lunes, 18 de junio de 2018

Fragmentos de terror... DETALLES


Creo que quiero tomar un curso de fotografía después de leer este relato...



DETALLES


Todo había empezado con un curso de fotografía que tome hace unos meses. Aquella nueva visión y aquel énfasis en los detalles que pasan desapercibidos para cualquiera, fue lo que me orilló a esto. Al tomar el curso el profesor nos enfatizó mucho en fijarse en la gente, en sus rasgos, en casas que iban más allá de la belleza o fealdad de una persona; era ver cada gesto, cada reacción y cada movimiento en su total libertad, al fotografiar a las personas infraganti, sin saberse mirados o espiados. 





  Y así lo fui haciendo, lo que sería un simple curso de verano para pasar el tiempo en mis vacaciones forzadas como profesora de primaria, se convirtió en adquirir una costosa cámara profesional y un equipo de revelado, y todo para captar esos detalles que nadie es capaz de percibir hasta que los ven plasmados en una fotografía. Y fue algo que se me dio de manera fácil y nata, como si ya lo trajese en los genes. Contaba con el don de la paciencia, la observación y la curiosidad, virtudes que me llevaron muy pronto a las felicitaciones de mi profesor y a ganar un concurso a nivel nacional de fotografía. Mi foto tomó el momento exacto en que un grupo de personas comía en un puesto callejero unos tacos. Recuerdo que eran las dos de la tarde y yo vagaba buscando algo que captar, el olor a perro muerto de la comida captó mi atención, y vi a esas personas comiendo. Esperé el momento exacto y tras varias fotos, logré imprimir el momento justo en el que un hombre de corbata y prominente barriga se ensuciaba su camisa con la salsa de su taco; otro hombre escuálido y narizón comía sus tacos con desgano; una pareja sorbía de sus refrescos al mismo tiempo mientras se tomaban de la mano; y un niño jugaba con su cochecito en la mesa mientras su madre corría a un perro callejero que merodeaba la zona. ”Un toque de urbanidad”, así le llamé a la foto y me llevé el premio gracias a esos detalles.

  Y ese fue el inicio de una obsesión. Cada que empezaba mi día laboral, lo único que deseaba era que sonara la campana de salida (aun con más deseo que mis propios alumnos), y todo para comer algo e ir a buscar detalles. Era espiar a la gente, ver como se comportaban al no sentirse observados, y justo en ese momento tomar una foto.

  Decenas y decenas de fotos fui coleccionando, desde hombres escupiendo asquerosos gargajos al suelo, hasta caras frustradas, peleas de novios, niños sacándose los mocos, mujeres enseñando sus senos para darle de comer a sus crías, en fin, muchos detalles y emociones.

  En más de una ocasión fui descubierta por mis victimas fotográficas, aunque todo lo logré superar. Recuerdo que en una ocasión en que le tomé una foto a un adolescente que espiaba con su celular las piernas de una chica, bastó con decirle al puberto que le diría a la policía para que este saliera corriendo. Otra vez le tomé una foto a la entrepierna de un gay que estaba sentado y usaba unas licras blancas con una tanga rosa debajo, sus testículos se enmarcaban como presos queriendo escapar del encierro; aquella vez, tuve que inventarle al hombre que era reportera de una revista de libertad moderna. Una ocasión más penosa aun, fue cuando capté a una pareja de novios masturbándose en un parque público; ahí solo corrí antes de que el chico pudiera limpiarse sus fluidos, vestirse e ir tras de mí.

  Todo aquello era adrenalina y éxtasis puro. Siempre cargaba mi cámara para cuando se presentase la ocasión de captar algo. Todo se hubiera quedado en ese tipo de experiencias hasta que un día presencié un aparatoso choque delante mío, salí corriendo con mi cámara y vi como una mujer de mediana edad había salido disparada de su coche (esa maña de no usar el cinturón), y estaba en el suelo ensangrentada y pidiendo ayuda. Era de noche y poca gente había alrededor, tenía que aprovechar aquello y fuera de pedir ayuda con mi celular, solo tenía en mente algo: captar el detalle de su agonía y su muerte.

  Y así me pasó, mientras la gente trataba de ayudar y socorrer a aquella mujer, yo extasiada, tomaba fotos de su agonía, y mi trabajo fue tan perfecto que tomé la foto de su último suspiro y su primer ingreso al mundo de los muertos.

