lunes, 10 de diciembre de 2018

Fragmentos de terror... LA MEJOR ÉPOCA



LA MEJOR ÉPOCA

1

Aquella iba a ser la mejor época del año. La economía era prospera y la gente tenía más dinero proveniente de sus aguinaldos y sus cajas de ahorro; el cual estaban dispuestos a gastarlo en muchos regalos y regalos. Eso lo sabía Anastasia quien colgaba su letrero de “Los mejores conjuntos para dama” sobre la parte externa de su puesto ambulante en el tianguis navideño. Había pedido un préstamo para comprar un mejor lote de prendas íntimas femeninas; el dinero se lo habían dado con un módico interés mensual. Pero toda aquella inversión bien valdría la pena pues la lencería estaba lindísima y ese mismo mes recuperaría el dinero y pagaría todo. El tianguis cerraba el 7 de enero, sin embargo, Anastasia esperaba acabar con todo para el 31 de diciembre, pues pasando esas fechas las compras se vertían solo en juguetes para los reyes magos. Terminó de poner su letrero y se hizo para atrás para ver el panorama general de su negocio: todo lucia muy bien desde el anuncio luminoso, hasta los maniquíes con los conjuntos rojos y amarillos para atraer el amor y el dinero el fin de año. Acabaría con toda la mercancía y ganaría un buen dinero para la cuesta de enero. Sí, acabaría con todo, no le cabía la menor la idea duda que aquella iba a ser la mejor época.





   Entre todos los comerciantes habían formado una asociación de tianguistas de temporada, recorrían todo el año diferentes zonas del país cambiando solo las mercancías a vender de acuerdo a la época del año. La forma en que la que se surtían cada locatario era diferente. La mayoría compraba su mercancía en el centro de la ciudad; algunos optaban por mercancía china barata mientras otros adquirían mercancía nacional de mejor calidad; otros menos importaban mercancía a mayor costo. Y de entre todos ellos había un locatario que siempre tenía cosas raras fuese la vendimia que fuese. Su mercancía le llegaba de Europa, y solían ser las cosas más caras y extrañas del tianguis. Los clientes ya lo conocían y esperaban ansiosos en cada puesta sus novedades y artículos exóticos de cada temporada. Cosas como corazones de metal que cambiaban de color de acuerdo al amor de los enamorados; gafas de sol que cambiaban su nivel de protección de rayos ultravioleta de acuerdo a cada día; rosas artificiales que iban creciendo como si fueran naturales; unos chalecos inflables; etc. El caso es que cada temporada sorprendía no solo a los clientes, sino a todos sus compañeros comerciantes.

   Entre los locatarios lo conocían como el “Emo” por su singular aspecto. Era un joven de veinticinco años, vestido siempre de negro y con un fleco que le tapaba los ojos. Pocas veces platicaba con la gente y mientras no estaba atendiendo clientes o acomodando mercancía, lo veían siempre oyendo su música metal y leyendo revistas góticas europeas. De entre las escasas veces que contaba sus cosas, se sabía que sus mercancías procedían de varios países del viejo continente, nunca revelaba a sus proveedores argumentando cosas raras de que: “eran mercaderías seleccionadas que requerían de pactos oscuros de sociedades secretas”, o cosas por el estilo. En definitiva, era un joven muy raro al cual evitaban salvo para ver sus novedades de cada año.

   La señora Anastasia era la que mejor hablaba con el extraño comerciante. Cuando terminó de acomodar su negocio fue al local del Emo para ver que tenia de novedad, lo encontró acomodando su puesto; al fondo tenía unas cajas negras pequeñas donde debía de estar su nueva adquisición.

   — Hola, chico —lo saludó, el joven levantó una mano e hizo una extraña mueca la cual era su saludo. No era una sonrisa pero tampoco era un gesto de disgusto, era simplemente su “saludo raro”—. ¿A poco esas cajas tan pequeñas es toda la mercancía que vas a vender esta temporada?

   El Emo se detuvo un momento en sus acomodos, volteó a ver sus escasas cajas negras del fondo y, después, vio a la mujer.

