lunes, 3 de septiembre de 2018

Fragmentos de Terror... EL MENSAJERO


Los paquetes deben de ser entregados a tiempo...





EL MENSAJERO 



Uriel llevaba trabajando medio año en la empresa de mensajería. Era Ingeniero en Electrónica y había estado trabajando en radio bases durante mucho tiempo para una importante empresa, le iba muy bien y a pesar de que se hizo de sus ahorros, los problemas empezaron cuando una transnacional compró su empresa y en los reajustes, lo despidieron. De ahí todo vino de mal a peor, pues más de medio año estuvo buscando trabajo en su ramo, pero no encontró nada pues todos querían jóvenes, y en los que cubría el perfil, los sueldos eran demasiado bajos. Optó entonces por ampliar sus horizontes y al ver acabados sus ahorros (entre gastos y útiles escolares de sus dos hijos), terminó por quedarse en ese empleo de mensajero. El sueldo era mucho más bajo que lo que ganaba antes, y era una joda pues tenía que andar todo el día en la moto entregando paquetes por toda la ciudad, pero podía aspirar a crecer dentro de la empresa.

  Llegó al número 33, era un edificio gris y bastante viejo, ubicado en la colonia Roma, parecía haber sido dañado con los últimos grandes temblores. Tenía que entregar un paquete al piso 7. Tocó el timbre para que el visitante le abriera, pero no se veía a nadie en la recepción, tocó de nuevo. Un inquilino bajó por las escaleras y salió del edificio, tenía la cara pálida y enfermiza, casi se veía como aliviado de salir de ahí. 





  — Disculpe, señor —le dijo Uriel— traigo un paquete para el piso siete. ¿Puedo pasar? Le he tocado a la recepción y nadie ha salido.

  — No tenemos ni vigilante ni conserje —respondió el hombre—. Siempre se nos van. Usted ya sabe, son miedosos. —Comenzó a caminar de nuevo y siguió hablando—: pero cierre la puerta.

  Uriel le iba a dar las gracias pero aquel raro tipo ya iba a media cuadra. Estacionó bien la moto y entró. Sobre la mesa de recepción estaba una libreta para registrarse. Parecia que hace tiempo que nadie se registraba. El último dato era de un tal Pedro Poderes el 16 de marzo de 1977, hacía más de 40 años. Eso era ilógico, de seguro alguien bromeó anotando eso. Siguió revisando y los demás registros eran aún más viejos. Movido por la curiosidad e inspeccionando que no hubiera cámaras de seguridad que lo estuvieran viendo (cosa que dado el edificio tal viejo y en tan mal estado, era casi impensable), se sentó un momento en la silla para hojear aquella libreta de registros de visitas: “María Donceles, 16 de abril de 1950”, “Ignacio Vázquez, 16 de febrero de 1920”, “Jesús Hidalgo, 16 de diciembre de 1850”. Aquella libreta era una locura, la colonia Roma era vieja pero no para tanto. Aquel ultimo vigilante debió de haberse puesto a jugar con aquellos registros. Tomó el bolígrafo que estaba ahí y se anotó: “Uriel Martínez, 16 de Julio”. También era 16 como el resto de los registros. Se levantó y se apresuró al elevador pues algún vecino podía bajar, o el que lo había dejado entrar podía regresar, y no les gustaría encontrar a un mensajero desconocido fisgoneando en la recepción.

  Tomó su paquete y se dirigió al ascensor. Apretó el botón y en la pantalla apareció que el elevador estaba en el piso 10. Comenzó a bajar y por un instante se preguntó si no era mejor subir por las escaleras o hablarle al dueño para que bajara por su paquete. El ascensor bajaba muy lento y parecía detenerse en cada piso varios segundos. Le marcó al dueño del paquete pero la llamada no entraba, no tenía señal. El elevador se detuvo en el número 8, esperó y esperó pero no avanzaba. Estaba cansado y tendría que subir por las escaleras. Cuando llegó al descanso del primer piso, una anciana venia bajando, se veía pálida y se ayudaba de un viejo bastón de madera.

  — Perdón, señora. ¿Sabe si el elevador sirve?

