lunes, 5 de marzo de 2018

Fragmentos de terror... LA CASITA DEL ARBOL


Todos queremos una casita bajo un árbol y un cofre mágico...



LA CASITA DEL ARBOL 


I

Se quedaron viéndola pasmados un buen rato, más que como si fuera la estructura más perfecta de este siglo, como si fuera una creación divina, como si Dios hubiese bajado con sus arquitectos celestiales y hubieran echado manos a la obra con las maderas usadas que le habían comprado a Don Elías con sus cinco meses de ahorros. También el dinero les alcanzó para los clavos, la pintura (un bote empezado que el vecino les remató en veinte pesos), y los costosos honorarios del carpintero de la colonia por los detalles y la escalera colgante para poder subir. Después de que acabaron con su “octava maravilla del mundo” llevaron una mesa de plástico y cuatro sillas chicas que usaba Iris para jugar al té. Gil por su lado, llevó unos posters y varias barritas de chocolate que pusieron en su improvisado locker (una caja de cartón). Necesitaban más arreglos y detalles que irían afinando con el tiempo y con más recursos. Por lo pronto su casita de árbol era el sitio perfecto para sus reuniones y juegos.

  Carlos que era el hermano mayor, se encargó de cerrar la puerta de la casa, era ya tarde y tenían que ir a cenar. Tenía 13 años, usaba braquets y por su edad, el acné empezaba a ser su fiel compañero en su rostro. Su mamá los esperaba con conchas y chocolate caliente, ya mañana irían a la escuela y por la tarde volverían a su emporio. Aun no le ponían nombre pero era una de las prioridades máximas en la agenda para el día de mañana. Iris (la única de los tres con letra legible) se encargaría de hacer el nombre en una tabla que colgarían en la entrada. 







II

Al día siguiente después los exámenes escolares, los tres hermanos regresaban por el sendero que conducía a su calle, no les había ido del todo bien pues la creación de su casa de árbol no les había dejado estudiar bien. Ya después se las apañarían en los otros exámenes parciales para recuperarse.

  — ¿Y cómo le llamaremos? —preguntó Iris, era la hermana menor, tenía solo seis años, su cabello era negro y largo y siempre estaba amarrado con una cola de caballo. Su cara estaba bañada de pecas—. Yo digo que Campanita.

  Sus hermanos estallaron en risa.

  — Estás loca —dijo Carlos—. Y luego querrás pintarla de rosa con florecitas moradas. —Se adelantó dando unos pasos falsos de ballet—. Y luego nos pondremos un tutú para recibir a tus amigas bobas.

  — Mejor que tu nombre ridículo —bufó Iris cruzando los brazos.

  — Oye “La cueva” es el mejor nombre.

  — Lo mejor sería “La barricada” —dijo Gil, el hermano de en medio con diez años, era también pecoso y con un cuerpo de huevito aún.

  Carlos siguió simulando pasos de ballet mientras susurraba: Bienvenidos a campanitilanda, pásele princesa uno, pásele princesa dos…

  Iris enojada buscó algo entre los arbustos para arrojarle a su hermano mayor, quizá alguna bellota o hasta una pequeña piedra. No vio ninguna pero algo le llamó la atención, era un cofre pequeño que estaba enterrado y sobresalía solo su parte de arriba. Le recordó al que mamá tenia para guardar sus aretes. No estaba muy enterrado pero si lo intentaba sacar se ensuciaría sus uñas que estaban recién decoradas con stickers de emojis.

  — Ayúdame Ca… —pensó en decirle a Carlos pero seguía molesta con él—. Ayúdame Gil, mira que he encontrado.

  Su hermano no de muy buena gana, regresó y desenterró la caja.

  — Vaya, sí que está bonita —dijo más animado sacudiéndole el polvo—. Con una pintada quedaría como nueva. —La sacudió de un lado a otro—. ¿Qué tendrá adentro?

  La caja era de un café oscuro, tenía tres círculos grabados en la tapa de arriba, con las letras “S”,” A” e “M”. Estaba cerrada y en medio tenía un cerrojo. Gil trató de abrirla pero no pudo, la volvió a agitar y algo en su interior sonó.

  — Si tiene algo.