   — No necesitaré más, hoy mismo acabaré con todo —movió su fleco para destaparse los ojos y mirar a Anastasia con extrañeza—. Ya los clientes son los que necesitaran mucho espacio en sus casas para desenvolver la mercancía.

   — ¿No serán esta vez abrigos inflables para elefantes?

   — No —respondió con una sonrisa forzada—. Yo hoy acabo todo y me voy de nuevo a mi Europa, después de tantas décadas. —Se dio la media vuelta.

   Anastasia levantó los ojos mientras movía la cabeza.

   — Muchacho, tu siempre con tus historias, creyendo que eres un anciano milenario que ha recorrido el mundo.

   El Emo no contestó y le dio la espalda. La mujer supo que hasta ahí acababa la plática, pues el chico no ahondaría más. Con el tiempo había aprendido a conocerlo; podías estar platicando bien con él pero si de repente se daba la media vuelta significaba que no hablaría más, fin de la conversación.

   El Emo siguió acomodando sus rejas y antes de sacar la mercancía de sus cajas, colgó decenas de letreros que decían: “Prohibido tocar”.



2

Al día siguiente el tianguis abrió oficialmente al público. La gente se fue dispersando por los pasillos y un trio de adolescentes entraron directo al negocio del Emo. Una chica de lindos ojos verdes fue la pionera curiosa que solo vio un montón de esferas navideñas traslucidas colgadas, todas se veían iguales y estaban esparcidas pobremente por las rejas.

   — Hola —le dijo un tanto desilusionada—. Estoy buscando algo que regalar para el intercambio navideño de mi escuela. Mis amigos me han contado de todas las cosas raras que traes cada año. ¿No traes algo diferente… que no sean esferas navideñas? —El Emo no contestó, así que la chica extendió un dedo para tocar una de las esferas

   — No se pueden tocar hasta que se paguen —dijo el joven encargado haciendo su rara sonrisa. En su exhibición de mercancía había más letreros de no tocar que esferas para vender—. Este año solo me han asignado esta mercancía, temo desilusionarte si buscabas algo más vistoso. Pero créeme que es lo mejor que he vendido en años. —Se acercó hacia la muchacha, la cual se arrejuntó hacia sus amigos que nerviosos veían las fallidas esferas—. Pueden parecer muy sencillas por fuera, pero lo importante está por dentro. Tienen una sorpresa que solo hasta el 24 de diciembre descubrirán.

   — Sorpresa —dijo uno de los amigos sin gran entusiasmo—. ¿Sera acaso un lindo y tierno juguete?

   — Mucho más que eso —respondió el Emo quitándose el fleco para descubrir sus ojos—. Adentro hay genio que te concederá tus deseos la madrugada del 25 de diciembre.

   — ¿Será acaso un exótico peluche robot? —dijo entusiasmado el otro joven—. ¿Cuánto cuestan tus esferas Transformer?

   El Emo hizo una pausa para mirar al grupo de jóvenes, su mirada era profunda y hubieran querido que mejor el fleco le tapase los ojos. Tras un rato de silencio les dijo:

   — Si te toca un genio Djinn te cumplirá un deseo bueno y noble; pero si te toca un Dao solo te concederá tu más oscuro deseo, algo malo y destructor. Cuesta $500 cada esfera… en realidad está casi regalada dado su contenido.

   Los chicos sonrieron y cuchichearon algo entre ellos, no parecían haberle creído ni jota, pero a pesar de ello cada uno le compró una esfera.

   — Solo espero no nos defraudes pues cada año te compro algo —le dijo uno de los jóvenes.

   — Mi producto es lo que he dicho. Lo que sí podría decepcionarte seria el deseo que se te cumpla en la víspera de Navidad.

   Los chicos se fueron y el Emo se quedó vendiendo el resto de sus esferas con la fila de clientes que ya se le había juntado. Para antes de la medianoche ya había acabado con toda su escaza mercancía.



