lunes, 24 de octubre de 2016

Fragmentos de terror... PRUEBA Y ERROR

La ciencia siempre ha buscado la vida en otros planetas, quizá algún día, en base a un riguroso método científico y la prueba y error constantes, lo logré...



PRUEBA Y ERROR

    Te digo que cuando logre concatenar todas las intersecciones de destellos se podrá encapsular la energía conjunta —me dijo Leopoldo con su extraño lenguaje. ¡Vaya idea mía de trabajar con un científico genio!
Comenzó a ajustar los espejos, los había acomodado de manera sincronizada para que cuando la primera luz del sol entrase, reflejara los rayos en el siguiente espejo y en forma de cadena, siguiera el reflejo hasta llegar al receptor de energía: un cuarzo especial. Todos estaban unidos por tubos de espejos para que no se dispersara la luz y pudiera llegar de un espejo a otro. Cada espejo tenía una pequeña lupa que estimulaba la energía haciéndola más fuerte para llegar al siguiente y poder concentrar más la luz hacia el objetivo. El laboratorio se veía como una serpiente llena de espejos y cilindros vidriosos a su alrededor.




    Ayúdame —me dijo moviendo un espejo del piso—. Alúmbralo. —Prendí la lámpara que simulaba al sol, su aro se reflejó activando el sensor de luz del siguiente espejo—. Muy bien, era el que faltaba, cosa de unos milímetros.
    ¿Y tú crees que todo esto sirva?
    Esto es ciencia —dijo afirmando con su dedo—, ciencia creadora, mi querido Watson.
¿Watson? No me gustaba que me dijera así, ni que fuera un simple ayudante de detective. De todas maneras me sonreí y seguí haciendo las indicaciones. Después de varios ajustes, todos los sensores de luz de cada espejo estaban encendidos, la luz lograba traspasar atreves de todo el tobogán vidrioso.
    Muy bien, ahora hay que quitar las bombillas —me dijo viendo el reloj de pared—, nos queda poco tiempo, la luz del inicio de verano está por llegar.
Comencé a quitarlas en lo que el preparaba el cuarzo receptor de energía. Acabamos y tuvimos el tiempo suficiente para estar sentados  unos minutos esperando la salida y destellos del  solsticio de verano. La luz entró a través de la ventana y, por medio de la lupa inicial, empezó a  proyectar la luz en el primer espejo y este la siguió reflejando, tal y como la había dicho Leopoldo. El cilindro se siguió encendiendo y los sensores se fueron prendiendo indicando el camino del éxito.
El haz luminoso y energético llegó hasta el cuarzo haciéndolo que empezara a colorarse.
    Creo que hay un sobrecalentamiento —le dije mirando al primer espejo que empezaba a sacar humo—. Es mucho calor de la lupa.
    Solo un poco más —suplicó Leopoldo sin dejar de ver al cuarzo y su transformación de color.
Toda esta idea de poder almacenar la energía solar en un cuarzo y usarlo como una pila capaz de sustituir a la electricidad de toda una colonia, era una idea descabellada, pero Leopoldo me pagaba por ayudarle, así que le seguía el juego. Y como en todo experimento de prueba y error, el cuarzo sacó un destello de luz que nos cegó. Tuvimos que cerrar los ojos y agacharnos al oír un estallido.
    No puede ser —gritó Leopoldo.
    Le dije que había exceso de calor.
Cuando por fin pudimos abrir los ojos, la luz ya no nos cegaba y la mitad del cuarzo había explotado hacia la pared, pero no como se supone debía de haberlo hecho. La pared estaba desecha y mostraba un camino hacia otro lugar desconocido.
    ¿Qué se supone que es esto? —le pregunté—. Ese camino no es lo que hay detrás de este laboratorio.
    Esto es increíble —dijo Leopoldo acercándose al límite de la pared—. Es…
Del otro lado del laboratorio había un aro de luz azul en espiral que giraba como un huracán. Al final del espiral, estaba un círculo negro.
    … un hoyo negro. —Sacó su mano con mucho tacto más allá  de la pared—. Pero no hay efecto de succión.
    Quizá no sea un hoyo —le dije sin atreverme a acercarme. Volteó a mirarme perplejo, con cara de asombro pero a la vez de preocupación—. Quizá sea un acceso a otra parte del universo.
Leopoldo fue el que me miró esta vez como si yo fuera el científico que hubiera hablado con palabras de enciclopedia. No me dijo nada, miró de nuevo hacia el espiral y empezó a caminar hacia él.
    No lo haga —le grité queriendo ir a detenerlo, pero  fue inútil; no tuve el valor para ir por él.
Se siguió acercando hasta el vórtice negro con la misma cautela que lo haría si estuviera pisando un campo minado. Cuando llegó al círculo, volteó y me miró de nuevo. Esta vez fue una mirada como de despedida, como pidiéndome que yo fuera el testigo precursor de su trabajo, de su ciencia y su descubrimiento. Viró de nuevo y con la punta de su dedo tocó el vórtice. No era sólido, su dedo se siguió de corrido hasta desaparecer sobre él. Siguió metiendo su mano y cuando está terminó de entrar por aquel paso, de un jalón se metió por completo.