  — Quizá el que la ha traído aquí la ha echado con todo y la llave —dijo Carlos—, hay que buscarla.

  Los hermanos se pusieron a buscarla y mover la tierra alrededor.

  — No hay nada —dijo Gil sentándose en una piedra.

  — Llevémonosla —dijo Carlos—, haya la abriré con un desarmador.

  — Pero se arruinará —dijo Iris—. Y no la podré usar.

  — De todas maneras —le dijo Carlos llevándose una mano a la cabeza—. ¿Para que la quieres cerrada, tontilla?

  La hermana le enseñó la lengua a su hermano. Caminaron hacia su casa, en el camino se encontraron a Paco, el gran amigo de los tres, era de doce años y extrema delgadez. Le enseñaron la caja y juntos apresuraron el paso para ver el contenido de esta. El ansia los hacia ir a paso veloz.



III

La emoción de la casa había pasado a segundo término con aquel cofre.

  — Ya bótalo— dijo Paco con ojos grandes y brillosos, como si estuviera ante un gran tesoro—. Debe de ser algo muy bueno.

  — Si —apoyó Gil—, monedas de oro con las cuales haremos otra casa de árbol más grande, y hasta nos sobrará para muchos dulces.

  — Quizá sean muñequitos muy bonitos —dijo Iris.

  — Basta, trio de bobos —dijo Carlos jalando la caja, en su mano tenia desarmadores. Buscó el que entrara por la ranura y trató de que girara. No lo logró.

  Se le quedó viendo a su hermana, la cual sacó unas llaves pequeñas del chaleco de su madre. Carlos las probó pero no giraban. Cansado se llevó las manos a la nuca y anunció —: Tendré que romperla.

  — Pero… —dijo Iris extendiendo su mano hacia el cofre.

  — Lo siento.

  Regresó con un martillo y empezó a pegarle con un desarmador. Aquel cerrojo delgado y sencillo debió de ceder con los primeros golpes de Carlos, pero no se inmutó, de hecho ni siquiera se abollaba la caja; y en un golpe Carlos se machucó un dedo.

  — Creo que necesitaremos la ayuda de un adulto —dijo Iris levantando los hombros.

  — Claro que no —respondió Carlos con su mandíbula tensa, su ceja izquierda le había comenzado a temblar, señal inequívoca de que además de enojado estaba nervioso—. Nos regañarán por recoger las cosas de la calle, no la querrán abrir pues dirán que tiene algo malo, y la tirarán a la basura. —Miró a todos como si fueran ignorantes—. Ya saben cómo son los adultos de miedosos.

  — Tienes razón —dijo Gil mirando a su hermana, esta no dijo nada pero sabía que una vez más el hermano mayor tenía razón—. ¿Y entonces que haremos con ella?

  — Papá tiene una segueta pequeña —contestó—, quizá con ella pueda romperla. Pero ya será mañana, por ahora la dejaremos aquí y mientras votaremos por el nombre de nuestra casa.

  “La guarida” fue el nombre elegido después de una horas y mucho debate. Todos votaron, hasta Paco. Los chicos se fueron a su casa a hacer la tarea y cenar. Estaban tan cansados que se quedaron casi dormidos al instante, por ello ni siquiera se asomaron por la ventana para ver como el cofre estaba abierto y de él emanaba una fuerte luz.

IV

Al día siguiente después de clase los hermanos se reunieron después de comer en “La Guarida”. Carlos se las había apañado para sacar del garaje de su papá una pequeña segueta y unos guantes de protección; en una ocasión su padre le había contado mientras cortaba una madera para arreglar una alacena, que esas seguetas tenían dientes tan finos que eran capaz de rebanar los dedos de la misma manera que cortaban la madera. Nunca dudó de ello y no quería arriesgarse, ya tendría bastante con los regaños de papá si se daba cuenta de que la había tomado sin permiso como para además lidiar su vida sin dedos. Se puso los guantes y comenzó a tratar de cortar el cerrojo. Pasó y pasó y esta no cedió. Estaba cansado y sudando.

  — ¿Y si se las pasas por detrás? —dijo Gil señalando las bisagras.

  Carlos agitó los brazos, los tenia adoloridos pero no mostraría cansancio enfrente de sus hermanos. Comenzó a pasar la segueta por ahí. Nada consiguió. Molesto se levantó y con el desarmador les pegó a las bisagras. No logró nada.