  La anciana siguió bajando y ni siquiera volteó a verlo, como si no existiera. Uriel supuso que por su edad ya no oía bien y no lo había escuchado… ¿ni visto?

  Antes de seguir subiendo miró el piso, vio un largo pasillo a media luz, estaba bastante descuidado y desalineado. Nada agradable para ver, así que apresuró el paso, el segundo piso estaba en iguales condiciones. De no ser porque había visto ya a dos personas en ese edificio hubiera jurado que estaba abandonado. Llegó el tercer piso y tuvo que hacer una pausa, estaba cansado ya y eso le indicaba que tenía que hacer ejercicio, comer menos y más sano, y dejar el tabaco. La puerta del elevador se abrió. Debía de ser un sistema viejo que iba haciendo parada en cada piso hasta llegar a la base, por eso hasta la anciana prefirió bajar por las escaleras. Ahora podría detener su bajada y hacerlo subir.

  Entró al ascensor, pulsó el número ocho pues solo tenía numero pares, tendría que bajar un piso por las escaleras, aunque era mejor que tener que subir siete pisos por la escalera. Pensó que el elevador seguiría bajando pero no fue así, comenzó a subir y de manera rápida, no hacía parada en cada piso, de seguro el botón de la planta baja no había registrado su petición. Llegó hasta el octavo piso, las puertas permanecían cerradas. Uriel empezó a ponerse nervioso y apretó varias veces el botón para que lo dejaran salir. Miró el botón de emergencia y acercó su dedo para presionarlo, aunque desistió, debía de calmarse y esperar a que abriera solo. <<Es un edificio viejo, recuérdalo>>. El sistema pareció oler su miedo y las puertas se abrieron. Uriel salió de prisa, el elevador no se cerró y se quedó abierto. Le pareció mejor así, pues lo esperaría para largarse de ahí cuanto antes, era un lugar deplorable y enfermizo.

  Bajó hacia el séptimo piso pero las escaleras lo conducían al sexto piso, revisó ese pasillo y vio que efectivamente las puertas estaban marcadas con el “601”,”602”, etc. Volvió a subir pensando en que la numeración del elevador estaba mal y aquel piso si era el séptimo. El ascensor seguía ahí con su luz prendida, como esperándolo. Las puertas de ese piso estaban marcadas con los números: “801”,”802”, etc.

  La dirección de este paquete, está mal, grandioso. No existe el piso 7

  Su teléfono seguía sin señal. Se acercó a la primera puerta y tocó. Tocó y tocó y nadie salió. Fue con a la siguiente puerta e hizo lo mismo. Nada. Su entrega era en el número 707. El pasillo se hacía más oscuro pues las lámparas estaban fundidas, solo la luz del rellano del piso y la del elevador alumbraban. En un principio lo que era un largo pasillo ahora lo veía muy corto. Llegó a la última puerta, la 806. Ni siquiera llegaban a los números siete, si todos los pisos eran iguales, debía de tener solo seis departamentos por piso.

  Se regresó fastidiado y subió al elevador, no deseaba bajar más escaleras y prolongar su estancia en aquel lugar. El elevador cerró en cuanto Uriel entró. Le apretó el botón de PB. El descenso comenzó vertiginoso y sin escalas. Cuando llegó al destino, las puertas se abrieron. Uriel respiró aliviado, por fin podría salir de ahí. Avanzó esperando encontrar la mesa de recepción y la bendita puerta de salida, pero para su sorpresa solo encontró que estaba en un piso más, a su lado estaban las escaleras y a la izquierda otro oscuro y descuidado pasillo. Sobre la pared estaba el número siete. Esto no puede ser, pensó, ni el elevador ni el mismo edificio tienen este piso, y además bajé lo suficiente en el ascensor para llegar hasta el sótano. —Se llevó la mano al mentón—. Solo que el piso siete este en el sótano.

  Bueno, era el piso que buscaba, que más daba si estaba en el sótano o revuelto entre los números, ahora entregaría ese maldito paquete y se largaría de ahí; eso sí, por las escaleras. No quería meterse más a ese viejo elevador que se había quedado fijo y abierto, esperándolo.

