lunes, 12 de noviembre de 2018

Fragmentos de terror... DEMONIO EN EL HIGADO


Hay ciertos males que están fuera de lógica de la medicina...

DEMONIO EN EL HÍGADO 



1

Siempre he sido una rigurosa científica desde que tengo uso de razón, en la escuela mis dieces se vertieron sobre las asignaturas de biología, física y química. Si bien no estudié nada de eso, si me enfoqué en la medicina y acabé con grados y menciones honoríficos. Mis prácticas profesionales fueron tan perfectas que en el hospital donde las realicé, no dudó en contratarme en cuanto obtuve mi cedula profesional. Desde entonces me he desempeñado como médico general y en tan solo un par de años he sido considerada como la mejor doctora de esta institución. La verdad no me ha extrañado pues mi esfuerzo y dedicación me llevaron a ello, incluso mis colegas que son doctores veteranos con años en este sitio, han visto bien mi nombramiento a pesar de mi corta edad.

  En mi andar diario he tenido que ver casos de gente muy enferma o muy mal herida. Nuestra área de urgencias es un verdadero reality show capaz de hacer desmayar a cualquier persona susceptible. Tanta gente que ha llegado acuchillada, baleada, quemada o hasta mutilada, es duro de ver y creer. A pesar de que yo tengo mis consultas en el área de citas programadas, con frecuencia me piden mi apoyo para cubrir algún turno del área de urgencias. 







  Recuerdo el domingo pasado en la noche (si, ser doctor es no tener vida propia) estaba yo haciendo la guardia de urgencias, había sido un día aburrido y casi sin gente (milagroso para ser domingo pues pareciera que ese día todos se enferman o se accidentan), al grado que habíamos tenido todo el tiempo para que el camillero nos contara toda su triste vida sentimental. Cuando era ya cerca de la una de la mañana y el sueño estaba venciendo mis tazas de café, oímos a una persona que llegó pegando unos gritos horribles. El enfermero llamado Esteban, fue a ver qué pasaba y después de unos minutos regresó a solicitar mi apoyo pues la persona no dejaba de berrear.

  — ¿Qué le pasa a ese pobre paciente? —le pregunté.

  — Es una mujer, dice que tiene un dolor insoportable en el hígado. —Se veía un poco pálido y sacado de onda, cosa rara en un enfermero pues este trabajo te vuelve frio y hasta insensible—. Dice que si no le extirpamos ahorita mismo su hígado, se le expandirá en todo el cuerpo y morirá.

 Aquello parecía ilógico y le pedí me explicara más.

  — Dice que su hígado en si no es el que está mal —prosiguió—, sino que está poseído por un demonio. Creo que está deschavetada esa tía.

  — Quizá tiene un trastorno mental, le duele el hígado y por eso dice tal disparate. ¿Ya hablaste con su familiar?

  — Viene sola. ¿Qué hago, doctora?

  Le dije que la pasara al cuarto de revisión para que le diera una pastilla paracetamol para el dolor y se calmara. Así lo hizo Esteban y después de unos delirantes minutos de oír los quejidos de la mujer (dignos de un Oscar), por fin se calmó y fui a verla. La mujer era delgada y de tez casi negra, su cabello era ondulado y poseía facciones toscas. No parecía ser mexicana, o por lo menos debía de tener descendencia africana.

  — Señora… Ashanti —le dije leyendo su nombre en el expediente, me senté frente a ella—, que bueno que está usted mejor. ¿Se le ha quitado ya su dolor de hígado? —No me respondió, así que acerqué mi mano en lo que le decía—. La voy a tocar su zona hepática para situar bien su malestar.

  La mujer se hizo para atrás y me dijo muy molesta:

  — ¿No entendieron o qué? —su español era claro pero tenía un fuerte acento extranjero, quizá afro—. Mi hígado está poseído por un demonio, por Asmodeo, y si usted me toca se le puede pasar también.

  La mujer comenzó a respirar con dificultad, no tardaría en volver a quejarse, sus ojos se movían de un lado a otro como si estuviera en medio de una carretera siguiendo coches con la mirada. No dudé en que sufría algún tipo de esquizofrenia o paranoia.

  — Le haremos análisis para ver su estado de salud, pero es importante que le llame a algún familiar suyo. ¿Trae celular para contactarlo?

