lunes, 8 de octubre de 2018

Fragmentos de terror... LOS LENTES



Hay dones que hay que aprovecharlos y saberlos usar, o ...




LOS LENTES


I

La primera vez que Daniel necesitó lentes fue a los seis años, desde ese momento y por recomendación del oftalmólogo, los usaba todo el día. Conforme pasaron los años fuera que su visión se le corrigiera, cada vez requería mayor graduación; hasta que a los veintiún años tenía ya unas gafas de fondo de botella. La única solución posible era una operación que le corrigiera sus miopía y astigmatismo. Como sus padres no le pudieron costear sus estudios, dejó su licenciatura trunca y ahora que trabajaba, pensaba juntar dinero para operarse sus ojos. Tenía tal apego a sus anteojos que en cuanto despertaba era lo primero que se ponía, los usaba todo el día y hasta para ducharse, pues no veía bien a más de 20 centímetros de distancia.
  La misma inseguridad con la que había crecido desde su primer par de anteojos, lo hicieron ser un chico tímido y de baja autoestima, nunca había tenido novia y solo había visto en su vida pasar lindas chicas con las que le hubiera encantado salir, pero rara vez había intentado esas proezas de acortejarlas, pues nadie quería andar con un “cuatro ojos”. La última decepción amorosa fue con una compañera de trabajo llamada Tifany, era muy delgada, de cabello chino y coloradas mejillas. Daniel intentó acercarse más a ella e invitarla un café, pero ella fue sincera y le dijo que no le gustaba como se veía con esos lentes, que usara lentes de contacto y quizá saldrían. Aquello fue devastador para el pobre de Daniel, que triste y melancólico veía pasar sus días aburridos y grises a través de sus fondos de botella.






   Cierto día de verano al salir de noche de su trabajo (todos los fines de mes por cierres contables debía de hacerlo), caía un aguacero épico y obvio como buen “Godínez” tenía que viajar en transporte público. El sufría en las noches pues su visión se bajaba aún más y ni siquiera sus lentes le servían, eso aunado a la lluvia y los charcos hacían que maldijese esos días. Se fue despacio tratando de recordar donde había hoyos y coladeras, debía de caminar tres cuadras hasta la parada del camión.   
   Ya estaba en la última cuadra que tenía muchos desniveles pues los vecinos los hacían en sus banquetas para meter sus carros. Se iba deteniendo de la pared sintiéndose como un maldito ciego que requería ya de un perro guía o un por lo menos un bastón, cuando tropezó con algo frente a él. No pudo detenerse y cayó de bruces pudiendo apenas medio poner una mano para no romperse los dientes. El impacto lo dejó medio aturdido y cuando reaccionó y abrió los ojos, vio todo tan nublado que enseguida se dio cuenta de que sus lentes habían salido volando con la caída.
  
  Se fue caminando en cuclillas tanteando con las manos todo el piso para encontrar las gafas, así estuvo recorriendo toda la periferia por donde según él debían de estar, mas no encontró nada. Estaba desesperado y no sabía qué hacer. De lo que si estaba seguro era que no podría llegar a la esquina y parar el autobús correcto que lo llevara a su casa. La solución más lógica era buscar un taxi que lo dejara frente a su domicilio, cosa que significaría que se quedaría sin dinero para sobrevivir hasta pasado mañana que llegara la quincena, vivía a más de media hora. Necesitaba que alguien lo ayudase.
   — Buenas noches —empezó a decir en voz baja—. ¿Hay alguien por ahí que me pueda ayudar? —Nadie le contestó, así que fue subiendo el tono hasta gritar—. Alguien que me ayude por favor.
   Ningún vecino acudía a su llamado, lo más probable es que con la lluvia sus gritos se apagaran. Desesperado comenzó a llorar hasta que se le ocurrió intentar regresar a su trabajo, esperando su jefe siguiera ahí y pedirle con toda la pena del mundo lo llevara a su casa.
   — ¿Joven, está usted bien? —oyó una voz de hombre detrás, por fin alguien lo sacaría del apuro—. Lo escuche gritar.

