No siempre es necesario preocuparse de las plagas de roedores, a veces nos pueden salvar...
SIN BARRERAS
Augusto había logrado cerrarle el
paso al roedor y hacer que se saliera de su casa. Toda la colonia estaba
infestada de ratones, eran una plaga y una pesadilla para el vecindario. Y como
era una zona de bajos recursos, el gobierno no le interesaba poner cartas en el
asunto argumentando que había mucha basura en las calles, y el exceso de casas
sucias con cosas viejas almacenadas, les hacía muy difícil el trabajo. A pesar
de que todas las casas tenían selladas puertas y ventanas, nunca faltaban los
animalejos que se colaban y hacían de las suyas en los hogares.
Así como el que acababa de correr
Augusto, tras fallarle las trampas y los venenos. Correteó un poco al roedor
afuera para que no se le fuera a regresar, hasta que vio que se daba la vuelta
en la esquina. Por curiosidad lo siguió para ver a donde terminaba, pensó que
se metería entre algún arbusto o en una coladera, pero fue a parar al único
lugar que no tenía protección contra los roedores: La casa de la señora Greta.
La cual tenía un espacio lo suficientemente amplio entre el piso y el inicio
del marco de la puerta, como para que entraran infinidad de roedores.
Augusto pensó que esa casa debía
de estar llena de trampas para lidiar con todos los animalejos que entrasen por
ahí, como el ratón que acababa él de correr. Muchas cosas se decían de la
señora Greta y las plagas que debía de haber en su casa: Que si comía ratones o
los vendía como carne en la colonia de a lado, que si con eso alimentaba a sus
gatos, etc. Pero eran solo habladurías.
Pues la señora se había vuelto muy ermitaña y huraña desde la desaparición y
presunta muerte de su esposo e hijos. No se había preocupado nunca por tapar
ese hueco de su piso y ahora quizá si tenía lleno de bichos su hogar. Augusto
sintió por un momento asco al pensar en tanto roedor junto, pero tomó una
decisión de entrar en esa casa y averiguar.
Corrió hacia su hogar por una trampa
para tener una excusa para acercarse. Tocó varias veces y pensó que nunca le
abrirían, pero tras un rechinido largo, la cara arrugada y demacrada de la
señora Greta apareció sobre la penumbra.
— Este…
—balbuceó Augusto rascándose la cabeza—. Soy un vecino de aquí atrás, estaba
rumbo a mi casa cuando he alcanzado a ver que un ratón se ha metido por aquí, y
supuse que necesitaría esto. —Le extendió la trampa—. Es difícil cazarlos.
La señora Greta no se inmutó,
solo lo veía con mirada inquisitiva.
— Ya
ve que por aquí está plagado de roedores —agregó Augusto arrepintiéndose de
estar ahí—. Recogió su brazo con la trampa. —Bueno, eso era todo, gracias —agregó
dándose la media vuelta.
— Espere
—dijo con voz cancina y muy grave—. Pase.
Ahora el que se había quedado
quieto durante unos segundos, fue Augusto. Volteó, sabía que estaba pálido y
seguía con la idea de haber cometido un error al estar ahí.
— Solo
le quiera dar la trampa y …
— Pase
—repitió la anciana adentrándose en la penumbra de la casa y dejando la puerta
abierta a sus espaldas.
— Este…
yo. —Se restregó Augusto la cara con la mano. Maldijo en voz baja y tras
suspirar, entró.
En el interior de la casa solo había
una bombilla de baja intensidad que hacía que todo se mantuviera en penumbras
Se podían apreciar unos muebles antiguos y mal acomodados que enrarecían más el
ambiente. Augusto pensó en preguntarle si no tenía más focos, pero al suponer
que era la única que vivía ahí, concluyó que no era necesario que tuviera tanta
iluminación. La bombilla estaba en un pasillo lateral y era de bajo nivel.
La señora Greta lo estaba
esperando en el sillón, le hizo una seña para que hiciera lo mismo, aunque
incomodo, Augusto se sentó frente a ella.
— Linda
casa —le dijo sintiéndose muy estúpido por ese comentario que ni la dueña lo creería—.
¿Le gustaría que le ayudara a poner la trampa o intentar buscar al ratón?
La señora lo escudriñó un rato
sin pronunciar ninguna palabra.
— ¿No
se le meten roedores muy seguido? —siguió diciendo ante el silencio de la mujer—.
Porque lo que es a nosotros no dejan de molestarnos, y eso que siempre tenemos
todo cerrado y con mosquiteros.
Solo silencio. Ahora Augusto no sabía
que más decir, se quedó callado. En aquel silencio, se pudo percatar de un
ruido que parecía provenir del pasillo, por donde estaba el foco. Era como un ronroneo
agudo que se paraba a intervalos continuos.
— ¿Vive
con usted alguien más?
— ¿Por
qué es usted tan preguntón? —dijo al fin la señora Greta— ¿Sabe que la
curiosidad mató al gato?
Augusto se quedó helado. El
ronroneo aumentó su volumen.
— Perdón,
es que ese ruido —señaló hacia el pasillo.
