lunes, 28 de mayo de 2018

Fragmentos de terror... EL PRESO



Hay cosas peores que ser esclavo en la segunda guerra mundial...


EL PRESO


Viajaba amarrado en un portaviones japonés con mi amigo Cienfuegos, el cual iba herido. Nos llevaban en calidad de presos después de que nuestro querido Escuadrón 201 fue vencido en plena batalla de Okinawa. Desconozco cuantos de nuestros soldados lograron sobrevivir y cuantos murieron, lo que si se es que si no lográbamos escapar tendríamos un duro final a manos de estos locos hitlerianos. Viajaban con nosotros tres soldados japoneses. El que nos vigilaba se llamaba Kai y hablaba español. El copiloto era Hikari y sabia una que otra palabra. Del piloto no me enteré su nombre y solo hablaba su idioma.

   Había pensado en la posibilidad de tratar de sorprender a Kai para desarmarlo, pero estaba a más de un metro de distancia, y aun cuando tuviera éxito, el copiloto que debía de estar también armado y me dispararía en el acto. 







  Kai me había dicho que iríamos a dar una vuelta de reconocimiento a Borgen, estaban buscando una base militar noruega para pasarle el pitazo a las armadas italianas y bombardear el sitio. Aquel sitio era una selva montañosa muy profunda. El piloto había tenido que estar volando muy despacio y tenía que estar constantemente subiendo y bajando por las constantes elevaciones rocosas. Esto empeoraba con el clima neblinoso, estábamos en pleno invierno, y todo esto parecía acrecentar el dolor de mi amigo Cienfuegos, que agonizaba con cada subida y bajada que dábamos.

  Tanto Kai como Hikari usaban binoculares para tratar de ver entre la neblina, cosa que se veía muy difícil pues en lo poco que lograba yo ver, no se lograba visualizar a más de 10 metros. Cada que el piloto comenzaba a subir imaginaba que la montaña era más grande de lo que el aviador había calculado e irremediablemente nos estrellábamos contra él. Eso por un lado me agradaría para que estos ojos rasgados murieran igual que nosotros, pero aún tenía yo la fe de poder escapar de esta encrucijada.

  El piloto hizo un movimiento brusco con el portaaviones y retomó altura para dar una vuelta y regresar a ese punto. Sus rostros estaban muy alterados.

  — ¿Qué pasa, Kai? —le pregunté.

  Kai se limitó a verme un segundo con la misma mirada de espanto que sus compañeros. Comenzó a otear con sus binoculares hacia el frente, el piloto no dejaba de darles órdenes. Justo en ese momento hubiera sido un momento perfecto para atacar a Kai y tratar de liberarme, pero algo raro pasaba, y además no sabía yo pilotear esas aeronaves y menos estando en plena bajada.

  — ¿Kai que pasa?

  Siguió sin hacerme caso pero eso no fue lo peor, abrió la compuerta del portaaviones y sujetó la ametralladora browning para apuntar hacia el bosque. Y a la orden del piloto comenzó el fuego. Supuse que habían encontrado la base y ahora la estaban atacando.

  El piloto repitió el procedimiento y cuando Kai tenía el punto en la mira, siguió disparando. Pude ver en un breve lapso, a quien le disparaban, no era una base o un tanque, era una figura gigante, grande y muy ancha.

  — ¿Qué es eso, Kai?

  Kai volteó a verme con la mirada aún más temerosa que antes, no me pareció ver al soldado que apenas hace unas horas había sido capaz de destruir a mi escuadrón con la sangre fría, me pareció ver a un niño asustado bajos las faldas de su madre en una noche de tormenta.

  — Toll gigante si existe —fue todo lo que me dijo y tras un regaño de Hikari, continuó disparando.

  Un sonido bestial se oyó en el bosque, jamás había oído algo semejante, fue como si toda una jauría de animales salvajes hubiera gritado al mismo tiempo. Acompañado a eso un golpe sacudió el portaaviones, el impacto fue tal que la nave comenzó a ladearse y caer en picada. El piloto intentó enderezarla pero no pudo, ante su impotencia, Kai fue el primero en lanzarse con su paracaídas, ni siquiera me volteó a ver.