  Avanzó por el pasillo, estaba aún más oscuro que los demás y las luces del rellano del piso y del elevador no servían para el alumbrarle el paso. Usó la linterna de su celular para abrirse paso, aunque la oscuridad era tal no le iluminaba más de un metro delante. Llegó a la puerta 701 y de ahí siguió caminando hacia la 702, el trayecto de una a otra le pareció una eternidad. ¿Será que ya estaba tan cansado como para que le pareciera tanta distancia? Después de la segunda puerta, el piso se puso arenoso, estaba aquello en obra negra y esto le costaría una muy buena propina al dueño de ese paquete. Recorrió otro tramo bastante extenso para llegar a la tercera puerta. No podía ser su percepción, sí era demasiada la distancia entre puertas, cosa que era imposible, aquel edificio no era tan largo ni abarcaba toda la cuadra, además todo el piso de arriba lo había recorrido en solo un minuto. Aquí juraba que entre cada puerta tardaba hasta cinco minutos en llegar de una a otra.

  Decidió hacer la última prueba y avanzar. Esta vez el piso estaba peor, ya no era ni tierra ni arena, ahora era lodo. Tuvo que irse sujetando de la pared para no resbalar, no tomó el tiempo pero supo que cada puerta estaba más lejana que la anterior. Aunado a eso el sitio era cada vez más oscuro y asfixiante. Pensó en regresar, no valía la pena ninguna propina ni sueldo extra por aquellas inmundas circunstancias. Eso le trajo a su mente sus gloriosas épocas y jornadas laborales de Ingeniero. Al final decidió entregar el paquete, no había perdido tanto tiempo en balde. Conforme siguió avanzando el fango era aún más espeso y le llegaba a la mitad de las rodillas, era ilógico que alguien pudiera vivir en ese piso ¿Cómo llegarían y podrían siquiera abrir su puerta y vivir en ese lugar tan asqueroso? A medio camino se arrepintió de no haberse regresado, el miedo se estaba apoderando de él. Cada vez se hundía más en el fango, sentía como si aquello fuera un… pantano.

  — ¡Auxilio! —comenzó a moverse más rápido pero solo se hundía cada vez más—. ¡Auxilio!

  El lodo le llegaba ya al abdomen y cuando sintió que la desesperación lo desbordaba, llegó a la puerta 705. Intentó brincar pero no pudo, no alcanzaba la manija. Se quedó un rato quieto, pensando, pues sabía que entre más se moviera, más se hundiría. Y ahora que lo pensaba, aquello era otra de las tantas cosas ilógicas, la loza de ese piso no podía medir más de medio metro, a menos que el piso de abajo fuera puro fango y de esa forma, seguirá siendo tragado. Si estaba en el sótano aquello era probable. Se le ocurrió la idea de usar su petaca para lanzarla y atorar sus tirantes a la manivela, tras unos intentos, lo consiguió y empezó a jalarse para salir de aquel fango. Cuando parecía que empezaba a subirse, la asa se rompió y salió proyectado hacia atrás hundiéndose más.

  Uriel supo que ese era su final pero el impulso hizo que la puerta se abriera, con sus escazas fuerzas de supervivencia, se sujetó de los marcos de la puerta y fue impulsándose hacia dentro de la habitación. Logró entrar y quedó exhausto en el suelo.

  Cuando se reincorporó, se levantó y revisó la habitación, no era más que un cuarto que no debía de medir más de 3x3. Este estaba vacío y en obra negra, solamente había una silla de madera infantil y un oso de peluche alado. Aquel peluche era tétrico, estaba sucio con lodo y le faltaba un ojo. Revisó las paredes buscando algún falso o puerta secreta pero no encontró nada.

  Así estuvo un buen rato buscando en el cuarto, tocaba y tocaba cada rincón de las paredes y el techo, se asomaba una y otra vez al pasillo por si el fango había descendido, cosa que no sucedió. Pensó en romper la silla para amarrarla y hacer un palo largo, pero las maderas eran tan delgadas que se romperían al cargar sus ochenta kilos. Y como era de esperarse, seguía sin señal. Cansado y fastidiado dejó la silla en el mismo lugar donde estaba y sentó al oso de peluche. Un rayo de luz salió del peluche y cegó a Uriel que salió disparado hacia atrás pegándose la cabeza. Perdió el conocimiento.

