MANOLA
Manola se encontraba
dando vueltas en la habitación. Estaba todo oscuro y estaba sola. Había pensado
en pedirle ayuda a sus amigos, pero estaban ya todos dormidos, por lo que
tendría que hacer las cosas sola. La oscuridad de la habitación no era problema
para ella, sus ojos ya estaban acostumbrados a ello; de hecho, se sentía más
cómoda en la noche, solo que esta vez estaba inquieta y deseaba tener un poco
más de luz. Fue entonces cuando se acordó de la lámpara que estaba en el buró,
a lado de la cama. Así todo le sería más fácil, prendería la lámpara y podría
hacer su pendiente.
Se
subió al buró para conectar el enchufe, cuando oyó la manija de la puerta.
¡Martita había llegado! Tenía que correr a su lugar.
Como pudo bajó y se subió al librero, corrió
hacia el segundo estante al tiempo que la luz del exterior invadía el cuarto.
Se colocó a lado de Vitorolito apoyándose en
su hombro.
— Ves como no hay nada —le dijo una señora que
entraba con una niña pequeña, la cual se escondía entre sus faldones largos.
— Pero Mamá —te digo que Manola
está viva—
yo la he pillado en la noche moviéndose.
— Obsérvala Martita, está tal cual la dejaste.
— No lo está —agregó la niña moviendo a Manola hacia el
muñeco de alado—. Yo bien me acuerdo que estaba recargada sobre Josefín. ¡Y
mírala, está sobre Vitorolito!
— Bueno, basta de tonterías. A dormir.
La mamá cargo a su hija y la llevó a la cama, la tapó y persignó.
— Reza y pídele a tu
ángel que te proteja.
La puerta se cerró. Martita conectó la lámpara con rapidez.
La puerta se cerró. Martita conectó la lámpara con rapidez.
— Como si mi ángel
pudiera con Manola —se dijo a sí misma mientras no perdía de vista el segundo
estante del librero.
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