   — Gracias a Dios —respondió Daniel tratando de no sonar con voz llorosa—. Me he resbalado y mis lentes han salido volando por ahí, tengo ceguera nocturna y necesito encontrarlos. ¿Cree que usted…
   — Soy tu ángel guardián que ha mandado Dios a ayudarte —dijo sonriendo el hombre—. Justo estuve a punto de pisarlos pero el brillo de los cristales con las lámparas me hizo detenerme a tiempo. Le extendió los lentes hasta sus manos para que los tomara—. Póntelos.
   — Mil gracias —dijo Daniel poniéndoselos enseguida. Vio todo su derredor raro como si la noche se hubiese ido y en su lugar el día llegara, todo se veía brilloso y con más vida. Volteó a ver al hombre, era un anciano de tupida barba blanca, de baja estatura y con una amplia sonrisa. Traía un paraguas y un impermeable negro con botas grandes, todo lo necesario para no empaparse—. Estos no son mis lentes —agregó quitándoselos y escudriñándolos a solo diez centímetros de sus ojos: para empezar, no eran circulares como los suyos, estos estaban con forma de llamaradas—. Y veo muy raro con ellos.
   Se los quitó varias veces y comprobó que seguía siendo de noche, solo cuando se los ponía todo se iluminaba y el día aparecía.
   — Son los únicos que hay por aquí —dijo el anciano—. Si gustas podemos revisar alrededor. Te ayudaré.
   El hombre sacó una pequeña linterna de sus bolsos y comenzó a revisar la zona. Daniel no necesitaba la lámpara, veía tan claro como si estuviese en un parque en un día de primavera. No encontraron nada.
   — No lo entiendo, no pudieron volar tan lejos, y según yo nadie ha pasado por aquí como para llevárselos.
   — La lluvia pudo arrastrarlos hacia una coladera —dijo el anciano levantando los hombros—. O bien puede que si sean tus anteojos, y con el golpe y la oscuridad crees que no lo son. ¿Pero puedes ver bien con ellos y caminar?
   — Veo mucho mejor que con los míos.
   — ¿Bueno entonces cuál es el problema? Ahora vete a tu casa que estás empapado y ya mañana será otro día. —El hombre sonrió, ahora se le veía una luz roja en torno a su cuerpo, como si el aura existiera y lo estuviese cubriendo—. ¿Qué más da si no son tus anteojos? Quédatelos y si no te gustan mañana te compras otros.
   Eso le parecía lógico, lo único que quería era ir a casa y ducharse, tenía un par de lentes viejos que si bien no tenían toda la graduación que necesitaba, le servirían en lo que se mandaba a hacer otros. Se despidió del anciano y le agradeció por su ayuda.
   — Recuerda, hijo, que la vista es un don —le dijo el anciano ya retirándose—. No lo desperdicies.
   La media cuadra restante hacia el camión fue muy fácil para Daniel, era como si no necesitara anteojos. Esperó a que pasara el camión, llegó uno y le hizo la parada pero conforme se iba deteniendo lo vio en muy mal estado: tenía todo el frente chocado y hasta fuego le salía del cofre. Asustado pensó que aquella gente del bus necesitaba auxilio y pensó en axiliarlos, antes de eso se quitó las gafas y el fuego desapareció.
   — ¿Vas a subir o me voy? —le dijo el chofer tocándole el claxon.
   Daniel se puso sus gafas y el fuego apareció de nuevo en el cofre, se quedó perplejo ante la posibilidad de que se incendiara ese camión y explotara. ¿Qué acaso el chofer y el resto de los pasajeros no veían el peligro inminente? Pensó en advertirle del peligro de que anduvieran así, pero el autobús ya había arrancado. Siguió esperando. Cuando llegó otro camión y corroboró que este no estaba incendiándose, se subió y se sentó en una banca sola, dormitando.
   Los ruidos de la gente lo despertaron, el camión se había parado y todos los pasajeros estaban a conglomerados al frente viendo hacia la avenida.
   — ¿Qué ha pasado? —se acercó preguntándole a una anciana que estaba pálida y se tocaba con una mano el corazón. Daniel podía ver a través de su ropa como el corazón de la señora se movía cada vez más lento.
   — Ese camión se ha volteado y se está incendiando del frente —dijo la anciana sin quitarse la mano del pecho, hacía gestos de dolor—. Yo estuve a punto de subirme a ese, es el que iba adelante y…
   El corazón de la señora se detuvo, Daniel lo podía ver tan claro como que aún era de día con esos lentes que traía puestos. La anciana intentó asirse de algo pero cayó desmayada.
Un par de personas corrieron a asistirla mientras otro bajaba a pedir ayuda a la ambulancia que trataba de socorrer a los accidentados. Daniel quería hacer algo y ayudar pero ahora veía el cuerpo de la anciana como un esqueleto, una fuerte luz salió de él y esta se fue difuminando hacia el cielo. Se quitó los lentes y todo volvió a ser oscuro y nubloso. Se acercó a la anciana y ya no vio un esqueleto, solo veía el cuerpo de la anciana y dos personas a su alrededor tratando de ayudarla. Entonces se puso de nuevo los anteojos y el cadáver de la anciana apareció de nuevo, subió la vista y vio como la luz que había salido de ella seguía subiendo hacia un tubo de luz.
   ¿Qué tipo de lentes son estos?, se dijo y salió corriendo del autobús, afuera todo era un caos: la policía acordonaba el lugar y los bomberos estaban apagando el bus antes de que explotara. Varias de las personas que llevaban los paramédicos en sus camillas, eran cadáveres como los de la anciana, algunos otros traían las costillas rotas y con derrames internos. Y todo eso Daniel lo veía a través de sus nuevos anteojos.




