lunes, 17 de septiembre de 2018

Fragmentos de terror... MIS MUJERCITAS


¿Qué hombre no quisiera a una asiática, a una rubia y a una morena para él solito?





Mis mujercitas 

— ¿De este vestido tiene talla extra? —le dije a la empleada y regresó con un vestido muy ancho. No le había especificado que me refería a talla extra de busto y no de cintura. Le iba a hacer la simulación con mis manos pero capaz que no lo tomaba muy bien, así que solo le especifiqué en voz baja—: Me refería a que tiene mucho busto mi pareja.

  La empleada me miró incrédula como si no mereciera yo a una pechugona; está bien que estoy feo pero no era pa tanto.

  — ¿Sabe que talla es? —me preguntó.

  Le miré discreto sus bubis, también estaba dotada la lady pero no tanto como mis mujercitas.

  — Tiene más que usted —le dije directo y esperé una cachetada de su parte, pero la empleada solo se sonrojó y me dijo que enseguida me traía otro. Se tardó un poco más y regresó con un vestido más chico que el extra. Le di una revisada y supuse que este si le quedaría.






  — Perfecto, ahora otro más en rojo y en rosa de la misma talla.

  La empleada me lanzó otra mirada inquisitiva y fue por ellos.

  Al fin me dieron mi mercancía, pagué y me salí de ahí; ya ni quise preguntarle de las tangas, las compraría en otro lado. Busqué en un local donde hubiera una empleada más simpática y entré en un negocio con una chiquibaby de senos pequeños pero tremendas sentaderas. Y más amable que la empleada anterior, me atendió y me vendió tres pares de tangas del color de los vestidos. Al final pensé en pedirle su whats a la muchacha pero solo de pensar en las noches desenfrenadas que me esperaban con mis mujercitas, desistí, aunque agendé en mi mente ir luego a conquistar a ese nalgoncita. Pasé antes a comer unos tacos del “Viquingos” y me chingué una caguama, debía de tener fuerzas para complacerlas.

  Llegué a mi house y saqué la ropa y lencería, ya antes estaban listas mis mujercitas en el cuarto. Ahí estaban tal cual las había dejado y no se habían desinflado. Esas sí eran muñecas sexuales de calidad, no las porquerías que había comprado antes. Al año que mi esposa me dejó por un tipo bien guay de su trabajo, me compré mi primera muñeca inflable pero tan chafa que parecía un salvavidas; terminé por tirarla al poco tiempo, sentía que le hacia el amor a una pelota. Después compré unas mejores pero seguía sintiendo que eran plásticos. Hasta que un día viendo videos del face, vi a una muñequita que la neta parecía tan real que se flexionaba como si tuviera articulaciones, su piel era suave y tenía infinidad de orificios para hacerle el amor hasta por el ombligo. El caso es que averigüé y en Amazon encontré infinidad de muñecas sexuales reales, eso sí, estaban carísimas pero bien sabrosas. Y ese día la suerte me acompañó y encontré a un tipo que remataba un trio de muñecas: una rubia, una morena y una asiática, al precio de una sola. No tenía la publicación ni comentarios ni calificaciones previas, pero había una garantía de devolución de mi dinero, y además era Amazon, así que me animé y las compré. Eran importadas de… Dinamarca, creo, por lo que tardaron más de quince días en llegar. La espera valió la pena y tal cual estaban en las fotos y en la descripción, así eran ese trio de mujercitas del placer. Solo faltaba ver que no se deformaran cuando mis noventa marranotes kilos les cayeran encima.

  Conforme les iba poniendo su ropa y sus ajustados vestidos (que bien que le calculó el tamaño la empleada mamona), me excité solo de irlas viendo. Las acomodé en poses sexis y les tomé varias fotos para verlas de luego. En su catálogo de instrucciones venían aparte de sus cuidados y limpieza, un decreto para iniciarlas antes del sexo, decía que se dijera tres veces. Sonaba a brujería, pero ya bien excitado y de loquera me chuté la frase:

  “En mi placer me llevaran al éxtasis total, yo su nuevo dueño, les exijo que me enseñen el límite del amor y el placer hasta mis últimos días de vida”.

