elena temió que se le hubiera quebrado con el impacto sobre el suelo, pero no fue así, la lupa seguía ardiendo y sacando humo sobre el suelo. La miró desconcertada sin saber qué hacer. El gran árbol seguía quieto e impávido, mostrando su grandeza en aquel grisáceo bosque.
La lupa dejó de arder y volvió a su color negro. Cuando Elena estaba a punto de agacharse a recogerla, empezó a crecer y a crecer, hasta llegar a un tamaño mucho más grande que el de la mujer. Con trabajo la levantó y la puso frente al gran árbol.
Entonces El Vigilante apareció.
Del gran tronco oscuro y, solo visible a través del lente de la lupa, emergió un ojo gigante que la veía fijamente. No se movía ni parpadeaba, solo clavaba su energía en Elena con su oscuro iris  y sus parpados saltones.
    ¿Por qué acudes a mí? —le habló el vigilante por medio del pensamiento, aunque Elena captó una voz pastosa y grave que se le metía en su cerebro, la voz propia de un árbol.
    Patricio, mi esposo y señor, ha caído presa de un hechizo de una bruja llamada Maibelina. Y yo sé que solo tú, el gran vigilante, puedes arrebatarle el mal.
Una risa llegó como primera respuesta del árbol a la cabeza de Elena, después le dijo:
    ¿Maibelina? Claro  que sé quién es, yo la he iniciado. ¿Y por qué debería yo ayudarte?
Elena reflexionó un poco antes de contestar.
    Yo sé que tú eres el líder y creador de las hechiceras. Tú puedes revertir los efectos de la maldad hecha por tus brujas.
    Yo puedo hacer todo, yo puedo colapsar este planeta con un solo parpadeo de mi ojo. ¿Porque crees que nunca parpadeo? Pero, dime tú, mujer insignificante —le dijo entrecerrando su ojo— ¿qué me darías a cambio de mi ayuda?
Elena dio un paso hacia atrás sin soltar la lupa, la hizo a un lado y descubrió que sin ella, solo había enfrente el gran árbol, no veía al vigilante; entonces, la colocó de nuevo y respirando profundamente le contestó:
    A cambio te doy mi alma, voy a ser una de las tuyas.
Otra risa llegó a la mente de Elena.
    ¿Tanto te importa tu esposo y señor como para cederme tu esencia y poder?
    Mi corazón será tuyo —dijo Elena afirmando con la cabeza, se llevó una mano al corazón y agregó—: ¿Lo harás?
El Vigilante se quedó un buen rato callado, su ojo no parpadeaba ni emitía ningún sonido o movimiento como respuesta. Elena pensó que rechazaría su respuesta, al fin y al cabo, solo era una abnegada esposa buscando recuperar a su esposo.
    Lo haré —dijo al fin el gran árbol—, pero tarde o temprano Maibelina se dará cuenta y entonces tendrás que arreglar cuentas con ella. —Entrecerró el ojo—. Sea pues tu alma mía.
Elena soltó la lupa porque esta volvió a calentarse, pero para su sorpresa está no se cayó, se había anclado al suelo. Del ojo de El Vigilante salió una luz que se proyectó  a través del cristal en forma de fuego. Fue una llamarada que envolvió a la mujer en su totalidad. No la quemaba, solo sentía un calor reconfortante. A pesar de que no le dolía, su piel comenzó a despellejarse, se le fue arrancando en las brasas hasta desaparecer; entonces, los músculos desnudos cedieron en el calor y comenzaron a derretirse dejando solo el esqueleto de Elena.
La mujer se quedó quieta esperando una desintegración total, pero esta no llegó. El fuego cesó y comenzó a rodearla una capa de luz violeta (como la de las hojas del gran árbol). La luz comenzó a regenerarle sus músculos desbaratados, dándoles la misma tonicidad antes de que se derritieran; después, la piel terminó por adherirse por completo a su cuerpo formando de nuevo íntegramente a Elena. Solo la ropa se había ido, estaba desnuda y sobre su coxis —en el inicio de su columna—, estaba el mismo símbolo de la lupa.  Ahora había quedado marcada como una bruja, como perteneciente a la legión de El Vigilante.
    Ahora ya eres mía —dijo el gran árbol—, Ya puedes quitarle la magia a tu antiguo esposo y señor. Él podrá rehacer su vida y cuidará de tus hijos.  Pero tú desde ahora, ya eres mía y te iniciaré con los nuevos niveles de placer que jamás habías imaginado.
El gran árbol comenzó a abrirse en dos. En su interior había carne, carne rosada y fresca, eran trozos acoplados en un hermoso collage perfectamente adheridos a su tronco. Era carne viva, palpitante y húmeda, que estaba bañada en un sudor que despertó la libido de Elena.
    Ven al éxtasis —le dijo el gran árbol abriendo más su compuerta, como un gran amante incitándola a una copulación—. Siente un orgasmo mágico, siente el primer orgasmo que sintió Dios al crearme.
Elena se metió con la misma delicadeza con que lo haría en su bañera. Sintió un vapor tibio que la inundó. Sus pies rosaron las carnes que empezaron a agitarse y segregar fluidos transparentes. La nueva bruja se dejó fundir en el placer inmediato; ya después, se encargaría de salvar a su antiguo esposo y despedirse de sus hijos y, lidiaría con la furia de Maibelina. Ahora solo deseaba sentir el éxtasis de las carnes vibrantes del árbol y fusionarse con la totalidad de la vida.
El vigilante se cerró con Elena adentro. La lupa volvió a su tamaño original y regresó a la casa, esperando a la siguiente candidata a bruja de El Vigilante.

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