lunes, 14 de noviembre de 2016

Fragmentos de terror... CUATRO INVITADOS.

Todos tenemos ángeles en nuestro interior, pero también tenemos demonios que suelen ganar las batallas de consejos de nuestra mente...




CUATRO INVITADOS


    Ya la tienes —dijo Tobías con su voz grave y autoritaria—. Ya solo mátala.
Jonathan se le quedó viendo a la mujer, la tenía amarrada en el suelo y con la boca tapada. Y por idea de Tobias, estaba también desnuda, solo la cubría una diminuta tanga negra. Eso le había provocado una fuerte erección desde que la había tenido que desnudar.
    ¿Qué estas esperando? —rugió Tobias.
    ¿Qué no ves que le gusta esa puta? —dijo Jorge con su voz aguda y taladrante—. Mírale su bulto de la entrepierna. Lo trae así desde que la desnudo. Te dije que no le dijeras que hiciera eso. —Guardó silencio como si estuviera esperando a que Tobías confirmará lo que había dicho. Jonathan se había puesto la mano delante para cubrirse su hombría, aunque sabía que lo serviría de nada—. Y ahora se la quiere follar, el canijo —agregó Jorge.





Jonathan sintió la mirada fulminante de Tobias, se acercó a la mujer que lo veía con los ojos llorosos. Antes de que le taparan la boca, había estado suplicando por su vida, ahora solo lloraba temiendo lo peor. Jonathan disfrutó de nuevo las curvas de la chica, era tan perfecta, empezó a acariciarle sus glúteos.
    Míralo, Tobías—dijo Jorge.
    Ya basta, maldito calenturiento —dijo Tobías acercándose hasta donde estaban—. Tenemos un jodido trato. Solo mata a esta perra y acabemos con esto.
Tenía toda la carga encima Jonathan: esos dos molestándolo y la presión que sentía en su pantalón. Cerró los ojos y maldijo no poder poseer a aquella mujer.
    Ya está bien —dijo Jonathan regresando por el cuchillo que estaba sobre una mesa. Tobías que estaba al pendiente de lo que hacía, le indicó que esa no era el arma que le había indicado. Jonathan refunfuñó y tomó el martillo—. Un cuchillazo es suficiente, no entiendo porque esto —les señaló el mazo.
    Ya hemos hablado de eso —dijo Jorge, Tobías te lo ha indicado—. Sabes que es una ramera que debe de sufrir.
    Así es —confirmó Tobias—. ¿Morir sin dolor? Sería un alivio para esta. Debe de purgar sus herejías.
Jonathan levantó el martillo, la mujer comenzó a moverse intentado zafarse por enésima vez. Lanzó una última mirada de súplica.
    Hazlo ya —ordenó Tobias—. Todavía hay una veintena de mujerzuelas que exterminar.
    Si ya hazlo, estoy cansado —dijo Jorge—. Deseo irme a dormir.
Levantó Jonathan el mazo y lanzó el primer golpe. Cerró los ojos mientras continuaba golpeando a la chica por el cuerpo. No sentía mucha resistencia del mazo al chocar con la carne, por un momento imaginó que sería como estar martillando un clavo muy duro, pero la carne de la chica era muy suave y, a pesar de que no quería abrir los ojos, sabía que el martillo se hundía como si estuviera golpeando en una cama.
Pronto dejó de oír los llantos de la mujer, supo entonces que había acabado.
    Ves, Tobías—dijo Jorge—. Te dije que así casi no iba a sufrir, con la navaja de afeitar hubiera sido bien doloroso y muy lento.
    ¿Sí? ¡Maldito y perfecto bastardo! —dijo Tobías enfrentándolo, Jorge se hundió ante la fuerza del líder, siempre los trataba como basura—. ¿Y tú ibas a limpiar toda la sangre que saliera por todo el cuerpo por tantas pequeñas cortadas?
Jorge no respondió y se quedó callado. Seguramente se había alejado al lugar más retirado de la habitación para tragarse el coraje.
