lunes, 30 de octubre de 2017

Fragmentos de terror... EL GRAFITI.


¿Que puede habar detrás de un inocente grafiti sobre una pared?


EL GRAFITI 

I

Tenía apenas escasos tres meses que habían pintado su fachada, le ayudaron sus hijos, Leo y Rocio. Escogió un tono lila para las paredes y un blanco para la herrería, le daba un bonito contraste con unas arboles de la abundancia que tenía en un balcón del primer piso.

  Todo ese trabajo y esa bonita fachada (cinco años sin haberla pintado) le duraron un par de días —ni siquiera el gusto de haber celebrado el día de la faena de la pintada con un asado de carne y patatas fritas), pues en la mañana del tercer día amanecieron una serie de grafitis sobre sus puertas y muros.

  Enojado la primera vez, el señor Pérez tomó su brocha con el resto de pintura y se esmeró en volver a pintar todo. “Esos malnacidos ociosos no nos arruinarán nuestro trabajo con sus estupideces”, le había dicho a su mujer ese día. Pasaron otros dos días de belleza estética, hasta que la tercera mañana nuevos grafitis aparecieron. El señor Pérez repitió la faena de pintar todo. 






  — Tú te cansarás primero, amor —le había dicho su mujer.

  — No permitiré que esos zánganos se salgan con la suya —contestó el señor Pérez sin dejar de dar brochazos.

  Y la historia se repitió a la tercera mañana. Leo, el hijo de Pérez, se había tomado a la tarea de tomar fotos de evidencia de los pintarrajeados sobre los muros antes de que fueran cubiertos por nuevas capas de pintura. Esa tercera vez cuando vio que su papá estaba con el rodillo en la mano, lo interrumpió diciéndole:

  — Espera, padre, no los pintes

  — ¿Qué dices, tú también estás como tu madre? ¿Acaso creen que me ganaran esos vándalos con sus mugres símbolos sin sentido?

  No hubo más discusión al respecto, pero Leo tenia las fotos. Las estuvo viendo un rato en su celular, tenían algo que le llamaba la atención, eran una serie de círculos, líneas y triángulos, era como un antiguo sistema de comunicación. Leo no recordaba en que clase o materia había visto algo parecido, pero vagamente recordaba algo así, estaba casi seguro que era un tipo de escritura aunque sin mucho sentido. Al menos que…

  Prendió su ordenador y copió las tres imágenes a la computadora. Abrió power point y las pegó, las puso en la presentación pero aun así seguían siendo tres imágenes sin sentido ni relación. Rocío, su hermana que apenas iba en sexto de primaria, lo veían desde la puerta.

  — ¿Y si las juntas? —le dijo.

  Al principio volteó extrañado como si su hermana hablara en el mismo idioma antiguo de los grafitis, pero luego juntó las dispositivas con el software tal cual los habían ido pintando, encajaban perfectamente y además parecían seguir.

  — Ves, te lo dije —dijo Rocío.

  — Esto lo tiene que ver Papa,

  Su padre revisó las imágenes sin la menor importancia.

  — Coincidencia —apuntó—, siempre deben hacer las mismas bobadas y debieron de coincidir.

  — Pero como va a ser si encajan perfectamente.

  — Leo, si fueran una continuación hubieran seguido grafiteando el resto de las casas de los vecinos para acabar el “grandísimo mural”.

  — Quizá solo querían hacerlo aquí.

  — ¿Y si yo no hubiera vuelto a pintar mis muros, qué? —Leo levantó los hombros, su papa parecía destruir todos sus argumentos—. Y aun siendo el caso, no acabaran su obra maestra de figuras en mi fachada. Al rato vienen a instalar un circuito de vigilancia. Si esos malnacidos vienen en la noche, los pillaré y les echaré a la patrulla.

  Leo por un lado quería que esos pandilleros dejaran de ensuciar y cansar a su papá, pero por otro lado deseaba ver si su teoría era cierta.

  La noche transcurrió y fue una noche mala e inquieta para el adolescente, el cual se despertó varias veces. Quiso ser el primero en levantarse para ver si habían captado algo las cámaras, su padre ya estaba viendo el monitor y la grabación.