  — ¿Y si le arrojamos una piedra enorme? —sugirió Gil.

  — No, tonto, se rompería lo de adentro —dijo Iris. Miró a su hermano mayo pidiéndole una solución, al fin y al cabo, era el más grande y tenía que solucionar los problemas difíciles.

  — Por ahora lo dejaremos así— dijo tras una pausa—, ya me duelen los brazos, mañana le encontraremos una solución, por ahora vámonos a casa.

  Los hermanos se fueron y Carlos estuvo buscando por Internet como poder abrir cerrojos, encontró desde líquidos especiales para quitar el óxido, hasta trucos con pasadores de cabello o herramientas especiales. Decidió que mañana probaría algunas cosas antes de rendirse y tirar ese trasto a la basura. Se quedó dormido.

  Iris estaba inquieta y no podía dormir, se le figuraba que llevaba ya horas y horas dando vueltas, pero solo habían pasado unos veinte minutos. Desesperada se levantó y se asomó por su ventana, justo enfrente estaba la casa del árbol. Se quedó atenta viéndola recordando todo lo que había trabajado para ella y cuando más ensimismada estaba en sus recuerdos, una luz fuerte salió de “La Guarida”.

  ¿Carlos, porque regresaste sin avisarnos?, pensó Iris poniéndose sus pantuflas, fue hacia el cuarto de su hermano, este dormía plácidamente. Entonces era Gil, debía de querer esconderles el cofre para aventarle una piedra y quedarse el contenido. Iría a descubrirlo.

  Sus papás estaban en su cuarto viendo televisión. A veces solían subirle mucho el volumen. Ese era uno de esos días, así que aprovechó para escabullirse a la planta baja y salir hacia La Guarida.

  Recorrió el patio y subió despacio las escaleras colgantes, no quería hacer ruido y sorprendería a su hermano. Llegó hasta arriba, la luz la deslumbraba; se tapo los ojos y dio un paso hacia el frente.

  — Gil te caché. ¿Qué haces aquí solo y de donde sacaste esa lámpara? —Dio otro paso—. Apágala, me lastima los ojos. —Otro paso—. ¿Gil? Vámonos.

  Iris decidida ante el silencio de su hermano, avanzó hacia la luz y desapareció.
V

Gil tampoco podía dormir. Se había comido dos pares de dulces y el chocolate caliente que su mamá les había preparado. No pudo resistir esa dosis azucarosa, y sabía que ahora tendría que pagar las consecuencias de estar mucho tiempo con los ojos pelones. Sabiendo que no dormiría aun, se levantó y prendió su Nintendo DS, aprovecharía para acabar su videojuego. Estaba atorado con el penúltimo jefe y se enfrasco en vencerlo. Lo intentó varias veces pero siempre perdía. Enojado dejo a un lado su portátil y se asomó hacia la ventana y vio una luz que salía de La Guarida. También distinguió a su hermana subiendo las escaleras.

  — Iris —dijo en voz baja, no quería que sus papas lo oyeran. Su hermana llegó hasta arriba y dio un paso hacia adentro, parecía que intentaba ver algo, aunque se había llevado la mano a los ojos, esa luz que salía debía estarla cegando—. Iris.

  Cuando su hermana entró más, la luz se apagó. Quizá Carlos estaba ahí o podía ser algún desconocido. Corrió hacia el pasillo pensando en avisarle a sus padres, pero quizá no era nada serio y los regañarían a todos, así que mejor fue a ver si Carlos estaba en su cuarto. Si estaba ahí y dormía plácidamente. Lo despertó y tras explicarle la situación, fueron hacia la casa del árbol.

  Levaban una lámpara, adentro no estaba Iris y estaba todo oscuro. El cofre estaba sobre la mesa como lo habían dejado.

  — ¿Dónde está Iris? —dijo Carlos.

  — Te juro que entró aquí y la luz se apagó.

  — ¿Se la habrán robado? Debemos de avisarle a nuestros padres.

  Carlos se levantó dispuesto a ir a decirles, pero Gil que seguía sentado sobre la mesa viendo el cofre, le pidió regresar.