  — Kai no me dejes aquí —le grité en vano cuando ya se había aventado.

  Le siguió Hikari quien solo me dijo:

  — Gigante noluego nos delibó.

  Y se aventó seguido del piloto. No teníamos paracaídas, mi compañero Cienfuegos seguía adormecido y el avión había entrado ya en la enramada de árboles. Como pude me sujeté y recé mi última oración.

  No sé cuánto tiempo estuve desmayado, el calor me despertó y cuando abrí los ojos, una enorme llamarada estaba consumiendo la cabina, o lo que quedaba de ella. Volteé a ver a mi compañero, pero no estaba, debía de haber salido volando en el choque. Como pude me levanté, sentía un terrible dolor en la espalda y no podía mover bien mi cuello, pero fuera de eso pude salir antes de que todo aquello explotara. Caminé lo más rápido que mis piernas me guiaban y alcancé a oír el bombazo del avión. Seguí caminando y más adelante pude ver como los soldados japoneses estaban rodeando al gigante al que le disparaba Kai, estaba tirado y era enorme. Me escondí tras un árbol. Los nipones tenían sus pistolas y parecían asombrados ante tal ser, debía de medir más de tres metros, era más alto que los mismos árboles.

  De repente el gigante movió ambas manos lanzando a Kai y al piloto hacia las arboledas, Hikari intentó disparar al ser, pero esté usó su pie para proyectarlo sobre un árbol. El cuerpo del japonés se quebró su columna contra el roble doblándose como un muñeco de trapo.

  Y se levantó ese coloso, Kai solo lo había herido con la browning, nunca lo mató. Su cara era arrugada y tenía unas enormes orejas. Sus brazos eran tan largos que llegaban a sus rodillas, estaba desnudo y era asexual. El gigante era un troll, tal cual lo habían dicho los nipones con su mal pronunciada erre, estaba ahí vivo y lanzó un enorme gruñido salvaje, reiterando su territorio, y yo estaba solo en ese bosque con él.

  Quizá había sido la euforia del momento o el miedo, pero hasta que intenté avanzar me di cuenta de que tenía algo enterrado en mi muslo, parecía un pedazo de metal. Si bien no era un impedimento para caminar, si me dolía cada vez más, debía de sacarlo. Respiré profundamente y jalé aquel metal, el dolor fue más del que esperaba y eso me hizo soltar un grito. Corté un trozo de mi pantalón y lo usé de torniquete para cortar la hemorragia. Todo hubiera ido mejor de no ser porque el troll me había oído e iba hacia mí.

  No pude correr como cuando salí del avión, a duras penas podía trotar, aquella supuesta ventaja de algunos metros sobre el troll, con su tamaño descomunal y sus pisadas, no eran nada. En unos cuantos pasos de él estaba ya a mi par. Me fui metiendo donde la maleza era más profunda para tratar de perderlo. Imagine cuando buscaba a mi gato en el patio de mi casa, se metía en la hierba para que no lo atrapara y regañara, sabía que había hecho una diablura y lo castigaría. Y así era ahora el caso, solo que yo era el gato y pagaría mi diablura de meterme en un territorio prohibido. El troll movía los arboles hacia un lado sin arrancarlos, solo como una maleza que se quita del camino para dejar pasar. Ahora veía como tenían razón las leyendas, esos seres si existían y eran respetuosos con la naturaleza, pues de ella emergían.

  Seguí escapando como podía, el troll a pesar de estar su vista arriba de los árboles, logró verme y lanzó un gruñido salvaje que hizo que una parvada de aves huyera. Recorrí los últimos arboles grandes, ya solo había una zona con pequeños arbustos de mi tamaño, ahí sería una presa fácil. En frente de mi vi unas piedras encimadas en forma de troll, alguna vez oí de ello, era la mítica Iglesia del Troll, un paraje imperdible para los visitantes de Noruega. Brinque hacia atrás de las piedras y en ese movimiento mi pierna me protestó aún más. No podría seguir.