II

Solo se duchó al llegar a su casa y se fue a la cama, no tenía hambre y a pesar de su cansancio le costó trabajo quedarse dormido. Las imágenes del autobús, el corazón de la señora deteniéndose y las múltiples auras de las personas llegaban como una película de permanencia voluntaria.
   No supo cuánto tiempo durmió, su despertador sonó como siempre a las siete y sin recordar todo lo ocurrido ayer, se puso los lentes. Pronto la gran luminosidad de estos le hicieron recordar todo lo ocurrido. Se fue a la ducha y al verse en el espejo su cuerpo estaba rodeado de un azul apagado.
    — Menuda aura, tío —le dijo a su reflejo—. ¿Así como te puede querer Tifany?
   Se preparó un desayuno rápido de huevo con queso, desechó las salchichas pues les vio pequeñas células negras que se expandían poco a poco, en ese momento entendió un reportaje que había visto de que los embutidos eran cancerígenos. Desayunó y salió a tomar su bus. Este pasó rápido, se sentó y en lugar de quedarse dormido como siempre, se fue entreteniendo con las auras de las personas. Cuando acabó de ver a todos los pasajeros se le quedó viendo a un hombre cuarentón, de papada abultada y pronunciada calva; estaba sentado en una banca doble junto a una linda niña de secundaria. Por un momento solo vio el aura roja ceniza del hombre, pero conformé se fue concentrando en él una serie de imágenes rodearon al hombre, como si un proyector de su vida lo rodeara. Daniel al ver esas imágenes supo que no era la vida del hombre, eran sus pensamientos o intensiones: pudo ver como el tipo acariciaba lentamente el brazo de la niña y poco a poco su mano se deslizaba por su pierna, le iba besando el cuello y su cara; la niña parecía responderle acariciándole la entrepierna.
   Daniel sorprendido ante esos pensamientos pedófilos de aquel cuarentón, se quitó los lentes y apretó sus ojos para ver si eso pasaba en realidad: nada, el hombre solo veía con lascivia a la adolescente.
   Entonces no solo puedo ver el aura y el futuro, pensó maravillado con los lentes en sus manos como si fueran el tesoro más grande del universo, sino también los pensamientos.
   Olvidando al hombre lujurioso, centró su atención en un joven de melena rockera y piercings en los labios y orejas. Pronto pudo ver al chico rodeado de una banda de rock con una linda chica a lado, parecía que acababa de terminar el concierto pues la jovencita lo felicitaba y abrazaba mientras el público ardía en aplausos.
   Lindo sueño, chico, ojalá y seas todo un futuro rockstar
   Así pasó el resto del trayecto viendo pensamientos y deseos de los pasajeros hasta que llegó a su destino. Se fue a su oficina.
   — Lindos lentes— dijo un compañero de trabajo riendo entre dientes. Otro grupito de compañeros cuchicheó algo, se rieron y continuaron sus labores. Daniel en otras circunstancias hubiera apurado el paso apenado por las burlas de sus compañeros, pero se sentía poderoso con su nuevo don, era como Dios que todo lo sabía y podía. Si seguían molestándolo tarde o temprano usaría sus dones divinos contra ellos. Llegó y saludó a su jefe, el licenciado Tapia, estaba platicando con su secretaria. Ambos se rieron también de sus lentes, cosa que a Daniel no le importó pues él se sintió más divertido al ver como ambos se entendían cuando se quedaban solos en las noches.
   La rutina del día transcurrió y a la primera oportunidad que tuvo fue a ver a Tifany, ella tenía un aura roja y su rostro se veía más radiante que nunca.
   — Hola, te ves hermosa —le dijo sonriendo.
