lunes, 11 de septiembre de 2017

Fragmentos de terror... EL CIRCO.

A todos nos gusta el circo... bueno, no a todos...



EL CIRCO 


La primera vez que vi el circo fue un día que mi mami me llevaba paseando por el parque, se llamaba “Ver para creer” y estaba en un terreno muy grande donde se instalaban ferias y exposiciones. Mi hermano estuvo averiguando por internet que era uno de los circos más extraños y famosos del mundo, hacia giras por todo el mundo y ahora estaba muy cerca de nosotros. Contaban con dos categorías de espectáculos: uno para niños y otro para adultos. A pesar de que no había ni una sola foto de las exposiciones por internet, mi mami dijo que eran cosas muy fuertes y no aptas para nosotros. Quizá para mis siete años de edad tenía razón, pero para Braulio, mi hermano de once años, fue algo que no le pareció. 

  Conforme mi hermano averiguó más sobre el circo, se obsesionó al grado de convencerme para que fuéramos (a pesar de mi miedo), pero no fue suficiente para convencer a nuestra madre de que nos dejara ir. 

     Braulio era un testarudo y sabía que eso no lo detendría.







    Los jueves íbamos a la casa de unos amigos y estábamos toda la tarde jugando con ellos en lo que mi mamá se iba a platicar con sus amigas (Mi mama era soltera y no volvió a tener pareja por temor a que nos maltratara), por lo que esa salida era su única distracción semanal. Ese jueves nos llevó con nuestros amigos y se fue a su cita. Braulio no tardó en convencer a los padres de nuestros amigos para que nos dejaran ir al circo. 

     Sus papás no solo nos fueron a dejar, también nos invitaron las entradas al circo, dijeron que regresarían a por nosotros en media hora. Ese día no había mucha gente, solo vimos a una familia que salía del circo con una niña como de mi edad que lloraba pegada a las faldas de su mamá, al parecer el circo la había espantado. Eso me puso más nerviosa. El circo se dividía en dos grandes carpas con sus respectivos letreros: “Niños” y “Adultos”. Aunque todavía tenía miedo, me animé a entrar. La exposición no era nada del otro mundo, desde la entrada había una serie de espejos que te deformaban. 

   — Así te ves más gorda —me dijo mi hermano, yo era ancha y solía hacerme burla de ello. Me aguanté la burla, ya llegaría mi turno. 

Seguimos avanzando y comenzaron los espejos que te hacia ver flaco flaco. 

  — Sí que eres un gusano desnutrido —le dije a mi hermano. Él era delgado y en los espejos parecía un palillo de dientes. 

   No me dijo nada y se volteó enojado, nos apuró a la siguiente zona: eran dos paredes con fotos de animales y personas raras: unas niñas pegadas por la cara y la mitad del cuerpo; hombres con deformidades como un hombre con dos narices o un hombre con la cara peluda como hombre lobo; un gato con dos colas o un burro con patas de cabra. Eran espeluznantes pero solo eran fotos, nada real. Casi acabábamos de terminar la exposición, esto había resultado desilusionante. A pesar de ello, mi hermano parecía aun emocionado y no dejaba de ver hacia todos lados. Llegamos al final de la exposición, enfrente se veía la entrada de la carpa de adultos con un hombre vigilando. 

  — ¿Esto ha sido todo, Braulio? —le dijo Pepe, su amigo, mejor hubiéramos jugado videojuegos en mi casa. 

  — Esto no ha sido todo. Lo interesante está ahí —nos dijo señalando hacia la otra carpa—. Ahí es a donde iremos. 

   — No nos dejarán entrar —le dijo Laura, la hermana de Pepe—. No tenemos ni la edad ni los boletos. 

  — Por ahí claro que no, bobos —nos dijo Braulio dándole un sape a Pepe—. Pero hay otra forma. 

  Regresamos a la mitad de la carpa —donde terminaban los espejos y comenzaban los cuadros—, sobre la carpa había una puerta lateral que estaba entreabierta. Nos acercamos y Braulio la abrió por completo y vimos que enfrente estaba la otra carpa con una puerta igual entreabierta. 

  — Deben de ser salidas de emergencia o para el personal. La de la otra carpa está abierta. 

   — ¿Y si nos sacan? —preguntó Laura. 

   — No pasará nada —contestó Braulio. 

   — Tengo miedo —le dije. 

   — Vamos, no sean maricas. ¿Creen que este circo es el más famoso por esta churrienta exposición infantil? ¡Claro que no! ¿No quieren ver el verdadero espectáculo que ha enmudecido a millones en el mundo? 