Jonathan no esperó la siguiente orden fastidiosa y empezó a meter a la mujer en una bolsa negra. Se apuró a cubrirla tratando de no verle los moretones que le había hecho en todo su cuerpo. Sabía que Tobías estaba vigilándolo desde atrás, sentía su mirada inquisitiva y perfeccionista; así que no volteó, solo siguió haciendo su trabajo. A pesar de que la mujer ya se veía fea y había perdido su encanto con tanto golpe, Jonathan todavía tenía una fuerte erección (incluso la tenía más dura que antes), se imaginó haciéndole el amor a ese cadáver.
Oyó como se carcajeó Tobías desde atrás.
Sacudió Jonathan su cabeza para despejar sus emociones y terminó de envolver el cuerpo, después, lo comenzó a amarrar con las cuerdas.
    ¿Ya está listo el carro, Jorge? —preguntó Tobias.
    Ya está listo —le contestó de mala gana. Aun se le oía molesto.
Jonathan esperó a que esta vez sí lo ayudaran a sacar el cuerpo, pero como las veces anteriores, ya se habían ido. Entonces, empezó a arrastrarlo. A pesar de que la chica estaba delgada, jamás imaginó que estuviera tan pesada. La siguió jalando y llegó hasta el borde de la puerta. Se frenó al sentir a alguien.
    ¿De nuevo lo has hecho? —se oyó decir a una mujer en las escaleras—. Eres un animal.
    Úrsula —dijo Jonathan más aliviado al saber que era ella, pensó que Tobías se había regresado a insultarlo por su lentitud. Soltó el cuerpo y volteó hacia la escalera—. ¿Qué haces aquí? Pensé que era…
    Tobías y Jorge —completó Úrsula—. ¿Otra vez con eso, Jon? Cuantas veces te he dicho que…
    No salgas con que no te los has encontrado en el camino, tiene un puto segundo que se acaban de ir. Es más, métete al cuarto. —Jonathan se puso pálido viendo hacia la entrada—. Ese par es capaz de hacerte daño a ti también, o hasta obligarme a que te haga algo así —señaló al bulto de la mujer.
    Jon, cariño —le susurró la mujer muy cerca de su oído. Jonathan sintió que se le ponía chinita la piel, le encantaba su voz suave y sensual. Y su pantalón de nuevo se infló—. Tu sabes que esos dos no existen, solo están en tu mente.
    Pero… —intentó alegar Jonathan señalándole hacia la salida de la casa.
    Anda, deshagámonos del cuerpo. Pero prométeme que ya no lo harás.
Jonathan recordó a la mujer envuelta toda golpeada tras las órdenes de Tobias.
    Pero Tobías y Jorge, son voces tan reales.
    No existen, cariño. ¿Está bien? —Jonathan asintió, entonces Úrsula agregó —: Ahora  solo apúrate y saca ese cuerpo de aquí.
La amaba tanto que no podía negarle nada, empezó a jalar el cuerpo envuelto por los escalones cuando escuchó la sirena de la policía.
    ¿Qué pasa? —le preguntó a Úrsula—. ¿Me has denunciado?
    ¿Estás loco? —dijo Úrsula—. Si yo te amo.
    Y yo también —dijo otra voz desde la entrada de la puerta de abajo—. Y si nunca me vas a  hacer caso, prefiero que te vayas a la cárcel.
Jonathan levantó furioso la mirada. Ahora estaba acorralado y sin siquiera una coartada. Era el fin.
    Tu bien sabes, Esteban —le gritó al que había hablado desde la puerta—. Que a mí solo me gustan las mujeres, no te puedo mirar de otra forma. No entiendo porque te estás vengando de mí de esta forma, solo por no quererte.
La policía entró y empezaron a subir las escaleras.
    ¡Úrsula!... ¡Esteban!, ayúdenme —suplicó Jonathan, pero también se habían ido como Tobías y Jorge. Estaba solo en su casa con el cadáver envuelto de la mujer y la policía a punto de arrestarlo.

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