   — Gracias —dijo seria—, no podría decir lo mismo de ti y tus nuevos lentes.
   — Son un nuevo diseño, pensé que estos te gustarían.
   Tifany movió la cabeza negativamente.
   — Mira Daniel tu sabes que soy muy sincera y la verdad te ves fatal con esos lentes, no sé si te perdió la playa o qué. Gracias por venir a saludarme pero ya no quiero que me vean tratandote, menos ahora que eres el hazmerreír de la oficina. —Daniel se quedó serio viendo, ella desvió la mirada y volteó la mirada hacia su monitor para continuar su trabajo y agregó—: Lo siento pero mejor de una vez que te hagas a la idea y dejes de hacerte chaquetas mentales en tu cabeza conmigo.
   — Y la verdad es que no te gusto no porque sea un cuatro ojos —dijo levantando tanto la voz que todos los empleados voltearon, era una oficina sin paredes (salvo la del gerente)—, sino porque en realidad eres lesbiana y la que te gusta es la secretaria nuestro jefe.
   Tifany mas que ofendida estaba sorprendida y su cara se puso tan roja como la de un tomate.
   — ¿Pero sabes que, mi querida Tifany? Te tengo malas noticias —siguió gritando ahora en el centro de la oficina, todos habían dejado sus asientos y lo rodeaban ante el espectáculo que estaba dando—. La secretaria se la monta nuestro jefe en su escritorio casi diario. ¿Por qué crees que es la que más gana de todos? —Un sonido de exclamación se oyó en la oficina—. Sus méritos bucales tiene.
   — ¿Qué te pasa a ti, jodido imbécil? —le dijo el Licenciado Tapia sonrojado—. De donde sacas tanta estupidez.
   Daniel miró el vientre de la secretaria que ruborizada lo veía con odio.
   — Siempre nos ha tachado de imbéciles a todos, mi querido jefe —le fue diciendo mientras caminaba en medio del circulo que habían hecho todos, traía una pluma con la cual señalaba a su jefe—. Pero usted es el grandísimo estúpido pues ya lo embarcó su adorable secretaria, está embarazada, tiene nueve semanas y piensa exigirle deje a su esposa para casarse con ella.
   Por un instante el licenciado pensó en debatirle a Daniel pero en lugar de eso volteó fúrico hacia su secretaria.
   — ¿Es eso cierto, Laura? —La secretaria estalló en llanto—. Ni creas que yo me haré cargo de ese malnacido. Vete a saber con cuantos te has acostado por dinero.
   — Cuantos… —dijo sonriendo Daniel—. Por lo menos con el contador y el mensajero sí. —Volteó hacia Tifany y le dijo—: Ves amorcito, nunca podrás estar con la secre, no le gustan las mujeres como a ti. Ella lo que busca es quien le dé más dinero.
   — Ya basta cuatro ojos —dijo un hombre de tez blanca y barba rala, se llamaba Jorge, era el técnico en informática—. Respeta a Tifany.
   Daniel se le quedó mirando un rato en silencio, después añadió:
   — Muy bien, yo la respeto el día que tu quites la cámara que pusiste bajo su escritorio—. Javier palideció y volteó hacia todos lados como buscando una salida—. Te encanta mirar sus piernas cuando trae esas faldas tan cortas. ¿No es así?
   Uno de los empleados se agachó hasta el lugar de Tifany y con su celular alumbró.
   — Es cierto, hay una cámara funcionando.
   — Ya ha sido suficiente —rugió el licenciado Tapia—. Lárgate de aquí, Daniel. No regreses nunca, mas.
   Daniel tomó sus cosas, vio por última vez a su jefe y percibió como su corazón se estaba deteniendo.
  — Gusto en conocerlos a todos —les dijo haciendo un ademan—, y por cierto háblenle rápido a la ambulancia.
   Se salió azotando la puerta (siempre soñó con hacer eso), mientras adentro al licenciado se le empezaba a adormecer su brazo izquierdo, el inicio de un ataque cardiaco fulminante.