  — ¿Qué ha pasado? —le preguntó.

  El señor Pérez sin voltear siguió viendo el video, estaba recorriendo la cinta. Se llevó las manos a la cabeza y suspiró.

  — Este circuito no sirve —dijo al fin—, llamaré para que lo retiren.

  — ¿Qué pasó, pintaron de nuevo?

  — Si, esos tipos han hecho de las suyas y en la grabación no hay nada.

  — Quizá la grabación se detuvo antes de que llegaran.

  — No, el reloj continua —dijo señalando el monitor, incluso Ulises, el gato del vecino, aparece un rato maullando afuera. La grabación si se dio pero no aparece nada del grafiteo.

  — Tengo que ver lo que dibujaron.

  Leo salió a la fachada, eran los mismos estilos de dibujo de círculos, triángulos y líneas. Le tomó una foto y regresó a pegar la imagen a la computadora junto con las demás. La imagen encajaba, era un mensaje, ya no le quedaba duda. Al final del dibujo había círculos inconclusos, eso solo le podía indicar que el dibujo debía de seguir.

  — Te lo dije —le dijo Leo a su papá—. Son parte de una imagen más grande.

  — Creo que tienes razón —dijo el padre embobado sin dejar de ver el monitor—. Pero esta obra de arte se ha acabado. No pienso pintar de nuevo, así lo dejaré hasta que me verifiquen el circuito cerrado o hable con la policía y me monitoreen en la noche.

  — Pero debemos de saber en que acaba el dibujo. Es más, yo pintaré.

  — Leo, ¿es en serio? —Le dijo su papá olvidándose del CPU y acercándose a su hijo—. ¿No quieres que convoque a los vecinos y les pida su autorización para que esos hijos de puta nos hagan su obra de arte de una vez en todas las paredes? O mejor aún, ¿les pongo unas sillas y les dejo un picnic para que lo vayan comiendo mientras hacen su arte en mis paredes?

  — Amor, ya no será necesario eso —le dijo su esposa entrando al cuarto—. Los vecinos han convocado a una junta, creo que estabas tan enfrascado en tu pared que no te has fijado en el resto de las casas, todo el vecindario está grafiteado.

II

Salieron a recorrer el resto del vecindario, todas las casas estaba grafiteadas, eran los mismos dibujos que en la casa del señor Pérez, era una continuación pared tras pared.

  — ¿Ves lo que te decía? —le dijo Leo a su papá.

  El señor no dijo nada y esperó a que todos los vecinos se agruparan en la cancha de futbol. El encargado vecinal se puso en el centro del grupo.

  — Señores, aquí todos tenemos el mismo problema: en nuestras narices han grafiteado todo el vecindario. —Hizo una pausa mientras los vecinos afirmaban con la cabeza—. Ya he dado parte a la policía y estarán vigilando todas las noches el vecindario, solo es importante que estemos cuidando lo más que podamos nuestras bardas y cualquier cosa rara que veamos. ¿Alguien vio algo extraño ayer?

  — Es algo tan imposible todo esto, yo estuve hasta las cinco de la mañana en mi jardín con mis amigos —dijo un hombre de prominente barriga cervecera—, y no vimos nada en la calle. Yo sé que esos grafitis no son la gran obra de arte, pero sería imposible haberlos hecho en una hora por toda mi cuadra sin que los hubiésemos visto.

  — Yo vivo en la calle seis —dijo un anciano muy delgado que llevaba un bastón de madera—, y como ustedes sabrán tengo dos perros doberman muy bravos que los hubieran hecho trizas a esos vándalos si hubieran intentado siquiera cruzar mi cerca.

  — Sí que sabemos de sus perros —susurró el señor Pérez—, nadie pasa por su lado.

  Su esposa le dio un codazo. Leo se acercó al centro del círculo junto al encargado vecinal, no le importó que su papá lo fuera a regañar.

  — Es que no se dan cuenta de que no han sido personas los que grafitearon —hubo murmullos que no intimidaron al joven que continuó diciendo—: Después de varios días que nos han grafiteado la casa varias veces, mi padre instaló un circuito cerrado y con plena grabación y evidencia nunca vimos cuando dibujaron nuestra pared por tercera vez.