  Y después de eso jugué a que me ligaba a las tres mujeres, terminé montándome a la asiática, haciéndole el oral a la rubia y viniéndome en la cara de la morena. Fue una sesión exquisita y estaba tan fascinado con el parecido tan real con una mujer, que me aventé otro palo con mis mujercitas. Y así estuve otros días jugando con ellas, siempre fascinado y preguntándome porque no había mandado a mi exmujer al carajo por estas mujercitas desde hace mucho. Ellas no se quejaban, no te repelaban, no te pedían dinero ni te hacían enojar.

  Después de una semana empezaron a pasar cosas raras. Yo juraba que dejaba a las muñecas en una posición y cuando regresaba las encontraba en otra, siempre viéndose entre ellas como si hubieran estado platicando y platicando como viejas chismosas. Al principio creí que era un alucín mío por tanto alcohol y sexo de los últimos días, pero a veces me quedaba en silencio en el comedor y oía como cuchicheaban entre ellas. Me acercaba sigilosamente y aun pegado a la puerta las seguía oyendo, no entendía lo que decían, debía de ser algún lenguaje europeo. Entonces abría la puerta de golpe y ellas tan quietas como lo que eran: unas muñecas sexuales. Eso me consternó y me hizo que varios días no las tocara, no las quería ni ver. Las seguí oyendo platicar y cambiarse de lugar, supuse que era algún circuito que tenían que se les había averiado con las sesiones salvajes que tenía con ellas, y por eso hacían ruidos que a mí me parecían platicas. Y de que se movieran no le hallaba explicación pero así lo dejé. El caso es que un día llegué con mis copas de más, estaba excitado y había dejado a mis mujercitas con unas minifaldas con medias y ligueros, de solo verlas se me puso bien dura. Tomé el catalogo y me puse a recitar como un sacerdote en medio de una misa el dialogo del catálogo:

  “En mi placer me llevaran al éxtasis total, yo su nuevo dueño, les exijo que me enseñen el límite del amor y el placer hasta mis últimos días de vida”.

  Lo dije tres veces. Me fui con la asiática y le envestí mi pene directo en su boca, la jalé hacia mí para simular su succión y comencé a gritarle que era una maldita zorra y cuanta leperada le dice un borracho a una mujerzuela.

  Estaba yo sintiendo bien rico esa chupada, cuando me pareció que la asiática parpadeó, supuse que era por los jalones que le daba hacia mí, pero entonces se rio. Su risa fue fuerte y clara a pesar de que tenía toda mi herramienta en su boca. Como estaba yo bien tomado la ignoré y la seguí moviendo hacia mí. Volteé a ver a las otras dos mujercitas para ver adentro de cual me vendría… Lo malo era que ya no estaban en el sillón. Vi de reojo sus sombras, estaban detrás de mí. Eso sí me dio terror y traté de quitarme a la asiática pero estaba como trabada; la solté pero más que trabada ahora ella se movía sola, como una mujer viva. Se siguió moviendo a tal velocidad que hizo que me viniera. Ella seguía riéndose y moviéndose, me estaba lastimando y mucho.

  — ¡Déjame, perra! —no podía apartarla. Se seguía riendo junto con sus compañeras que seguían atrás de mí.

  Entonces un dolor que nunca hubiera imaginado sentir en la vida me hizo casi desmayarme. La asiática de un cuajo me arrancó mi miembro, un chorro de sangre salpicó todo. Horrorizado vi como mi pene estaba cortado y en su boca.

  Me sentí mareado y me sujeté con un brazo del ropero, entonces sentí una mordida en mi antebrazo: la morena estaba mordiéndome y sacándome mis venas como espaguetis de un plato. La rubia estaba frente a mí, aun con su sexi falda y su exquisito cuerpo y rostro, me sonreía con unos colmillos largos y muy filosos. Lo último que sentí fue como mis mujercitas se me aventaban y me acribillaban.


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