III

Daniel se fue el resto del trayecto despacio, disfrutando el recuerdo de su venganza, como una tablilla de fino chocolate que vas degustando poco a poco. Por primera vez amaba usar lentes y sus beneficios exclusivos que le otorgaban. Pensó en irse a su casa a buscar un nuevo trabajo, pero eso sería aburrido, quería primero chismear a la gente, así que se fue a la plaza central y ahí se puso en medio donde más gente pasaba.
   — Atención señoras y señores —dijo tratando de sonar enigmático e interesante—. Soy un gran mago y clarividente. Por solo doscientos pesos les leeré su futuro y les diré algo clave de su pasado.
   La gente volteó de momento a verlo pero no le hicieron caso, algunos solo se rieron y un chico que iba con sus amigos dijo: “¿Y tú capa, payaso?”. Siguieron su recorrido, así que Daniel se le quedó viendo a la pareja que tenía más cercana y le gritó al hombre para acaparar no solo su atención si no volver a recuperar a la gente que se dispersaba.
   — Usted, el señor de la camisa roja que va con su esposa, le daré gratis su predicción.
   — No me interesa —dijo el señor viéndolo con desprecio, levantó la mirada y movió la cabeza—. Gracias, chico.
   — Usted sabe muy bien que por esas donas que se come todas las noches al salir de su trabajo, a escondidas de todos y sin que su esposa sepa, no puede bajar de peso. Y por ello la dieta que le mandó el nutriólogo y que tanto esmero pone su mujer para que siga, no le funciona.
   El hombre que estaba en un principio alejándose junto con su esposa, se detuvo, esta le dijo algo e intercambiaron unas palabras que Daniel no alcanzó a escuchar, ella parecía molesta y el con cara de culpa. Entonces el hombre se acercó al clarividente de raros lentes, por un momento la gente pensó que aquello acabaría mal, incluso el chico que iba con sus amigos comenzó emocionado a decir que habría pelea; pero para sorpresa de todos, incluso del mismo Daniel, el hombre obeso le dijo al llegar junto a él:
   — Dime todo mi futuro, maldito lunático.
   Cuando Daniel terminó de decirle su futuro tenía ya por lo menos una fila de veinte personas esperando sus predicciones. Gustoso los fue atendiendo y antes de que terminara con las últimas personas, llegó un policía que le dijo que no podía estar lucrando en ese sitio sin permiso y que se lo tendría que llevar detenido. Entonces Daniel tomó su tiempo para mirarlo, y le dijo en secreto sobre los negocios turbios que tenía con un narcomenudista y lo penoso que sería que sus superiores se enterasen. Entonces el policía lo dejó acabar con las personas que aun esperaban su predicción pero le advirtió que nunca más lo quería ver por ahí pregonando sin permiso.
   Cuando acabó había ganado más dinero que en toda su raquítica quincena de godinez. Feliz se fue a su casa no sin antes pasar por una pizza que le salió gratis al amenazar al encargado de la sucursal de revelarle a todos que era un travesti de closet. Ya en su casa disfrutando de su pizza hawaiana con orilla de queso y una coca cola, sentía toda la emoción de su nueva vida, nadie nunca más lo volvería a humillar ni a despreciar; ahora él como un Dios humano seria venerado y todos se pelearían por sus nuevas predicciones.