  — A ver jovencillo —dijo una mujer pelirroja mal encarada—. ¿Qué nos quieres decir?

  — Que estos dibujos no fueron hechos por humanos.

  — Entonces debemos llamar a los caza fantasmas —dijo sonriendo el hombre de la enorme barriga—, o a los hombres de negro.

  Los vecinos se rieron y Leo sintió la mirada fulminante de su padre sabiendo que serían la comidilla de los vecinos todo el mes.

  El encargado vecinal les pidió se callaran.

  — Mira muchacho —le dijo—. Agradezco tu interés pero estarás de acuerdo que esto que planteas es una locura. Solo ha sido una banda muy grande de grafiteros que saben lo que hacen y lo hacen muy rápido.

  Lo murmullos de la gente empezaron de nuevo, hasta que el anciano del bastón se acercó al centro.

  — Temo decirles que este joven tiene razón —volteó a ver a todos los vecinos que se iban quedando callados viendo al anciano de los perros bravos—. Ustedes saben que ni el cartero se acerca a mi cerca por miedo a mis perros, si esos vándalos hubieran cruzado mi barda ahorita estaríamos velándolos. Mis sabuesos son muy bravos y en la noche no duermen. Pero eso no es lo peor —levantó su bastón apuntándolo hacia el parque que estaba atrás de donde estaban. Los vecinos voltearon hacia él—. Han estado tan ocupados viendo las pintadas que no se han fijado en lo que le ha pasado a todas las plantas y jardines del vecindario.

  El parque que llevaba apenas seis meses de inaugurado, estaba todo marchito desde las plantas hasta los árboles.

  — Quizá los vándalos han rociado con algo el parque para acabar con sus fechorías —enunció el encargado vecinal.

  — Al decir todas, me refiero a todas —dijo el anciano regresando su bastón a lado de su pierna—. Si alguien tiene dudas vaya y vea su jardín, o las plantas de su casa.

  Esta vez se quedaron todos callados. Leo viendo que esta vez sí le prestarían más caso a sus argumentos dijo:

  — Esto tiene un significado. Es todo un collage que dice algo.

  — Hijo, basta —le dijo su padre acercándose—. Vámonos.

  — Señor —le dijo el anciano—, dele el voto de confianza a su hijo. Conozco a un experto en historia —agregó viendo al muchacho—. ¿Qué se te ocurre?

  — Necesito tomar fotos de todos los grafitis para unirlos.

  — Yo te ayudo —dijo un joven de lentes y barba de candado—. Soy informático.

  Los muchachos estuvieron toda la mañana tomando fotos, y pasaron el resto de la tarde acomodando las imágenes. Por la noche el anciano fue a casa de Leo con el historiador, este era un hombre de unos cincuenta años con gafas muy gruesas y barba abultada, llevaba un saco de cuadros que lo hacía ver más viejo de lo que en realidad era. Tras una explicación extra de los jóvenes, el historiador estuvo un rato moviendo la imagen de principio a fin en la computadora.

  — ¿Y bien profesor Jiménez? —dijo el anciano— ¿Qué es todo esto?

  — Tu sabes que uno de los temas que apasionan es la ufología, un tiempo estuve estudiándolo con expertos. No me cabe duda que esto es un mensaje extraterrestre.

  Los jóvenes se quedaron callados, ahora Leo era el que mostraba cara de escepticismo.

  — Y debido a las plantas marchitas —continuó diciendo—, esto solo puede significar una cosa: Es el comienzo de una guerra.

III

Fue solo cuestión de unas tres horas para que empezara todo, el profesor les pidió a los jóvenes le ayudaran a recolectar muestras azarosas de las plantas marchitas y de la pintura usada en las paredes. Los chicos tuvieron que aflojar un tabique pues les fue imposible rayar la pintura, no se podía ni siquiera sobrepintar. Incluso encontraron a un vecino intentado pintar su barda grafiteada, y a diferencia de las veces pasadas en las que el señor Pérez sin problemas había vuelto a tapar los grafitis de su pared, esta vez era imposible recubrirlas ni con pinturas de agua o aceite. Ninguna funcionaba solo se escurrían como grasa. Una vez que los chicos obtuvieron las muestras y se las llevaron al profesor, este partió con sus colegas para que analizaran todo en un laboratorio. Les dio su número celular para que lo mantuvieran informado de cualquier cosa que pudiera pasar pues esto podía ser cuestión de horas.