    Maestro —le grité acercándome al borde de la pared—. Maestro —repetí, pero no hubo respuesta, no estaba ya aquí. Había desaparecido tras el círculo negro.
Trastornado por todo lo que acababa de ocurrir, no me había acordado de volver a ver el primer espejo que estaba sacando humo, un olor a quemado me hizo reaccionar ante el espiral giratorio que tenía cierto poder hipnotizante. El espejo se había incendiado y el fuego se estaba propagando no solo por todo el cilíndrico vidrioso, si no, las llamas ya estaban en la mitad de todo el laboratorio.
Estaba atrapado, la salida estaba más allá de las llamas, y el extintor pegado a la puerta. Cuando el humo alcanzó los sensores de fuego, la alarma comenzó a sonar; cosa que no me servía. Era domingo y no había nadie más en ese sitio que nosotros dos. Cuando alguien en la calle se diera cuenta del incendio y le hablara a los bomberos, lo más probable sería que ya estaría yo achicharrado.
Solo tenía dos opciones: intentar lidiar con las llamas  esperando no incendiarme o, seguir a Leopoldo.
Una fuerte explosión cimbró el lugar; el fuego, debía de haber alcanzado los tubos de gas y las sustancias químicas de los estantes. Ahora ya no tenía opción.
Caminé a través del espiral luminoso, hipnotizado por su movimiento giratorio. Llegué hasta el círculo negro y, al igual que Leopoldo, introduje la punta de mi dedo. La sensación al tacto no fue tan rara, fue como si traspasara una cascada. No hubo nada más, mi dedo seguía intacto y lo podía seguir moviendo más allá de donde ya no lo veía. Tomé el valor y entré.
Aquel lugar, planeta o lo que fuera, era como un campo de provincia en una noche despejada. El cielo era de un azul oscuro adornado con hermosas estrellas. Me recordó a las prácticas que había tenido con el científico en provincia con un potente telescopio buscando planetoides. La diferencia era que aquí las estrellas parecían muy cercanas, tanto que imaginé que si tuviera una escalera muy grande podría subir y tocarlas. Ante eso, supuse que quizá no eran estrellas y solo eran lámparas en un techo muy alto. Entonces no estaba en otra parte del cosmos, solo podía ser un montaje científico para medir mi reacción ante este show y, en algún lado y con una libreta en mano, estaría Leopoldo junto con otros colegas suyos tomando notas de mis reacciones.
Pero el piso me hizo dudar de esa idea que había maquilado. Era como un gran cristal completamente nítido, debajo de él se podían apreciar planetas pequeños. Fui recorriendo las esferas cilíndricas de cada planeta. Conforme lo hacía, podía sentir cambios de clima en mis pies. En el primer planeta, el cual supuse que era Neptuno, sentía un frio que me llegaba desde la suela de mis zapatos y se me iba subiendo por mis huesos. Recorrí y la temperatura fue ascendiendo hasta templarse. Llegué pues a la representación del planeta tierra; era una presentación perfecta, podía ver con todo detalle  los continentes y los mares. De no ser porque estaba tan pequeño para su tamaño real, hubiera jurado que estaba ante mi planeta visto desde algún satélite. Inclusive una capa de smog y unos hoyos en la que debía de ser su capa de ozono, lo hacían aún más real.
Embobado ante tales representaciones, seguí avanzando hasta llegar al sol, el calor en mis pies se hizo casi insoportable, y la luz que destellaba me hizo cerrar los ojos y apresurar el paso hasta pasar a otra galaxia (quizá Andrómeda). Levanté la vista queriéndome olvidar del espectáculo y centrándome en lo que tenía que hacer.
    Maestro Leopoldo —grité con todas mis fuerzas. Solo veía el cielo estrellado, pero en la superficie no había ningún objeto—. Maestro Leopoldo.
Silencio.  Mi voz se apagaba. No había ni siquiera un eco que la siguiera. Así caminé un rato viendo de reojo el desfile de planetas desconocidos en el piso y prestando atención a descubrir algo más. Entonces encontré unos palos largos que estaban alineados marcando un camino. Toqué uno de ellos, parecía una vil madera.
    Aquí les falló la utilería —dije confirmando la textura y mi idea de que todo esto era un montaje científico—. Tan bonita representación de las galaxias y dejan aquí unas maderas.