   Ya por la noche lo primero que hizo fue ir con una excompañera de la preparatoria que vivía cerca de él y en múltiples ocasiones lo había despreciado. Ella lo recibió extraña y con sorpresa pues creía que nunca lo iba a volver a ver; pero después de una indagación de Daniel y sus respectivos chantajes de secretos, terminó obligándola a acostarse con él a cambio de su silencio. Para Daniel fue su primera vez y a pesar de que sintió que faltó la chispa del amor que debía de estar en esa “primera vez de sexo”, quedó satisfecho y deseoso de haber poseído a esa chica.
    Así transcurrieron varios días en los que Daniel se fue haciendo conocer por sus dotes de adivino y hasta curandero. No solo le decía a la gente su futuro sino les prevenía de sus posibles enfermedades. Ganó mucho más dinero del que hubiera ganado en meses en su antiguo empleo y su fama lo llevó a salir en una nota de periódico, y al parecer ya lo estaban contactando de una estación local de radio para que fuera a una entrevista. Como ya tenía suficiente dinero dejó de extorsionar a la gente para que le diera las cosas gratis, pues ahora las podía comprar y se daba los lujos de pagar por muy buenas cosas. Su vida se había transformado y se concebía como el gran vidente del mundo.
   Un jueves estaba en la alameda y tenía contemplado que sería su último día ahí, pues ya era una gran personalidad que no debía andar visionando en la calle, rentaría una lujosa oficina donde contrataría a una linda chica de secretaria (mucho más bella que Tifany) y desde donde atendería a la gente que quisiera saber su futuro, eso sí, ya no por doscientos mugrosos pesos, si no por miles. Sus dones bien lo valían.
   De pronto vio a un hombre mayor que de momento se le hizo conocido, no logró recordar pero le hizo pasara frente a él y se sentara:
   — Buen día, tomé asiento y enseguida le daré su predicción —le dijo acomodando el turbante que usaba en su cabeza, era su look comercial y le daba el toque místico que tanto quería dar—. Aproveche pues será el último día que por solo $200 podrá saber su destino. ¿Ahora dígame que quiere saber?
   — ¿Quisiera saber por qué no has hecho buen uso de tus dones y solo los has usado para vanagloriarte?
   Entonces Daniel recordó a aquel hombre: era el anciano que en el día de la tormenta le había dado los anteojos.
   — Yo solo he cambiado mi vida, ahora todos me respetan y puedo tener lo que antes no pude. —Lo miró con desprecio—. Si ha venido porque cree que le voy a regresar los lentes, pierde su tiempo, y ni intente quitármelos porque le hablaré a los policías que rondan por aquí y se lo llevaran preso.
   El anciano sonrió amargamente y miró a la gente que esperaba en la fila les dijeran sus predicciones.
   — Es triste por ti, tu orgullo te conducirá a un lugar peor por donde estabas.
   El anciano se retiró sin volver a voltear. Daniel lo ignoró y terminó de atender a las últimas personas. Después paseó un rato por la plaza y comió en un restaurante de lujo comida italiana. Algunas gentes lo abordaron pidiéndole sus videncias pero él les dijo que ya no estaba atendiendo y que la siguiente semana abriría su oficina. Se fue hacia la parada del camión sabiendo que sería la última vez que tendría que rebajarse y tomar un bus, pronto compraría un buen carro (al nivel de sus dones únicos), y no tendría más que viajar acompañado de tanta gente indeseable.