   Todos asentimos con la cabeza. 

   — Pues vamos, nadie nos verá y si nos descubren adentro ya habremos visto parte de la exposición. 

   Cruzamos la otra puerta de la carpa y entramos. 

   La carpa de adultos estaba más oscura que la infantil. Al entrar encontramos dos muros con fotos de personas, algunas ya las habíamos visto y había otras imágenes aún más grotescas. Por un momento pensé en taparme mis ojos y no ver, pero mi hermano se burlaría de mí, así que me aguanté y fingí no tener miedo. Y entre tanta foto ninguna tenia explicación, si yo no sabía leer, los del circo no sabían escribir. 

   —¿Esta es la mega exposición? —dijo Pepe—. ¡Wow! Sí que me he perdido lo más in-creí-ble de mi vi-da. 

   Braulio se quedó quieto y callado, veía con tristeza las imágenes, también debía de estar decepcionado. 

   — Pero… Debe haber algo más —dio unos pasos hacia el final de los muros—. Ahí está —nos dijo emocionado señalando hacia el frente—. Vengan. 

   Llegamos hasta donde estaba mi hermano, había una enorme cortina negra que dividía la carpa, tenía un letrero con letras naranjas fosforescentes. 

   — ¿Qué dice? —pregunté. 

   Mi hermano estaba embobado con la mirada hacia la cortina, por lo que Pepe me leyó el cartel: 

   “Esta es la última exposición, LE ADVERTIMOS, que puede ser muy perturbadora. Por favor, si sufre del corazón o es de temperamento débil, NO ENTRE, y regrése por la entrada. QUEDA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA LA ENTRADA A NIÑOS (es por su propia integridad).” 

    — ¿Integridad? —pregunté. 

   — Por tu seguridad —dijo Laura—. ¿Por qué es tan peligroso para los niños? Creo que lo mejor es irnos ya. 
 
   — Vamos, es solo un circo —dijo mi hermano, había llegado a la entrada de la cortina negra—. Ni modo que se arriesguen a que les pase algo a la gente, es solo para darle miedo a los que vienen y espantarlos con esta exposición. Vamos. —Me tomó de la mano, y Pepe tomó la mano de Laura—. Vamos todos unidos. 

   Cruzamos. 

  El otro lado de la cortina negra estaba aún más oscuro, solo una que otra lámpara alumbraba el piso y la pared. ¿Bueno y que había en este lado que fuera tan tenebroso? 

  — Espejos —dijo Laura. 

   Nos acercamos a uno grande y no nos reflejábamos. 

   — Este está raro —dije—, no me veo. 

   — Ni yo en este —comentó Pepe frente a otro—. Y tienen humo por dentro. 
 
  — Neblina —dijo Braulio con su tono de “yo lo sé todo”—. Debe de ser un efecto de computadora, pero debe de haber algo más que esto, estoy seguro. 

   — Hay alguien ahí —dijo Laura señalando hacia el frente. 

   Nos agachamos y juntamos hacia un lado, debía de ser alguien del circo, nos descubrirían y nos sacarían de ahí, y con mala suerte hasta les llamarían a nuestros padres. 

    — ¿Dónde? —dijo Braulio—. No veo a nadie. 

   Laura con los ojos brillosos veía hacia el frente. Levantó los hombros. 

   — Ahí estaba, lo juro. 

   Nos levantamos y seguimos revisando los espejos. Miren aquí hay una imagen —dijo Braulio señalando el espejo que tenía enfrente. Sobre el espejo no se reflejaba ni mi hermano ni nosotros, se reflejaba el gato con dos colas de las fotos. Parecía que el gato nos chillara pero no lo oíamos. Mi hermano empezó a ver a nuestro alrededor buscando al gato que se estuviera reflejando en el espejo, pero no halló nada. 

   — ¡Wow! ¡Qué efecto tan bueno! 

   — Miren acá —dijo Pepe señalando otro espejo, se reflejaban las niñas pegadas. 

   Nos fijamos en todos los espejos, cada uno tenía una figura de las fotos, era como si esos humanos vivieran dentro del espejo. 

   — No veo las cámaras —dijo mi hermano buscando en el techo y pasando su mano alrededor. 

   — ¿Y quieres algo más increíble? —dijo Pepe atrás de un espejo—. No hay cables ni enchufes de ningún tipo. A menos que sea una mega tecnología japonesa, esto es un espejo. 

   — No, no puede ser ­—dijo mi hermano—. No pueden estar ahí. 

   Me acerqué a los espejos y los toque. Eran solidos como los de mi casa. 