  Una hora después los grafitis comenzaron a brillar. Muchos de los vecinos que estaban afuera en pequeños grupos platicando de todo aquello los vieron, era como si una lámpara estuviese iluminándolos. Su brillo se fue haciendo cada vez más intenso.

  Apenas Leo se había enterado de todo lo ocurrido y pudo ver los grafitis iluminándose, le habló al profesor.

  — Escúchenme bien todos — les dijo el profesor Jiménez, tenían puesto el altavoz del teléfono—. Aquí en el laboratorio se ha acelerado al momento de que arrancaste el tabique y lo separaste del resto. En realidad esas inocentes figuras de kínder no son grafitis, son las incubadoras de algún tipo de vida extraterrestre. Aquí el tabique después de iluminarse comenzó a adquirir volumen y volumen hasta materializarse en tres dimensiones.

  — ¿Y después? —preguntó el anciano.

  — Ahora mismo están los científicos analizando a una de esas cosas, están en el laboratorio. Ahora lo importante es que vayan y les digan a todos que cuando empiecen a brotar las figuras de las paredes, no se acerquen a ellas. ¿Me entendieron?

  El timbre se oyó en la casa.

  — Quizá hay alguna novedad, profesor —dijo el anciano—, están tocando, espérenos en la línea.

  — Muy bien, mientras iré al laboratorio, está a lado, tampoco tardo.

  Afuera estaba el encargado vecinal junto con otras personas.

  — ¿Qué ocurre? —preguntó el señor Pérez.

  — ¿Dónde está el profesor? —dijo el encargado vecinal—. Las figuras de las paredes se han salido y están vibrando, o no sé qué hacen, están… como temblando.

  El anciano regresó al teléfono.

  — ¿Profesor Jiménez, sigue ahí? —solo silencio—. Escúcheme, las figuras ya se han materializado y no solo eso… ¿Profesor sigue ahí?

  — ¿Profesor?



IV

La gente estaba en las calles contemplando las nuevas figuras que ahora tenían volumen y estaban temblando. Algunos niños osados les lanzaban piedras a pesar de las advertencias de sus madres, y hasta un adolescente “problema” le propinó un puntapié a un cuadrado; cosa que no le fue favorable pues se lastimó el pie, salió huyendo y diciendo que era tan duro como la misma pared, aunque el choque había sonado como si fuese una estructura metálica. Otro vecino aventado arrojó agua con una manguera a las figuras cuando recién habían salido de su pared, mientras les dirigía el chorro de agua les decía palabrotas para que dejaran su césped libre.

  El encargado vecinal llamó a la patrulla e iba por las calles pidiéndole a la gente se metieran a sus casas pero no le hacían caso, era tal la fascinación por aquellas figuras que seguían embobados viendo como vibraban y avanzaban hacia el centro de cada calle.

  El cuadro que había pateado el chico empezó a moverse más rápido y comenzó a cuartearse. Los vecinos que estaban cerca se acercaron y lo rodearon para ver que le estaba pasando. La figura siguió partiéndose hasta dividirse en dos, sacó una luz tan fuerte que cegó de momento a todos los vecinos que se habían juntado ahí.

  El encargado vecinal estaba en la esquina viendo como la figura se había quebrado y deslumbrado a las personas. Después una cosa metálica salió del interior, tenía varias patas y un centro cuadrado que fungía como su cuerpo, le recordó a una araña metálica de exposiciones robóticas. La araña sacó varias patas de su pequeño cuerpo cuadrado y con una velocidad sorprendente las extendió hasta las frentes de los vecinos que seguían cegados por la luz.

  — Cuidado —gritó el encargado vecinal sin éxito.