3

A la señora Anastasia le estaba yendo excelente, sus conjuntos se le vendían como pan caliente e inclusive ya tenía el dinero para pagar su préstamo, el resto de sus siguientes ventas ya serían puras ganancias. El día 24 en especial tuvo mucha venta y acabó agotada, cerró rápido su puesto y se fue a su casa. Ahí sus dos pequeñas hijas la esperaban listas para la cena, no tenía mucho ánimo para ello pero les había inculcado a sus nenas la tradición de la navidad. Puso la comida en el horno, mientras estaba lista se fue a poner algo de ropa cómoda olvidándose de los protocolos de glamour de ese día; antes si solía vestirse lo mejor para festejar con su esposo, pero a partir de su muerte se dedicó en cuerpo y alma solo a ellas, olvidándose de esas pequeñeces. Siempre solía añorarlo con toda su alma, no entendía porque había dejado a sus pequeñas tan chicas, tan solas y desamparadas; debían de haberse idos todos juntos en aquel aparatoso accidente automovilístico. Estos días es cuando más lo recordaba, se le salió una lagrima de los ojos, se la limpió dispuesta a estar con la mejor cara para sus niñas, ellas la necesitaban.

   Bajó a la cocina para supervisar la comida, casi estaba lista. Su hermana le había dejado un recado en una pegatina sobre el refrigerador: “Felices cenas ya que no quisiste acompañarnos, nos vemos el domingo”. Sonrió al imaginar a su hermana en ese momento con su esposo, disfrutando una rica cena horneada. Ella era la que le cuidaba a las niñas a cambio de una pequeña retribución.

   Anastasia se sentó en el sillón, respiró profundo y cerró los ojos. Todo pintaba bien: estaba por disfrutar una cena con sus hijas e iba a ganar el suficiente dinero para poder pagar las futuras colegiaturas de las niñas y librar la cuesta de enero de paso. Después del Emo ella había sido la comerciante de mayores ventas. ¡El Emo!, con todo el ajetreo de esos días se había olvidado de él por completo. Al día siguiente de que vendió todas sus esferas “mágicas”, recogió su puesto y se despidió de Anastasia dándole una esfera de recuerdo. Aquel chico loco le dijo que se iría a Europa después de décadas de no ir. Anastasia sabía que aquel muchacho estaba chiflado y solo le agradeció el presente, aunque supuso que para la siguiente temporada de los comerciantes en febrero lo vería ahí de nuevo, con alguna otra estrafalaria mercancía. En lo que respectaba a las esferas de este año no se le hacían nada sorprendentes, el muchacho había dicho que en la víspera de navidad se abrirían y un genio cumpliría su más íntimo deseo. ¿Su más íntimo deseo? Si, en definitiva, ese Emo estaba tocado de la cabeza al creer que de esas esferas surgirían seres mágicos. Su esfera estaba en la cómoda de su cuarto.

   La curiosidad venció a su cansancio y fue a buscarla. Donde la había dejado no estaba, revisó en los alrededores e incluso en los cajones de su tocador. No encontró nada, entonces debían de haberla colgado en el árbol navideño sus hijas o su hermana. Regresó hasta el árbol que estaba en la sala, a las niñas les encantaba adornarlo cada año. Buscó de entre todos los adornos y la encontró hasta abajo y pegada a la pared. Estaba abierta a la mitad y era sostenida solo por su hilo que pendía de una rama.

   — Estas niñas la quebraron y por eso lo pusieron ahí para que no las cachara —se dijo levantando los ojos. La descolgó para verla más a detalle, en realidad no parecía haberse quebrado, solo estaba dividida exactamente a la mitad como si hubiera sido partida con un cuchillo, o … abierta desde adentro.

   No, eso no era posible… o ¿sí? El Emo le aseguró que la víspera de navidad se abriría y saldría un genio. Ese chico estaba loco y se creía algún viejo vampiro milenario europeo, pero su mercancía siempre había sido de una calidad igual de grande que su excentricidad, por lo que no dudaba que aquella esferita tuviera algún mecanismo avanzado para que se abriera en ese día y saliera algún muñequillo chistoso. Entonces las niñas debieron de sacarlo, y ahora estaría por ahí perdido con el resto de sus juguetes. Cuando bajara les preguntaría sobre él, ahora era momento de servir la cena.