   — La tecnología ha avanzado mucho —dijo mi hermano—. Por eso la gente se sorprende de este circo, porque parecen ser espejos de verdad pero algún truco debe de tener. 

   Todas las personas de los espejos se empezaron a mover parecían espantados. 

   — ¿Algo les pasa? —dijo Laura viendo a las niñas pegadas que lloraban. Estas se hicieron a un lado para dejar pasar a un señor. Llevaba un traje, era un hombre de barba blanca y era viejo. Debía de ser alto pues se agacho para poder vernos. ¡Si, nos estaba viendo, sus ojos nos recorrían a los cuatro! 

   — ¿Y este quién es? —dijo Braulio—. No recuerdo haberlo visto en las fotos. 

  El hombre viejo movió su nariz como un perro que nos estuviera oliendo. Nos siguió viendo y se rio. Estaba su figura en todos los espejos. 

   — Tengo miedo —dijo Laura—. Quiero irme. 

   — Es espectacular esto —dijo Braulio moviendo sus brazos hacia arriba—, solo disfrútenlo. 

   — Mi hermana tiene razón, vámonos. Esto ya me está dando miedo. 

  En el espejo que estaba más cerca de mí apareció un hombre bajito, tenía la cara deforme. No me dio miedo, me dio tristeza, parecía que me quería decir algo; incluso movió la boca, me estaba hablando, pero no le oía nada. 

   — Braulio —le dije codeándolo—. Mira, ese hombre chaparrito me quiere decir algo. 

   Mi hermano iba a voltear pero Pepe lo interrumpió: 

   — Observen —señaló hacia los espejos—, regresaron todas las personas deformes. 

   — Se ha ido el hombre viejo —dijo Laura—. Me daba tanto miedo. 

   — Pero no se fijan bien —les grité enojada—. Nos están tratando de decir algo. 

   Todas las personas movían sus bocas y movían sus manos haciéndonos señas. 

   — ¿Qué nos quieren decir? —preguntó Laura. 

  — A parte de los que nos quieran decir, vean a esas pobres personas —dijo mi hermano señalándolos—. Miren sus manos y pies. 

   Todos, incluso los animales estaban encadenados. Fue cuando comprendí lo que nos querían decir: “Corran”. 

  — Nos están advirtiendo algo —dijo Laura captando también el mensaje—, como si quisieran que nos fuéramos. 

  — Recuerden el mensaje de la cortina —dijo Pepe—: “En peligro la integridad de los niños”. 

  Las personas de los espejos se hicieron a un lado, el hombre largo apareció de nuevo, nos veía y se reía, no oímos su risa pero veíamos sus dientes amarillos. 

  Mi hermano se hizo hacia el centro, estaba pálido y casi me pellizcaba el brazo. 

  — ¿Qué te pasa? —le pregunté. 

  — Me ha… me ha tocado el hombre. 

   El viejo de la barba se rio de nuevo, esta vez sí pudimos oírlo, su largo brazo se empezó a salir del espejo. 

   — Corran —gritó Braulio. 

   Todos corrimos, íbamos esquivando sus largos brazos que nos querían atrapar, cada nuevo espejo tenía un largo brazo que intentaba atraparnos. Como pudimos salimos afuera de la carpa, ahí estaba un trabajador del circo con un uniforme naranja. 

   — ¿Están todos bien? —nos dijo— ¿Cómo han entrado ahí? 

   — Esperen —gritó Pepe—. ¿Y mi hermana? 

   Laura no estaba. 

   Íbamos a regresar a buscarla pero el empleado se puso en nuestro camino. 

   — No regresaran de nuevo, niños. Yo la iré a buscar. 

   El hombre se fue a la carpa, me pareció que tardó mucho tiempo y cuando regresó venia solo. 

   — Lo siento, ahora váyanse. 

   — ¿De que hablas? —dijo Pepe intentando regresar—. ¿Qué le hicieron a mi hermana? No me iré sin ella. 

   El hombre sujetaba a Pepe para que no se metiese, aproveché para escaparme y entrar. La busqué y la busqué. No estaba pero casi puedo jurar que antes de que llegara el empleado a sacarme, la vi dentro de un espejo, Laura lloraba y sus manos y pies estaban encadenados. 

   Ya han pasado varios años de eso y a pesar de que el circo solo cerró un par de años por la demanda de los padres de mis amigos, volvió a abrir y aún sigue dando espectáculo en todo el mundo. Eso en parte es alentador pues cuando crezca me he prometido con mi hermano y Pepe que iremos a buscarla, la encontraremos y la sacaremos de esos espejos. La liberaremos de ese viejo barbón, no sé cómo pero lo haremos.


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