— Sé
que mucho se preocupan ustedes mis vecinos de si mi casa está o no sellada como
la de todos, y sé que han de decir constantemente: “si a nosotros se nos meten
esas sabandijas, ¿qué será de la casa de esa vieja ermitaña? —Su tono era
molesto y Augusto se arrepintió una vez más de haber entrado—. Y ahora tú, mi
vecino, estas aquí queriendo averiguar si estoy infestada de ratones o si los
tengo como mascotas. —Esbozó una sonrisa débil y sin vida—. Pero todo tiene una
razón de ser que nadie, excepto yo, lo sé.
El ronroneo se hizo más fuerte,
hizo que la señora se callara y volteara hacia el pasillo. Augusto también fijó
su mirada en aquella zona, no estaba sola. Ese ruido podía ser de sus gatos.
¡Si, eso era! Debía de tener muchos gatos que se comieran a los ratones que
entraban.
— Yo
ya estoy vieja —continuó la mujer viendo de nuevo hacia su visitante— y mis
gatos necesitan alimento constante y fresco. ¿Te imaginas si el gobierno fumiga
la colonia? ¿Qué van a comer mis gatos? Tendrían que salir a buscar su
alimento.
Augusto se sintió aliviado, el
misterio de la señora Greta y el ruido del ronroneo estaban solucionados.
— Me
imagino que sus ingresos son pocos. ¿Tiene muchos gatos? —sonrió—. Vaya que se
oye fuerte el ronroneo.
— Solo
tres —respondió la anciana manoteando al aire, por primera vez esbozó una
sonrisa autentica y sus ojos le brillaron—. Los quiero tanto, son mi vida y mi
razón de ser. —Hizo una pausa volteando al pasillo. Un maullido se dejó escapar
de ahí, fue un sonido muy fuerte y hueco—. Daría mi vida por ellos, y gracias a
ti —lo señaló con el dedo— ellos estarán bien.
— No
comprendo señora Greta. ¿Qué podría yo hacer por ellos? Mi empleo no es muy bien
pagado y no podría yo traerle comida, bueno solo de vez en cuando y…
La anciana se levantó ilusionada
y le extendió la mano a Augusto, lo llevó hacia el pasillo.
— Ven
a conocerlos. Eres lo que tanto esperaba.
Llegaron al pasillo y el ronroneo
cesó dejando todo en silencio. La anciana abrió la última puerta y lo condujo
al interior. Estaba todo en penumbras y un olor hediondo invadió las fosas
nasales de Augusto, era una combinación de orines de gatos y carne podrida. La
señora Greta llegó hasta la mitad del cuarto y jaló un cordón para encender un
foco. El cuarto se iluminó y dejó ver todo su contenido.
— Trato
de tener aseado, pero a los mininos les gusta ese olor. Perdona el aroma, pero
ya te acostumbrarás.
Regado por todo el piso había cadáveres
de ratones, algunos estaban completos y otros solo por partes. Al final del
pasillo, reposaban tres gatos sobre unos cobertores, eran como gatos de raza
ragdoll: con amplio pelaje blanco y esponjado, pero eran más grandes que una
persona.
— ¿Pero
es que acaso son tigres? —susurró Augusto retrocediendo un poco.
— No
les tenga miedo. Ahora son suyos. —Le dio un ligero empujón para que se
acercase—. Adelante.
Augusto no quiso tratar de entender
lo que le decía la mujer, su fascinación por esos animales lo hizo avanzar. No
eran del tamaño de un tigre, eran mucho más grandes, conforme se fue acercando
el ronroneo empezó, a pesar de que era un ruido muy fuerte, no era desagradable,
inclusive lo sentía como arrullador. Se acercó más y pudo observar bien sus
caras. Eran una combinación de un gato con facciones humanas.
— ¿Pero
qué cosas son?
— Hay
veces que no se tienen opciones, vecino; y de perder a mi esposo y mis hijos, a
tenerlos siempre presentes, he escogido cuidarlos y alimentarlos.
Augusto volteó hacia la anciana
sin pronunciar palabra, no sabía que decir.
— Magia
vudú de renacimiento. —Se acercó hacia los felinos y con una gran ternura
comenzó a acariciarlos, el ronroneo se incrementó haciéndose difícil de tolerar
tanto ruido—. No querrá que estos seres salgan a alimentarse, ¿verdad? —agregó gritándole casi al oído para que
pudiera oírle—. No tiene idea de su apetito y lo que son capaces de comer.
Augusto se
acercó extendiendo su mano hacia uno de los felinos, el más grande, debía ser
el esposo de la señora Greta. Volteó un momento a ver a la anciana, la cual le
animó con la cabeza y una gran sonrisa para que lo tocara. La mano del vecino
siguió su camino y acarició aquella inmensidad de pelo. El gato se estremeció
lanzando un tierno maullido
— Que
mira que les has gustado —dijo con júbilo la mujer—. Si no, ahorita ya te
hubieran comido.
Augusto siguió acariciando al
gato, entre el ronroneo, el calor y la vibración del animal, cerró los ojos y
sonrió.
Que mas paso?? Se comierón al vecino?
ResponderEliminarDe hecho ahí acaba el cuento, mi idea es que la señora Greta buscaba a alguien que la pudiera ayudar para que le diera de comer a su familia de gatos. Gracias por tu comentario y por tu interés.
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