  Solo esperaba que el troll llegara y me aplastara, pero para mi sorpresa se detuvo frente a la figura de piedra. Se hincó y puso una de sus manos con el puño cerrado en el suelo mientras agachaba la cabeza en señal de pleitesía. ¿Esa figura de piedra era acaso su Dios al que veneraba? Si eso era así, entonces estaría a salvo un momento.

  El troll siguió en esa posición y no se movía, de no haberlo visto antes persiguiéndome, hubiera jurado que era de piedra, otra estatua más como en la que estaba yo refugiado. Busqué algo a mi alrededor para atacarlo pero no había mas que piedras, sería ridículo intentar hacerle algo con ellas, si las balas de la browning no le habían hecho nada, menos lo haría una ridícula piedra. Una segunda opción era tirar aquel ídolo rocoso, me costaría trabajo pero podría hacerlo. ¿Pero eso de que me serviría? De nada, eso sería muy estúpido, el miedo y el dolor me estaban aturdiendo mis ideas. Lo mejor sería correr mientras él seguía adorando a su ídolo.

  Decidí entonces seguir escapando, a lo lejos se veían arboles altos de nuevo, tendría que llegar ahí para tener más posibilidades de camuflajearme. Y a pesar de haber decidido eso, estúpidamente agarré la piedra más grande del suelo y me lancé a tirar al ídolo de piedra. Aquello fue inútil y fuera de hacerlo moverse, la piedra que usaba de arma, se calentó al grado de que tuve que soltarla. Cayó al suelo y ante mi sorpresa, comenzó a vibrar y moverse, fue cambiando de color y forma hasta adoptar una forma humana: esa piedra era un pequeño ser, parecido a un gnomo. Volteé a mi alrededor y todas aquellas piedras raras eran ahora pequeños gnomos rodeándome. Eso no era lo peor: el ídolo de piedras comenzó a moverse y unificar sus uniones rocosas hasta hacerse humanoide, era otro troll como el que me venía persiguiendo.

  Mi pierna estaba peor y solo podía ahora cojear, aquello era mi fin.

  Solo me hinqué y les pedí piedad. Después de eso solo sentí una enorme descarga, un rayo había caído sobre mí, perdí el conocimiento y todo se volvió negro.

  Por segunda vez había estado desmayado no sé cuánto tiempo, cuando desperté estaba acostado en una cueva, al abrir los ojos e irme adoptando a la oscuridad, pude ver a toda una comitiva de gnomos a mi alrededor. Ahora debía de estar amarrado y seria ofrecido a Tyr, el dios nórdico. Moví mis manos y piernas y para mi sorpresa no estaba sujeto, de hecho, me levanté y fuera de que se me aventarán todos a someterme, se hicieron a un lado. Me miraban risueños, algunos hasta se carcajeaban.

  — Vivejde mondjis —me dijo uno de ellos, nunca había oído ese idioma pero le entendí muy bien, me había dicho “Bienvenido, hermano roca”.

  Lo vi como un bicho raro y me dispuse a irme de ahí, si no pretendían detenerme, debía de escapar antes de que llegara el troll. Me dispuse a correr pero me di cuenta de algo: aquellos gnomos eran de mi tamaño, antes los había visto chicos, estos debían de ser otros. Ellos seguían riéndose de mí.

  — ¿Qué les pasa? —les grité.

  Señalaron mi cuerpo.

  Mi ropa era diferente, llevaba la misma que ellos, y descubrí algo peor: ¡No era que ellos hubieran crecido, yo era el que me había encogido! Mis manos y piernas eran pequeños, como los de un enano. Corrí hacia afuera, bajé una pequeña colina y corrí hacia el rio para ver mi reflejo… Yo era un gnomo, mi osadía contra el Dios troll de piedra no me costó la vida, solo me costó que me convirtieran en un ser de la tierra.

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