No hubo respuesta, debían de seguir anotando los científicos mis reacciones; así que decidí seguir con el juego hasta que se cansaran y me dejaran salir. Avancé entre los palos, eran cientos pues la fila se extendía mucho más allá de mi vista.  De repente, los palos comenzaron a moverse, de su parte baja y media se abrieron unos orificios por donde salieron unos tubos más delgados. Eran como brazos y piernas que tenían hasta articulaciones. Del palo que tenía más cercano, se abrieron dos cuencas por donde brotaron unos ojos saltones.
Con sus piernas de madera ya afuera, se pusieron de pie y me miraron todos. Eran muy altos, de tres o cuatro metros, calculé.
    Perdón —murmuré—, pero creo que como experimento ha sido suficiente. Maestro Leopoldo ya salga.
Uno de los palos se hincó ante mí, me miró con extrañeza y de una hendidura que se formó debajo de sus ojos saltones, salió una carcajada. Los demás se rieron también. A diferencia de mis gritos, sus risas si tenían eco, un eco que me hizo tapar los oídos ante tal escándalo.
Cuando se callaron agregué:
    Sí que son unos robots bien construidos. Leopoldo nunca me había hablado de esto. Estuve a punto de creer que ustedes eran seres espaciales.
Nunca había yo sido un gran cómico  entre mis amigos ni mucho menos, pero provoqué otro ensordecedor coro de risas.
Agité mis brazos pidiéndoles se callaran.
    Ya estuvo bueno —grité—. O en este momento voy a buscar un hacha y haré  lo que se hace con la madera.
    ¿Madera? —dijo alguien que venía por entre la fila de palos vivientes. Al acercarse, corroboré que era Leopoldo—. No seas tan ofensivo  con tus palabras. ¿No veis que son habitantes de esta galaxia regidora?
    Maestro, yo… —No sabía que decir, ni siquiera yo me creía que fueran robots, la tecnología humana era mucha, pero no para lograr todo lo que había visto hasta ese momento, y menos estos palos con piernas que se reían de todo lo que yo decía.
    La ciencia es visible —me dijo extendiendo sus manos. Los palos fueron hincándose ante su paso haciéndole una reverencia—. La ciencia es repetible y predecible. Es una prueba y error constante. ¿No acaso estás viendo las pruebas? —Tocó uno de los palos, este pareció emitir con la ranura de su  boca una sonrisa—. Esto es la realidad ante tus ojos.
    ¿Pero usted ya los conocía?
Leopoldo siguió avanzando hasta llegar  a mí, me señaló para que lo acompañara hasta donde estaba nuestro planeta tierra.
    Yo ya he estado aquí —me fue diciendo conforme avanzábamos, detrás venían los palos marchando como escoltas tras su presidente—. Soy el rey de este lugar, pero me había tomado unas vacaciones y, para serte sincero, había perdido mi portal de transportación. Por eso necesitaba tu ayuda para construir un nuevo acceso.
    Pero, yo pensé que… —Miré al planeta tierra lleno de gases—. El cuarzo receptor de energía.
    ¿Tú crees eso? —me hizo un ademan de desprecio con la mano—. ¿Con este planeta tierra casi destruido en el que vives? ¿Quién querría vivir ahí, teniendo esto? —señaló hacia su galaxia—. Y siendo un soberano, como el que soy.
No contesté, no tenía que decir.
    Y la cuestión aquí, es que mi población me pide energía para conservar este sitio y su magnificencia. Energía que solo es capaz de concentrarse en un cerebro humano.
Los palos comenzaron a rodearme.
    Mi querido Watson, me has sido muy útil todo este tiempo, y ahora lo serás más.
Sus súbditos me sujetaron, intenté zafarme pero eran muy fuertes para estar tan flacos. Me condujeron hasta un sitio alejado, donde había unos cilindros de cristal como los que habíamos elaborado en el laboratorio; solo que mucho más largos y gruesos. Tenían también espejos pero con un material diferente (algo parecido al mercurio) y al final un receptor de energía. Este no era un cuarzo, era un cerebro humano que proyectaba un campo de energía sobre el que debía de ser el centro de esta galaxia. El cerebro se veía seco y a pesar de que palpitaba como un corazón, parecía cansado y enfermo.
    El cerebro humano, nuestra gran batería universal —dijo Leopoldo mostrándomelo—. Solo que también tiene un tiempo de vida. Pero ahora, gracias a ti, renovaremos  nuestra fuente de energía.
    ¿Esto debe ser una broma, verdad? —pregunté no muy convencido—. ¿Un experimento de alucinaciones o algo así?
Los palos estallaron en risas. Leopoldo sonrió también como un padre feliz de ver a sus hijos divirtiéndose.
    Les agradas a ellos —me dijo—. Si no fuera necesaria tu batería, les gustaría que fueras su arlequín oficial. Lástima. —Se acercó hacia mí con un lápiz  metálico—. Descuida, no duele. Esta tecnología es muy rápida. Y gracias de nuevo en nombre de mis súbditos.
Los palos me hicieron una ligera reverencia, mientras Leopoldo me ponía el artefacto en el cráneo.

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