  — A todos los ha matado, Asmodeo —me respondió con la cabeza agachada—. Solo yo he logrado sobrevivir y he venido para acá.

  — Bueno en seguida vendrá el enfermero a tomarle una muestra de sangre —le respondí ignorando su comentario—. Mientras trate de recordar el teléfono de algún vecino o amigo.

  — ¡Estúpidos son todos ustedes! —Se levantó de su silla y se llevó la mano a la altura de su hígado—. Asmodeo está en mi hígado y no tardará en pasarse a todo mi cuerpo, y moriré —me señaló con su dedo—, y será su culpa.

  Aquello era lo más raro que había pasado en mi corta carrera. Por primera vez no supe que hacer ni cómo reaccionar, me había bloqueado; así que recuerdo que me levanté y me fui con Esteban, el cual nada más me vio mi semblante me dijo que me sentara y me ofreció un vaso con agua, me preguntó si me sentía bien como si yo fuera la paciente recién llegada a urgencias.

  — Tienes razón, si le falta un tornillo en la cabeza —le dije olvidándome del protocolo verbal médico—. Necesitamos sedarla para hacerle estudios. La vas a sujetar en lo que yo la inyecto.

  — Me da miedo —me confesó Esteban y al ver su mirada le creí. A pesar de lo alto y fornido que era, tenía miedo de aquella mujer escuálida—. ¿Y si mejor pedimos apoyo de vigilancia?

  — Es solo una mujer indefensa —le dije más que para darle valor, para dármelo a mí misma, también estaba nerviosa—. Estas confundido por lo que te dijo y eso es todo. Vamos.

  Llegamos hasta la mujer, yo me puse enfrente y simulé que todo iría bien en lo que el enfermero se acercaba.

  — Escúcheme, Ashanti, todo irá bien. Confié en mí.

  Ernesto la detuvo, la mujer empezó a intentar zafarse y aproveché para aplicarle el calmante. Cuando se durmió le sacamos sangre y la llevamos al cuarto de rayos x para que le sacaran una radiografía de su hipocondrio derecho y una ecografía abdominal. Le suplique a Ricardo, el encargado del laboratorio, se apresurará con las placas, me dijo que las tendría en un par de horas.



2

Alrededor de las tres de la mañana la mujer despertó, la habíamos puesto en una cama especial amarrada de las manos y las piernas, solíamos usar esa cama para pacientes que se podían hacer daño solos, o ancianos que podía moverse mientras dormían y caer. Fui a verla y a decirle que se calmara, que sus estudios estaban por dárnoslos y con ello sabríamos lo que tendría y sabríamos cómo ayudarla.

  — Suéltenme, vine a que me ayudaran no a que me ataran para que Asmodeo me poseyera a placer.

  Iba a seguir tratando de pedirle que se calmara pero Ricardo fue a buscarme, me llevó al cuarto de rayos X y me fue enseñando los resultados de los estudios. Su sangre estaba bien y no tenía ninguna anomalía aparente. Prendió el negatoscopio y colocó la primera radiografía.

  — En esta primera toma su hígado, vesícula y páncreas están tan bien como los de un niño —me dijo señalándomelas—. Carajo, ni siquiera tiene una sola piedra biliar, ya quisiera yo unos órganos tan sanos. —Le hice una revisión a la placa y en efecto se veía en perfecto estado—. Bueno, esa ha sido la primera —continuó diciéndome, quitó esa radiografía y colocó otra de la misma parte—. ¿Ahora que ves?

  — Veo un hígado cirroso de un alcohólico empedernido a punto de morir.

  — Exacto, doctora —dijo Ricardo—. Ahora vea esta tercera placa.

  Colocó la tercera radiografía, esta mostraba al hígado sano y reluciente como el de la primera placa, pero con una sombra encimada, como si la mano del paciente se hubiera atravesado.

  — ¿Qué es esa sombra que se postra sobre el hígado? —pregunté. Me pidió la viera a más detalle, entonces me acerqué un poco más a la imagen. A pesar de que era una simple sombra tenia forma y acción, en la parte de arriba se le formaban unos cuernos y en medio unas manos (o más bien unas garras) que abrazaban al hígado—. Parece un demonio abrazando al órgano.