  — ¿Te acuerdas del dibujo de la parte de arriba? —preguntó Gil y su hermano le confirmó que sí—. Eran tres círculos… y ahora hay cuatro, el nuevo círculo tiene la inicial del nombre de Iris.
VI

Por la mañana y con su debida maña, los hermanos se las ingeniaron para que sus padres se fueran sin despedirse de Iris. Después le hablaron a su amigo Paco para que los alcanzara en la casa del árbol. Cuando estuvieron reunidos ahí, revisaron muchas veces la caja e intentaron abrirla los con los métodos de Internet. Nada les funcionó.

  — ¿Es mágica? —dijo Paco, al ver la cara de incredulidad de sus amigos, agregó—: Vamos, no están difícil de creer, este círculo y la desaparición de su hermana lo confirma. Aparte de que no la podemos abrir con nada.

  — Debe haber algo con estos círculos.

  Carlos tronó los dedos y empezó a anotar en un cuaderno las letras de cada círculo de la tapa: S, A, M e I. Buscó ordenarlas para encontrar palabras. “MASI”, “MISA”, “SAMI”, etc. Cuando hubo hecho todas las combinaciones las pronunció en voz alta hasta tres veces cada uno como si esto le diera un toqué mágico, pero el cofre siguió cerrado.

  — Esto no funciona —dijo Paco preocupado—. Tendremos que decirles a tus papas cuando regresen.

  — Nos mataran y más por no decirles desde anoche —dijo Carlos—. Pero tienen razón.

  —Se levantó dispuesto a irse a su casa—. Les hablaré por teléfono para que regresen.

  Paco también se levantó.

  — Esperen, quizá es cada letra la inicial de una palabra. —Dijo Gil, tomó el cofre y el cuaderno, comenzó a escribir. Satisfecho con sus letras volteó a verlos y les leyó—: Solo… Ábrete y… Muestra … muestra…

  — Tu Interior —agregó Paco.

  No pasó nada, entonces Gil dijo tres veces con los ojos cerrados: “Solo Ábrete y Muestra tu Interior”.

  Una luz empezó a salir de la caja sorprendiéndolos, a pesar de que era de día y la casita de árbol tenia buena iluminación, la luz era tan fuerte que los cegó mientras duró.

  — Tenias razón —dijo Carlos.

  — Hay que taparla, no puedo ver nada —Gritó Paco—. Le aventaré mi suéter.

  La luz se apagó antes de que se quitara su prenda.

  — Casi nos deja ciegos —dijo Carlos mirando el cofre como el mayor descubrimiento del siglo.

  — Amigo, otra vez lo ha hecho —dijo Paco pálido y tratando de señalar con sus manos todo el interior de la casa de árbol—. Tu hermano desapareció.

  Miraron la tapa del cofre, un nuevo círculo acompañaba a los otros, estaba marcado con la letra “G”. Seguía tan cerrado como cuando lo encontraron.

  — Solo se abre para sacar la luz y tragarse a alguien —dijo Paco—. Cada letra es la inicial de los que se come.

  — Hay que seguir la secuencia —Su amigo lo vio con miedo pero ante la firmeza de Carlos, este respiró profundo y empezó a decir—: Solo Ábrete y Muestra tu Interior…

  — Grandote… — completó Paco sonriendo. Más animado y creyendo que no pasaría nada siguió recitando—: Solo Ábrete y Muestra tu Interior Grandote.

  Lo repitió dos veces más hasta que la luz apareció.

  — Cuidado Paco, mantente alerta, sujétate a la mesa.

  La luz está vez duró menos, solo el tiempo necesario para llevarse a Paco. Carlos confundido corroboró el nuevo circulo con la letra P. Se llevó las manos a la cabeza, estaba ante un gran aprieto, si completaba una nueva frase ahora la luz se lo tragaría a él y todo estaría perdido. Pensó en varias palabras que encajaban y podría cambiar las cosas, pero necesitaba de alguien más.



VII

Carlos aun no era mucho de andar con novias, seguían gustándole demasiado los comics y los videos de los youtubers como para fijarse en chicas, aunque sí sabía que siempre le había gustado a su vecina. A pesar de que ella lo buscaba y trataba de topárselo en la escuela o en la calle, él se mostraba serio y evitaba contacto. Pero esta ocasión era diferente, sonaba feo pero la necesitaba para poder rescatar a sus hermanos y a Paco. Después de ciertas dudas de la chica, logró convencerla de que lo acompañara a la casa del árbol.