  Muchos ruidos lo despertaron, abrió los y de momento no sabía dónde estaba. Cuando sus ojos enfocaron bien vio el cuarto donde recordaba estar pero ya no estaba vacío, ahora era un lindo cuarto infantil de niña con muebles, las paredes estaban pintadas de rosa con mariposas garabateadas en todo su alrededor. La silla seguía a su alrededor junto con el peluche, solo que ahora se veían limpios y en buen estado. Recordó y recordó aquella habitación hasta que su mente le trajo el dato exacto: era el cuarto de su pequeña hija, de Lore; el mismo lo había pintado con ese rosa cursi y le había dado los crayones a su hija para que lo decorara con las mariposas que solo una niña de cinco años puede hacer. No entendía que hacia ahí, lo último que recordaba era él atrapado en ese cuarto con el fango afuera y …

  Oyó las voces de unas personas que iban por el pasillo, platicaban de las compras del super para surtir la despensa. También oyó a un niño que iba cantando por el pasillo. Afuera había gente normal y no una obra negra hundida en el pantano. Ese era el edificio de la Roma que buscaba, entonces todo lo otro lo había alucinado. Con cautela abrió la puerta para ver un pasillo iluminado y en buen estado, las señoras que había oído estaban esperando el elevador y el pequeño niño cantor, las saludaba cordialmente. No había fango ni oscuridad. Se frotó los ojos pero todo seguía igual. Debo de tomarme un descanso, pensó, esto ha sido demasiado.

  — Papá —oyó a una niña muy cerca de él, estaba sobre el pasillo casi enfrente de él.

  — ¿Lore, tu qué haces aquí?

  Su hija lo miró extrañado como si fuera un extraterrestre.

  — ¡Hay papá sí que serás distraído! ¿Tú mismo me trajiste para que viera tu trabajo?

  — Si, eso debe ser —se limpió el sudor de la frente, sudaba a chorros—. Vamos a casa, nena.

  — Pero papá primero entrega tu paquete —le dijo dándole la petaca—, dijiste que era el 707, solo faltan dos puertas.

  — Si, tienes razón —respondió tomando la petaca y sacudiendo la cabeza—. Entreguemos eso y después nos iremos a comer un helado doble. ¿Quieres?

  — Si papi, pero de chocolate con chispas —respondió Lore tomándolo de la mano, comenzaron a caminar hacia la puerta—. Te quiero mucho.

  — Y yo a ti, preciosa.

  Llegaron a la puerta marcada con 707, Uriel volteó a ver a su hija para sonreírle pero ella ya no estaba, el oso de peluche era el que estaba sujeto a su mano. Espantado lo soltó y el peluche cayó en el suelo, donde se empezó a hundir en un charco de agua.

  — Lore, cuidado, hay agua por aquí.

  Uriel se hundió en el agua, era lo bastante profundo como para ahogarse, no sabia nadar pero solo flotar. Se elevó hasta que su cabeza salió a la superficie y pudo respirar, había tragado algo de agua pero estaba bien. Volteó a su alrededor pero aquel pasillo vivo y bien cuidado, era de nuevo el pasillo oscuro y asfixiante. La puerta 707 estaba cerrada frente a él. Se acercó hacia ella y comenzó a tocarla.

  — ¡Auxilio, ayúdenme, mi pequeña estaba conmigo, temo que se haya hundido!

  Y algo jaló a Uriel desde abajo hundiéndolo, tomó el poco aire que pudo antes de sumergirse.

  — Papi, ven, es por aquí para entregar tu paquete —oyó decir a Lore debajo de él.

  Uriel no podía percibir quien lo jalaba, pero no podía ser su hija pues tenía una fuerza descomunal y por más que trataba él de elevarse, no podía. No podía ser su hija, ¿o sí?

  La fuerza lo siguió jalando hasta que el aire se le acabó y el agua llenó sus pulmones.

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