  Una persona me empezó a decir unas cosas que no recuerdo, no eran agradables y de seguro pensó que era uno de esos reporteros amarillistas que buscan el mejor ángulo de la tragedia para los titulares del día siguiente. Tenía lo que quería así que me fui. Cuando revelé las fotos tuve el mayor éxtasis en mi vida, ni siquiera mi título universitario, mis años de gloria en mi profesión, o hasta mis mejores orgasmos en la cama, se comparaban con aquella sensación que me llenaba de pies a cabeza. Estaba excitada y extasiada.

  Agrupé aquellas veinte fotos en la secuencia exacta, bien podía haber creado todo un mini rodaje con ellas, tan solo me hubieran faltado los momentos del choque y aquella historia hubiera sido digna de un Oscar perfecta. Estuve toda la noche viendo las fotos, en especial las últimas dos cuando daba su último suspiro de vida y entraba a la muerte. Al día siguiente incluso ni siquiera fui a trabajar, dormí un poco en la mañana y después desayuné algo y continué teniendo orgasmos mentales con mis fotos. Un día después si me reincorporé a mi vida normal pero seguí pensando en todo ello y lo que se había abierto en mi interior. Cuando acabé de trabajar me fui a buscar más detalles que me hicieron olvidar aquello, mas eso no sirvió de nada, los gestos y panoramas que antes me encantaban ahora se me hacían simples y cotidianos.

  Entonces con ese gran y creciente vacío en mí, pensé en irme a pedir trabajo a los periódicos amarillistas para poder tomar esas fotos, pero supe que eso no me serviría de mucho pues ellos llegaban cuando la muerte estaba ya presente. Ellos no tenían la fortuna que yo tuve de captar la vida-muerte. Mis días siguientes se volvieron tormentosos, terribles, secos y sin porvenir, necesitaba fotografiar esos detalles de vida-muerte, y supe que si no lo hacía terminaría suicidándome. Así que tras mucho meditarlo tomé una decisión.

  Busqué en mi closet un vestido negro entallado y con un escote que dejaba poco a la imaginación, lo acompañé con un collar y unas zapatillas rojas. Me puse un saco largo que tapara mis encantos. Me fui a un antro y me senté a tomar una copa. No tardó en acercarse un hombre de treinta y pico de años, vestía casual y no era mal parecido. Tomamos un par de copas, bailamos y después me pidió fuéramos a un lugar más privado. Sin indirectas le dije que me llevara a un hotel de mala muerte pues era casada y no quería ser descubierta. Y así lo hizo.

  Ya en el cuarto me desvestí y le hice un baile que lo volvió loco, tanto que él quería penetrarme sin más preámbulos, pero yo no buscaba eso de él. Así que le bajé su bóxer (lastima de hombre tan guapo y con un bóxer tan poco sexis) y comencé a hacerle sexo oral para que enloqueciera más. Le pedí cerrara los ojos y cuando estuvo bien confiado disfrutando mi felatio, preparé mi cuchillo y de un tajo le corte el miembro. Me había vuelto tan buena con la cámara que logré fotografiar su primer rictus de sorpresa y el segundo de dolor. Y antes de que pudiera reaccionar y hacerme algo, le hice una cortada en la yugular, lo suficientemente precisa para que no se salvara, pero si para que tuviera unos segundos de agonía y me permitiera tomar esos detalles de vida-muerte. Con mucho éxito plasmé esta fase de una persona dejando la vida y entrando a la muerte.

  Después de eso corroboré que mi vida únicamente tendría sentido con aquellos momentos, por lo que he repetido este proceso varias veces. Siempre repito el mismo patrón de conquistar chicos, castrarlos y cortarles la yugular. Ahora ya tengo un sobrenombre, me dicen “La vengadora serial”, pues la policía supone que mato a hombres a causa de una niñez de abusos y violaciones. Cuan equivocados están, yo solo soy una amante de los detalles, detalles que nadie aprecia ni valora, solo mi lente, mi cámara y yo.

  Lo malo es que ahora toda la ciudad está advertida y los hombres están ciscados, por lo que he cambiado el modus operandi. Ahora estoy con un linda y curvilínea lesbiana, ya está bien desnudita, húmeda, abierta de piernas y con los ojos bien cerrados disfrutando mi oral. Preparo mi cuchillo y sobre todo mi cámara para no perderme esos hermosos detalles.

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