  — ¿Porque nunca me hiciste caso? —le preguntó Ana.

  — Es que tenía novia —mintió y su ceja izquierda comenzó a temblarle, no se le daban muy bien las mentiras y notó que la chica lo descubrió. Así que le tomó la mano y tras sentir una rara sensación al tocarla, vio que después de todo no era tan fea a pesar de que se parecía a Iris (pecosa y cabello largo)—. Perdóname, estaba yo en otra sintonía pero eso creo que cambiará a partir de hoy. Te he traído hasta acá por algo de vida o muerte y espero me creas y confíes en mi…

  Y le contó todo lo ocurrido. Cuando acabó su historia Carlos, Ana lo miró como un bicho raro pero nunca le soltó la mano.

  — Adelante, lo haré.

  Carlos escribió y le pidió la repitiera tres veces.

  — Solo Ábrete y Muestra tu Interior Grandote y Permanece…

  Aquel decreto funcionó y la luz se tragó a Ana y un circulo con la “A” apareció. Carlos escribió todo lo ocurrido en una hoja en blanco y le puso su nombre como firma por si lo siguiente que haría no funcionaba y quedaba el atrapado en el cofre. Anotó la frase que usaría después de su confesión y tras relajarse la decretó tres veces:

  “Solo Ábrete y Muestra tu Interior Grandote y Permanece… Abierta”

  La luz llegó y por instinto Carlos se tapó la cara esperando ser succionado, pero eso no sucedió. La luz fue bajando su intensidad hasta que pudo abrir los ojos y mirarla. La tapa estaba abierta. Desconcertado al principio, Carlos dudó en mirar por dentro, pero pensando en todos, se asomó: Había agua, lo más parecido a un pequeño océano ondeando entre las paredes de madera, el agua era tan cristalina que podía ver hacia abajo, pero el fondo no se divisaba e iba más allá del límite del cofre, era como un océano profundo e interminable. Recordó los documentales de National Geographic sobre los mares. Un pez emergió de las profundidades hacia la superficie. Carlos dio un brinco por la sorpresa, no le daba miedo y conforme lo veía más le encontraba cierto aire familiar, así que se armó de valor y lo tomó con la punta de sus dedos, era tan pequeño como un charal. Era un pez normal y aleteaba en sus dedos y estaba muy resbaloso. Sin querer, se le resbaló y cayó al piso.

  No sabía si devolverlo a sus aguas o dejar que muriera en el piso. Al final lo dejó y cuando el pez parecía que hacia sus últimos movimientos desesperados, comenzó a iluminarse y crecer, sus escamas fueron adquiriendo una forma escabrosa y metamorfoseando hasta adquirir un tono humano. Cuando la piel marina terminó de mudar Iris estaba en su lugar.

  — ¿Y los demás? —le preguntó Carlos.

  — Estábamos nadando buscando una salida y… Sácalos.

  Carlos fue sacando uno a uno y admirándose al ver la transformación a humanos. Incluso sacó a los otros tres niños de los cuales eran de las iniciales ya grabadas en el cofre.

  — Ya todo ha acabado —dijo Ana aun sin poder creer lo que le había pasado.

  — Aun no —dijo Carlos señalando la caja abierta, esperó a que todos la observaran, Miró a su hermana y les dijo: — Si algo salé mal, esta vez tú, Iris, nos salvarás.

  La niña aun no sabía bien de lo que hablaba, pero asintió. Carlos escribió en su cuaderno una frase usando cada inicial de los ahí presentes. Le pidió a cada uno dijera su parte:

  “De Ahora… en Adelante… Ciérrate… por Siempre… y Guarda… tu Maldad”

  La caja emitió un quejido inhumano y se cerró. No hubo ninguna luz y todos seguían ahí. Los círculos habían desaparecido de la tapa, estaba lisa como si nunca hubiese tenido nada grabado.

  — ¿Y ahora?

  — La enterraremos tan hondo —dijo Carlos— que nadie la encontrará nunca más.


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