   Le iba a hacer la parada al camión cuando recordó al anciano y sus malas palabras, deseo nunca habérselo encontrado y que sus palabras de acusación por haber hecho mal uso de los lentes no haberlas oído. No creía en lo que le había dicho y para Daniel el uso que le había dado a las gafas era el más correcto para transformar su vida, pero a pesar de eso se sentía raro e incómodo. Recordó aquella primera visión que tuvo del camión incendiándose, este que venía no estaba así pero decidió mejor caminar, no deseaba subirse.
   Siguió caminando y la lluvia y la noche lo sorprendieron. Apresuró el paso y cuando ya estaba por entrar a su colonia, un sujeto se le puso enfrente: Era Jorge, su excompañero de trabajo.
   — Jorge. ¿Cómo te ha ido?
   — Mi vida es un infierno gracias a ti.
   — Yo solo dije lo que hacías, tu voyerismo.
   Jorge lo aventó.
   — Gracias a ti, Tifany no quiso saber nada de mí, de milagro no me denunció por acoso; y eso porque en cuanto te fuiste el licenciado Tapia le dio un infarto por tus malditas palabras. Todos nos quedamos sin empleo y dejaste a una familia sin su padre.
   — Yo… yo no quise hacerlo. —Y por un momento Daniel se sintió mal y supo que su rabia y frustración por tantos años acumulados, le habían hecho hacerles daño a todos. Pensó en pedirle perdón y en remediar todo aquello, usando los dones que le brindaban sus lentes solo para bien, pero todo aquel poder y dinero en demasía era más tentador, y él se lo merecía. ¿No por eso había sido elegido entre los hombres para usarlos? —. Ustedes se lo merecían.
   Y Jorge le soltó un gran derechazo en su mandíbula, Daniel salió disparado hacia atrás y sus lentes salieron volando como hace apenas un mes.
   — Con eso es suficiente y me he desquitado de ti—le dijo Jorge—. No te haré mas, aunque te lo merezcas.
   — Espera —le dijo Daniel no intentando continuar la pelea ni pretendiendo disculparse, ni siquiera sentía el dolor a pesar de que sabía que por lo menos un par de dientes los tenia flojos y su boca sangraba, lo único que le interesaba eran sus anteojos—. Mis lentes salieron volando y no puedo ver lo suficiente para encontrarlos. Ayúdame…
   — ¿Ayúdame? —dijo divertido Jorge—. Espero no volverte a ver nunca, adivino de mierda.
   Y se fue, y Daniel tal y como hace un mes empezó a tantear la zona buscando sus lentes, y cuando no los encontró comenzó a pedir ayuda a gritos. Nadie acudía hasta que una voz familiar le dijo:
   — Toma, muchacho, tus lentes.
   Se los puso, pero vio que las cosas no eran luminosas como antes. Los revisó y vio que eran sus antiguos anteojos de fondo de botella. Miró a la persona que se los había dado y era aquel misterioso anciano. Pensó en gritarle, en reclamarle, en exigirle, y hasta en buscar y buscar sus anteojos, pero sabía que ya no estarían, así como habían aparecido mágicamente ahora habían desaparecido. Solo se dio la media vuelta y triste y melancólico se fue sabiendo que su antigua vida había regresado pues no supo aprovechar su oportunidad de brillar y salir adelante. Eso si, se iba agarrando de la pared pues su ceguera nocturna no le permitía ver bien ni con sus lentes de fondo de botella.

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