  Ricardo se rio y pensé por un momento que mi prestigio de doctora caería hasta el suelo, por lo menos con él, hasta que me confirmó mi teoría.

  — Así es, suena muy loco y sé que no es posible, pero en mis veinte años de interpretar placas nunca he visto nada parecido. Te juro que he visto cientos de tumores de todos tamaños y ninguno se ve así, ni siquiera repasando todas las posibles fallas que puede tener la máquina de rayos x, ninguna trastornaría la imagen así. —Se limpió el sudor de su frente, estaba nervioso y eso me produjo un fuerte escalofrío, aunado a que él no sabía nada de lo que la mujer había dicho de su hígado—. Realmente pareciera que hay algo vivo pegado ahí, y eso no es todo, si miras con más atención unas sombras más fuertes que bien podrían parecer sus ojos parecen estar viéndonos.

  Le eché otro vistazo a la imagen y vi que tenía razón, aquel …¿Asmodeo? Parecía vernos

  — ¿Pero como la primera placa salió tan bien y las segundas ya no?

  — No pude haberlas confundido o revuelto con las de otro paciente, hoy bien sabes que no tomo placas, no entiendo que pasó. Quisiera hacerle unas nuevas tomas.

  — Si, tienes razón, enseguida la traigo.

  Me dirigí con Esteban para que me ayudara a llevar a la mujer al laboratorio de nuevo. Ashanti estaba en su cama quieta, parecía dormida. Le dije al enfermero nos acercáramos con cuidado, uno de cada lado, estaba amarrada y no representaba ningún peligro, pero le teníamos pánico y creíamos que era como un oso que se zafaría y nos mataría a zarpazos. Él llegó por su lado y yo por el mío, la mujer no se inmutó y la tomé de su mano, al momento de sentir su piel sentí una descarga sobre mi mano. Quizá los cabellos de la mujer junto con las sabanas habían creado una estática y eso había provocado esos toques sobre mí.

  — ¿Sentiste? —le dije al enfermero pero este no entendió. Estaba claro que yo fui la única que lo había sentido, así que no le repetí nada, solo le tomé el pulso a la mujer pero no sentí nada—. No tiene signos, debió de darle un paro, hay que reanimarla.

  Esteban fue a por el desfibrilador en lo que yo seguía tratando de sentirle algún signo vital, no tenía señales de que siguiera viva, debía de haber muerto en lo que estábamos viendo las placas. Esteban dejó todo prendido y comenzó a darle la primera descarga. El cuerpo de Ashanti se levantó y se quedó sentada, estirando al máximo las correas que la sujetaban. Supuse que la reanimación había surtido efecto pero la mujer tenía los ojos en blanco, su cuerpo tembló como si estuviera sufriendo una convulsión epiléptica y luego cayó de nuevo, quieta e inmóvil como al principio. El enfermero aplicó otro par de descargas que no sirvieron de nada. La mujer ya había muerto.

  Entonces procedimos a hablarle al encargado de la morgue y a hacer todos los trámites necesarios para que se llevaran el cuerpo, y trataran de localizar a algún familiar suyo que se hiciese cargo de su difunto.

  Al día siguiente pedí un día de descanso pues todo aquello me había dejado muy débil e inquieta. No pude dormir bien pues me la pasé soñando una y otra vez a la mujer y todo lo que había pasado: sus gritos desgarradores, todo lo que hablado con ella y lo que vimos en sus placas. Recordaba muy bien la advertencia que me dijo de que no la tocara pues Asmodeo se me pegaría, eso aunado a la descarga solo yo sentí al tocarla, cuando ya estaba muerta.

  Hubiera querido que todo aquello hubiese sido solo una pesadilla, o mejor haber estudiado para veterinaria y cuidar animalitos, no creo que las mascotas lleguen con demonios poseídos en sus cuerpos.

  Me disponía averiguar un poco más sobre Asmodeo en mi computadora, para ver si la locura de aquella mujer tenía algún fundamento étnico o religioso, pero un creciente dolor en mi zona hepática no me ha dejado hacerlo. Nunca he sufrido del hígado ni la vesícula, tendré que ir a urgencias pues ya no aguanto el dolor, solo espero que no sea cierto lo que le pasó a aquella mujer y todo sea producto de mi subconsciente y el estrés reciente. No quiero tener un demonio en mi hígado y morir tan joven.

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