  Las extensiones de la araña se habían incrustado con una magnifica precisión en las frentes de cada vecino, un hilo de sangre escurría por sus frentes y bajaba a través de sus narices. Ahora los vecinos estaban quietos y con la mirada perdida hacia la araña. El encargado vecinal mudo y petrificado veía como las personas (tanto niños como adultos) permanecían quietos viendo hacia la araña. De los orificios de cada persona comenzó a brotar más sangre y sus ojos se pusieron en blanco. Las patas metálicas salieron y fueron encogiéndose hasta regresar a su cuerpo. Los vecinos siguieron detenidos unos segundos hasta que se desplomaron en el suelo.

  El encargado vecinal pudo reaccionar y moverse, pensó en averiguar si estaban muertos los vecinos pero la araña metálica no solo había comenzado a moverse hacia él, sino que estaba creciendo. Olvidó sus responsabilidades y corrió hacia el lado contrario hasta que se topó con otra araña metálica (con cuerpo en forma de circulo) que le cerraba el paso.

  — ¿Qué quieres? —le dijo a la araña, se sintió estúpido hablándole, pero no tenía opciones—. Sólo déjame ir, no pido otra cosa.

  La araña sacó una pata y a pesar de que el encargado vecinal ya sabía que eso haría, la velocidad fue tal que solo sintió y oyó el crujido de su cráneo al ser quebrado por la pata metálica. Después tal y como les pasó a sus vecinos, cayó al suelo. Ya no tuvo tiempo ni de esperar a la patrulla, ni de ver como los millares de arañas acababan con todos los vecinos de la colonia.


V

Para el señor Pérez y su familia salvar su vida fue cuestión de segundos. Se encontraban a media cuadra cuando vieron a una decena de arañas acabar con sus vecinos, corrieron de regreso y hasta auxiliaron al anciano para que llegase con ellos. Cerraron la puerta y ventanas.

  El anciano intentó recuperar la comunicación con el profesor pero no había línea.

  — Yo creo que les ha pasado lo mismo a los científicos que a los vecinos —dijo Leo prendiendo la computadora—. Hay que hablarle a la policía.

  — Ya lo había hecho el encargado —dijo su padre viendo su celular—. No hay cobertura.

  — Tampoco yo tengo —dijo el muchacho informático—. Deseo ir a ver a mis padres. ¿Estarán muertos? —se sentó y se tapó los ojos, las lágrimas le escurrían—. Díganme que todo esto es una broma o un sueño mal viajado.

  La mamá de Leo se acercó a abrazar al muchacho. Leo palmeó el hombro del chico.

  — En cuanto podamos —agregó el señor Pérez uniéndose a la causa consoladora de todos—, te juro que iremos a buscarlos.

  — Todos aquellos que estuvieran afuera debieron morir —dijo el anciano ante la mirada reprochadora de la mamá de Leo, pareció no importarle y siguió diciendo—: Ustedes han visto lo rápidos y letales que son esas cosas, ni siquiera mis perros infernales deben de haber podido con ellos. Debemos de hacernos a la idea de que la mayoría deben de estar muertos, hasta los científicos, y lo peor es que esas cosas están acabando con todo afuera y hasta que se active un protocolo de seguridad nacional, se habrán multiplicado, o traerán a más de ellos. Ahora nosotros tenemos que sobrevivir.

  — ¿Usted cree que se multipliquen?

  — Y aunque no lo hicieran —respondió levantando los hombros y volviendo a levantar el auricular  —. Eran miles de figuras que ahora son arañas.

  El informático siguió con la cabeza agachada y rompió en llanto. La esposa del señor Pérez parecía que le iba a reclamar al anciano su frialdad pero la sirena de una patrulla captó la atención de todos. Se fueron a asomar por las ventanas pero la policía pasó de largo y se fue a estrellar contra un poste. Las arañas rodearon al vehículo. A pesar de que el auto se había llenado de ellas, otras tantas estaban afuera de la casa del señor Pérez viéndolos.

  — ¿Qué hacemos? —preguntó Rocío.

  — Calma pequeña —le dijo su padre—. Vamos a atrincherarnos, esperaremos a que alguien venga a rescatarnos.

  — En algún momento dado las fuerzas especiales tendrán que ponerse en acción —dijo el anciano—, y tendrán que barrer con toda esta zona.

  Un ruido se oyó en la parte de arriba, el de un cristal rompiéndose.

  — Han entrado —gritó el señor Pérez, vamos a la cocina.