   Ya olía a pechugas empanizadas y espagueti rojo. Apagó el horno, sacó los refractarios para ponerlos sobre la mesa la cual ya estaba arreglada con la cristalería, los manteles navideños, las velas rojas encendidas y la cascada artificial. Todo lucia tan lindo que sonrió más animada.

   — Josefina, Lucia —les gritó—. Ya bajen a cenar, todo está listo.

   Las tres se sentaron y comenzaron a servir la ensalada de manzana y el espagueti.

   — Antes de que se me olvide —le dijo Anastasia—. ¿Qué ha pasado con mi esfera rota?

   Las niñas se vieron entre si, y después de vacilar, Lucia dijo:

   — La tia Ema la encontró en tu cuarto, la colgó en el árbol desde ayer, y hace rato que jugábamos un oímos que algo caía del árbol.

   — Si, y cuando vimos ya estaba rota —añadió Josefina con la boca aun llena de comida—. Que mira que no le hemos hecho nada.

   — Se ha roto sola.

   — Bueno, ya no importa. Era un regalo pero la verdad —les susurró— no me ha gustado mucho.

   Las niñas sonrieron. Después arrullaron al niño Dios y se dieron sus regalos de intercambio. Estuvieron solo un rato más pues Anastasia tenía que trabajar al día siguiente, era un buen día pues muchas personas compraban sus regalos para el fin de año.



4

Anastasia se levantó casi a las once, era muy tarde y debía de estar a las doce en el tianguis. Con trabajos tendría tiempo para bañarse y arreglarse para llegar a tiempo. Sintió el calorcito de las sabanas y pensó en que podía pasar el resto del día jugando con las niñas, disfrutando el recalentado y un ponche casero. Pero la idea de poder acabar con toda la mercancía antes del 31 de diciembre era más tentador, así podría pasar todo enero con sus hijas.

   Al fin venció la perspectiva de enero, se levantó y se echó un regaderazo. No tardó y se puso la primera muda de ropa decente que encontró en el closet. No tendría tiempo de desayunar pero les dejaría listo todo a las niñas para que recalentaran la comida en el horno. Tomó su bolso y fue al cuarto de Josefina a despedirse de ellas.

   Las niñas estaban riéndose bajo las sabanas, al oír que su madre entraba guardaron silencio.

   — Ya las escuché, traviesas. Salgan de su escondite que ya me tengo que ir.

   — No podemos —dijo Lucia—. Nuestro invitado te va a espantar.

   — Ya ha pasado Halloween, no me espantarán. Salgan de su escondite.

   Las niñas asomaron las cabezas de entre las sabanas, pero justo en medio de ellas había un tercer bulto oculto. Anastasia pensó que lo habían formado con las almohadas para darle un buen susto, les encantaban los espantos.

   — ¿Y quién es ese invitado grosero que no quiere salir y saludarme?

   Las niñas se rieron y cuchichearon algo.

   — Es papá, ha regresado —dijo Lucia—. Santa Claus nos lo trajo de vuelta.

   — Niñas, basta de bromas, saben que no me gusta que jueguen con la memoria de su padre —se acercó y jaló la sábana.

   Su esposo estaba ahí, en medio, acurrucado entre las sábanas, mostrando lo que podría ser una grata sonrisa de no ser porque la mitad de su cara estaba descarnada, y sus dientes se veían bien adheridos a la mandíbula carente de piel.

   — Leonardo… —dijo Anastasia sujetándose del barandal de la cama, la vista se le estaba nublando—. Tu no… puedes…

   Su esposo se llevó su huesuda mano a la boca para pedirle se callará.

   — Papá vino por nosotras, viene a llevarnos a todas —dijeron las niñas al unísono—. Juntas como una familia.

   Anastasia recordó al Emo y su esfera. ¿Qué tipo de genio había contenido en su interior? Ahora estaba ahí su esposo, medio zombi y medio espíritu. Después de todo si iba a ser la mejor temporada y al fin podría estar con su esposo. Se sentó en la cama, todos se tomaron de la mano y pronto una luz los comenzó a cubrirlos hasta que fueron desapareciéndose hacia la eternidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario