martes, 15 de enero de 2019

Fragmentos de terror... EN BUSCA DE PAPÁ NAVIDAD


Papá Navidad tiene oscuros secretos...

EN BUSCA DE PAPÁ NAVIDAD 


1

Sí, ya sé que tengo ya catorce años y no debería estar metido en esto, pero después de haber visto al gordo barbón en su trineo, estoy seguro que sí existe. Sí, yo sé que me dirán que es una tradición para que los niños sean felices y los papás puedan ilusionarlos hasta sus diez años, y yo hubiera jurado que así era pues mis padres me dijeron la verdad cuando cumplí once años, cosa que yo ya suponía pues una vez pillé a mi padre en la madrugada poniendo nuestros regalos en el árbol navideño. No fue novedad cuando me confesaron que ellos dejaban los regalos y Santa Claus era solo una fantasía. Lo bueno es que no me dolió tanto corroborar la verdad, lo malo fue que dejé de recibir regalos y solo mi pequeña hermana Zoe, era la privilegiada que cada año escribe su carta y recibe sus regalos.

   Y todo hubiera quedado así de no ser porque vi a Santa saliendo de una chimenea. Estaba sobre la humilde casa de los Jassen, unos hermanos que cada año recibían excelentes regalos a pesar de que sus padres eran los más pobres de Thorn, nuestro pueblo. Antes mis padres me decían que era porque aquellos hermanos se portaban mejor o porque Papá Navidad empezaba ahí a repartir regalos y les tocaban los mejores; y después cuando yo sabía la verdad, mis padres se limitaban a decir que sus padres debían de ahorrar mucho todo el año como para darles tan buenos regalos el fin de año; versión que ni ellos mismos creían pues todos sabemos que aquella familia con trabajos podía cubrir sus gastos y frecuentemente recibía apoyos del gobierno para medio salir adelante. Los años pasaron y cada navidad veía como los hijos de los Jassen seguían recibiendo los mejores regalos de Thorn, fue entonces cuando decidí averiguar aquel misterio y saber la verdad. 








   Me salí de mi casa en plena víspera de navidad con el pretexto de que iría a cenar a casa de mi amigo Yani, el cual dijo en su casa que estaría en la mía. Sí, era una sarta de mentiras, pero eran necesarias para que dos chamacos pudieran librar un día tan familiar como ese y estar en las calles.

   Eran ya como las tres de la mañana en una noche no tan fría como otras, gracias a que había dejado de nevar desde ayer. Estábamos abrigados hasta de la cara y eso nos permitía tolerar el clima. Nos acurrucamos en una banca que estaba en un parque, desde ahí podíamos ver bien la casa de los Jassen. No sé exactamente que quería yo ver espiando ahí, quizá a algún millonario extranjero llegando con esos grandes regalos para donárselos a los niños; o quizá a los Jassen llegando con los regalos tras muchos ahorros todo el año. El caso es que nada de eso vimos, fue algo que nunca imaginamos. Yo había estado atento en todo momento pero el sueño comenzó a ganarme y estaba dormitando cuando Yani me dio un codazo.

   — Mira, mira —me dijo con los ojos tan grandes que parecía se le saldrían—. Si existe.

   Después de desaturdirme, miré hacia donde me señalaba y enseguida comprendí su asombro: sobre la casa de los Jassen estaba el trineo de Papá Navidad con todo y renos y duendes ayudantes, estaba quieto como si estuviera estacionado.

   Miré con los binoculares para ver a más detalle. Ocho renos estaban en la parte de enfrente atados como caballos en carroza, el asiento del conductor estaba vacío y el asiento de atrás estaba lleno de regalos; donde varios duendes estaban envolviendo juguetes apurados, debían de estar ya sobre la hora antes de que amaneciera.

   — Esto es un sueño —dije.

   Sentí un terrible dolor en el brazo, Yani me había dado un pellizco para que viera que no estaba soñando, pensé en regresárselo pero no podía perder detalle de nuestro descubrimiento.

   — Sí existe Papá Navidad —exclamó mi amigo.

   De repente de la chimenea vimos que salía Papá Navidad, iba arrastrando dos bolsas negras con dificultad, los duendes le ayudaron a sacarlas de la chimenea y subirlas al trineo. Se supone que eso debería ser al revés, Papá Navidad deja regalos, no se los lleva.

   — ¿Se habrá equivocado de regalos y por eso se los llevó? —me preguntó Yani.

   — Quizá es un ladrón.

   — Si claro, un ladrón con un trineo mágico.

   No dije más, mi amigo tenía razón, aquella no era una persona, era un ser mágico. Después de que acomodaron bien las bolsas negras debajo de los regalos, se sentaron todos en sus lugares y el gordo barbón movió sus cuerdas para que sus renos echaran a andar.

   — Vamos a seguirlos —dije.

   — Pero…

   — ¿Acaso no quieres saber a dónde van y que llevaban en esas bolsas?

   Mi amigo asintió, y gracias a la baja velocidad del trineo pudimos irlos siguiendo. Fueron haciendo una que otra parada en las casas de nuestra aldea, justo arriba de las chimeneas. Sin embargo, contrario a lo que vimos en la casa de los Jassen, ahí se bajaba un duende con regalos y regresaba rápido sin nada de regreso. Eso nos llevó a la conclusión de que Papá Navidad se había robado algo de esa casa de los Jassen, ¿pero con lo pobres que eran que podía quitarles? Les seguimos la pista como una hora más hasta que acabaron con los límites de nuestro pueblo de Thorn, y el trineo siguió por la orilla del congelado rio hacia las montañas.

   — Hasta aquí llegamos —me dijo Yani, estaba espantado y había comenzado a caer aguanieve. Tenía razón, estaba oscuro y no llevábamos ni una lámpara ni botas gruesas para el bosque.

   Seguimos con la mirada al trineo hasta donde nuestros binoculares nos permitieron, lo vimos perderse entre dos montañas no muy lejos de ahí.

   — Bueno, vayámonos a dormir —dije—. Al rato que haya más luz iremos a buscarlo.

   Yani que siempre era más miedoso que yo puso cara angustiada, pero la curiosidad le picaba tanto como a mí, así que no me alegó nada y asintió. Nos fuimos a nuestras casas para dormir un rato y quitarnos el frio que nos calaba los huesos.

   A la mañana siguiente nos quedamos de ver en el parque donde toda la investigación había comenzado, mi hermana quería acompañarme para que jugaramos con los juguetes que mis padres ( ¿ O Papá Navidad? ¡Cielos, ya no se quien le llevaba los juguetes en realidad!) le habían traído; me costó trabajo convencerla para que se quedara en casa pues era una misión peligrosa y no quería arriesgarla.

   Fuera de la casa de los Jassen encontramos a muchos vecinos y gendarmes hablando. Nos acercamos a ver qué pasaba y un gendarme mal encarado nos cerró el paso antes de que pudiéramos llegar a la entrada de la casa.

   — Niños, fuera de aquí —nos dijo—. Vayan a sus casas. Pronto se dará toque de queda.

   — ¿Que ha pasado? —pregunté pero el gendarme no me hizo caso, regresó hacia la casa.

   — Una tragedia —dijo alguien a nuestras espaldas. Era la señora Neske, vecina de esa calle—. Los niños de los Jassen han desaparecido, es terrible.

   Yani y yo nos vimos, debíamos de estar pálidos pues la señora Neske nos abrazó y con lágrimas en los ojos nos dijo:

   — Otra vez pasó, esto es terrible. Váyanse a casa chicos, esta navidad es peligrosa.

  — Otra vez pasó —repitió Yani.

   La señora Neske se limpió las lágrimas con su mano cubierta por unos gruesos guantes y nos dijo:

   — Si, cada seis años pasa algo así.

   — Pero… ¿Quién puede ser?

   — Nadie sabe, ni siquiera la policía lo sabe. Los gendarmes harán preguntas y nunca llegarán a nada, así pasa cada vez en nuestra aldea desde que tengo uso de razón. Váyanse ya a sus casas —nos intentó apretar las mejillas con sus guantes—. Son días difíciles.

   Jalé a Yani hacia el parque, nos quedamos callados sin saber que decir, pero si sabíamos que hacer. Nosotros sabíamos quien se había llevado a los niños Jassen, había sido Papá Navidad en aquellas bolsas negras. No sabíamos para que ni porque, pero lo averiguaríamos. Rodeamos la calle para salir hacia las montañas, pues si el gendarme tenía razón, no tardarían en declarar toque de queda en Thorn al anochecer, debíamos de apurarnos a encontrar la guarida del gordo barbón.



2

Llegamos al límite de las montañas, la tarde era menos fría que anoche. No parecía que fuera a nevar por lo que teníamos tiempo para investigar bien antes de que anocheciera. En el camino nos encontramos a Drika, un gran amigo de Yani que, por supuesto, no teníamos contemplado fuera con nosotros, pero dadas las circunstancias y el lugar al que nos dirigíamos (en medio de un posible toque de queda y dos adolescentes yendo hacia las montañas, no había mucho que inventar para excusarse), tuvimos que decirle nos acompañara y al ser dos años más grande que nosotros y practicar alpinismo, nos serviría de algo. No nos creyó ni jota de lo que le dijimos (obvio), pero al final no puso peros para seguirnos pues ya conocía el territorio.

   — ¿Y dicen que se les perdió de vista el trineo entre aquellas dos montañas? —nos preguntó señalándonos el camino, estábamos más cerca de lo que ayer habíamos caminado.

   — Si, hasta donde los binoculares nos permitieron ver —le dije—. Era noche y no quisimos arriesgarnos sin lámpara.

   — He hicieron bien, les pudo salir algún ratón de campo hambriento o hasta parvada de murciélagos. —Nos miró como si él fuera un adulto y nosotros solo un par de crías—. Pisen con cuidado que puede haber algún barranquillo y la nieve lo tapa —agregó poniéndose hasta el frente de nosotros—. Mejor yo iré al frente.

   Y así seguimos caminando hasta lidiar con las dos montañas, eran grandes y estaban unidas de forma que un solo camino conducía hasta ellas. Vimos que sería difícil el acceso hasta ellas, igual nos explicó que lo que fuera que hubiéramos visto debía de andar por ahí, pues para ir mas adelante hubiera tenido que subir mucho el vuelo por la altura de las cordilleras. De plano tenía razón y de plano había sido buena idea llevarlo con nosotros, ahora el problema era trepar.

   — Miren por ahí hay un camino por el cual se puede ir subiendo hasta cierto nivel —dijo Drika—, iremos hasta donde el piso nos lo permita, no quisiera resbalar y caer, o provocar una mini avalancha que podría enterrarnos, y con el jaleo del pueblo ahorita nadie vendría a ayudarnos ni se percataría del desprendimiento.

   Sonaba muy rudo pero tenía razón, no alegamos nada y anduvimos como si fuera un camino lleno de mierdas de perro y pudiéramos pisarlas. El pasaje era una pendiente un poco inclinada que nos iba conduciendo entre las dos montañas. Así anduvimos un rato y la escasa luz del día nos permitía bien ir viendo por donde pisar y hasta donde llegar. La pendiente se hizo más alta y requería empezar a escalar por las salientes de roca de la montaña. Drika nos indicó que hasta ahí era seguro llegar sin el equipo necesario y el piso tan congelado.

   — Solo un poco más —le suplicamos. Estaba seguro que pasando la intersección de las dos montañas podía estar la guarida de Papá Navidad—. Debe de estar pasando esta unión, puedes ayudarnos a subir.

   — Bueno pero solo hasta ahí iremos—nos dijo Drika tras unos segundos de pensarlo—. Porque más adelante si requeriríamos mosquetones y piolet. Los ayudaré a subir.

Fue subiendo por unas piedras salientes que servían de escaleras y tras comprobar que eran firmes, se situó en la intersección de las montañas y desde ahí nos dijo a dónde ir pisando; después nos extendió la mano para que pudiéramos llegar. Cuando estábamos los tres en aquella parte, todo el esfuerzo y el frio que teníamos (en las montañas el clima era más frio que en Thorn) había valido la pena: enfrente estaba una cueva con luz en su interior.

   — Ves, ahí esta —le dijo emocionado Yani a su amigo—. Y tú no nos creías.

   — Falta ver que hay ahí —nos dijo algo serio, en verdad era muy maduro para su edad, o quizá estaba asumiendo su papel de hermano mayor protector ante nosotros—. Hay que andar con cuidado, puede haber animales salvajes.

   — ¿Y usan luz? —dije.

   — O vándalos —agregó.

   Tomamos unas varas que vimos y nos fuimos acercando con mucho cuidado. La entrada a la cueva era más amplia de lo que nos habíamos imaginado. Su interior estaba muy iluminado, en un principio creíamos que eran cientos de antorchas u hoyos naturales de las paredes por los cuales se filtraba tanta luz, pero, para nuestra sorpresa, eran lámparas como si de una casa normal se tratase. Drika nos susurró algo de que podía ser una empresa minera, y si el vigilante nos descubría nos podía tomar de ladrones. Anduvimos con más cuidado por el camino que conducía hacía varias cavernas. En la primera de ellas vimos el trineo ya desarmado. Quisimos gritar de júbilo y asombro pero nos quedamos calladitos pues nos podían descubrir. Seguimos avanzando por el camino de en medio, a los lados había pequeñas grutas que parecían ser dormitorios con gruesos cobertores y almohadas. Llegamos hasta la entrada a un gran espacio donde una máquina sacada de una película de ficción estaba funcionando. Era metálica y me recordaba a un gran sistema de calefacción de la Plaza Magna en Ámsterdam, donde solíamos ir de vez en cuando. Emitía un rugido bajo, débil e intermitente. Nos escondimos tras unas piedras que estaban en una de las esquinas.

   — ¿Qué es esa cosa? —preguntó Yani.

   — No lo sé —susurró Drika, igual o hasta más maravillado que nosotros—. Esta cueva no estaba aquí. Apenas hace unos quince días vine con mis tíos a escalar. La hubiera visto o por lo menos me habrían contado de ella; Mis tíos son grandes alpinistas y conocen mucho la zona.

   Iba yo a decir algo, pero me callé al ver a los duendes de Papá Navidad que salían de una gruta de los costados, con nada más y nada menos que los niños de los Jassen. ¡Sí, los niños que los gendarmes tan apurados andaban buscando en la aldea! Y Yani estuvo a punto de gritar pero su amigo le tapó la boca a tiempo.

   — Muy bien —se oyó decir a alguien desde atrás, su voz era grave y autoritaria—. Ha sido un año de mucha labor y demasiados juguetes pedidos por los niños. Cada vez nos piden más y hacen que nuestra Drome Maken se forcé.

   Los duendes se habían formado alrededor de la inmensa máquina y confirmaban con la cabeza lo que les decía aquella voz.

   — Como cada seis años las reservas de la Drome se han acabado —siguió diciendo—, y ahora nos veremos en la necesidad de darle el doble de material para sus reservas.

   Uno de los duendes dijo algo en lo que me pareció ser Lenguas Frisonas, no estoy muy seguro pues solo en la escuela nos habían enseñado algo de aquella lengua casi perdida. Algo dijo de juguetes.

   — Para nuestra Dromen no es lo mismo que antes —siguió diciendo la voz que se acercaba hacia el grupo de hombrecillos—. No es igual hacer carritos de madera, muñecas de porcelana y pelotas; que hacer consolas de videojuegos, tablets y demás cosas de tecnología. —Llegó hasta el frente: ¡Era Papá Navidad! No era gordo como nos lo pintaban los dibujos, pero si tenía una larga barba blanca. Estaba vestido con un suéter y pantalones ligeros. No me había percatado que dentro de la montaña el clima era más caluroso—. Yo tampoco quisiera hacerlo, pero muchos niños en todo el mundo, esperarán con ansias muchos más juguetes que los del año pasado.

   Los duendes empezaron a discutir entre ellos en Lenguas Frisonas y al final terminaron por decirle algo a Papá Navidad que pareció no gustarle del todo pues frunció la frente e hizo una mueca. Los hombrecillos cogieron a los niños de Jassen que no estaban ni amarrados ni nada por el estilo, pero parecían como adormilados. Los llevaron hasta una compuerta de la máquina y los metieron dentro. Se aseguraron de que la compuerta cerrara y un duende que estaba desde arriba en lo que parecía ser un teclado apretó un botón, y volteó a ver a Papá Navidad, el cual miró con tristeza a sus colaboradores y le dio una señal al duende operario; entonces este apretó otro botón y la máquina comenzó a rugir, a emitir un sonido espantoso que asemejaba al de una licuadora funcionando. Todos nos llevamos las manos a los oídos hasta que el ruido cesó; entonces la máquina comenzó a moverse y rugir más fuerte y constante, como si hubiera despertado.

   — Lista para andar y comenzar a producir juguetes —dijo Papá Navidad—. Descansaremos un par de meses y luego a trabajar. —Se dio la media vuelta para regresar por donde había llegado—. Y asegúrense de cerrar el portal y…

   Drika nos jaló hacia la salida, no me dejó oír que más les decía, pero fue mejor, no quería ser descubierto y terminar en la Dromen Maken como material. Corrimos de regreso a la aldea, para fortuna de nosotros aun no empezaba el toque de queda y pudimos irnos a nuestras casas. Sobra decir que nunca le contamos nada a nadie pues ni nosotros mismos lo creíamos, y a pesar de que regresamos al día siguiente nunca encontramos ninguna cueva. Era como si sí hubiera habido un portal que nos permitió ver lo que les pasó a los niños de los Jassen, que obviamente nunca los encontró la Armada Militar. No sé si algún día pueda superar esta vivencia, más de lo que si estoy seguro es que cuando tenga hijos no les inculcaré le pidan nada a Papá Navidad; quizá a los reyes magos, aunque pueden tener el mismo origen sus juguetes… no lo sé, sería cosa de investigar…


No hay comentarios:

Publicar un comentario