  Las arañas comenzaron a bajar por las escaleras, las ventanas del frente también fueron vencidas y en cuestión de segundos el comedor estaba tapizado de esos seres.

  — ¿Estamos muertos? —chilló el joven informático.

  — Aquí no hay más que esa pequeña ventana ­—dijo el señor Pérez jalando un locker para trabar la puerta, su hijo Leo le ayudó. Miró a todos como para tratar de calmarlos. Se sentó en la mesa y revisó su celular, enojado lo azotó en la mesa—. No hay señal ni redes ni nada. Debemos de permanecer aquí, por lo menos tenemos comida para algunos días, la despensa está llena.

  Unos golpes comenzaron a oírse sobre la puerta, eran como martillazos continuos. Entre todos jalaron la mesa y otra repisa para fortalecer la entrada. Los ruidos continuaron un par de horas más, después solo hubo silencio. Estaban todos callados y sorbiendo un poco de té de tila que habían preparado.

  — ¿Se habrán ido? —preguntó Rocío.

  — No creo, deben de estar esperando a que salgamos —dijo Leo.

  — ¿Están seguros que no hay otra forma de entrar o salir de aquí?

  — Ninguna.



VI

Pasaron cerca de dos días para que se animaran a salir, el aire se había enranciado y las heces y orines que tuvieron que hacer (pocos pues casi ni comieron), apestaban más el lugar. Y desde la noche anterior la luz se había ido. No volvieron a oír ningún otro ruido y eso los animó más. Fueron quitando los objetos para destrabar la puerta. Esta presentaba abolladuras.

  — Yo iré primero —dijo el señor Pérez tomando el sarten más grande que había encontrado—. Escuchen, cualquier cosa que pase —les dijo a los jóvenes—, corran y salven sus vidas, no se detengan por nosotros. 


  Se asomaron hacia el pasillo que daba a la sala, todo estaba quieto y en calma, llegaron hasta la entrada y con cuidado de no pisar los cristales rotos de las ventanas se asomaron, no había nada en la calle, la patrulla seguía sobre el poste pero no se veía a ninguna araña. Sobre la calle estaban los cuerpos de sus vecinos, no estaban en estado de descomposición, solo se rígidos y con los ojos en blanco. Intentaron prender un carro del vecino (tenía las llaves pegadas), pero no funcionaba, ni siquiera se prendía el tablero. Continuaron caminando hacia la casa del joven informático, no fue necesario que llegaran hasta ella, a medio camino encontraron los cuerpos de sus padres. La señora Pérez de nuevo abrazó al muchacho, aunque esta vez no lloró tanto, quizá había asimilado que los iba a encontrar así.

  La muerte continuó y llegaron hasta la siguiente colonia donde la escena se repetía. Ningún carro servía, ni teléfono ni señales ni gente con vida. Llegaron hasta un periférico que hace unos días era uno de los más transitados de su zona, ahora era solo un cementerio de coches chocados, Cruzando esa avenida pudieron ver a una araña gigante, era del tamaño de un edificio. Estaba quieta como invernando o esperando algo.

  — Creo que ha acabado con toda la ciudad —dijo Leo.

  — ¿Seremos los únicos sobrevivientes? —dijo el joven informático.

  — Quizá, pero no será por mucho tiempo —dijo el señor Pérez tomando de la mano a su esposa e hijos.

  Leo no quería al principio, pero volteo a ver la desolación y destrucción, después miró a la araña silenciosa. Miró de nuevo a sus padres y caminó con ellos hacia la araña.

  — No vayan —les gritó el joven informático—. ¿Qué haces?

  — Déjalo muchacho —le dijo el anciano deteniéndolo—. No hay mucho que hacer, tarde o temprano todos acabaremos así.

  La familia llegó hasta el ser metálico, de una sus patas salieron varios tubos metálicos que se incrustaron en sus cráneos.

  —¡No! —gritó el joven—¿Por qué hicieron eso?

  Mientras contemplaban como la araña succionaba a la familia no fueron consiente que detrás de ellos se había juntado otro centenar de pequeñas arañas, que antes solo habían sido unos inocentes grafitis de chicos desobligados sobre una pared.


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