lunes, 28 de enero de 2019

Fragmentos de terror... MÁS AÑOS-


¿Quién dice que la diferencia de edades es un impedimentos para amar?




MÁS AÑOS 

No siempre las cosas fueron así, antes me consideraba una chica normal. De adolescente siempre me derretía al ver a los chicos más guapos de la escuela. No fui muy noviera pues siempre he sido muy seria, pero siempre me gustaron de mi edad. Mi primer novio lo tuve hasta los 16 años, cuando iba en el bachillerato. Cuando entré a la universidad a estudiar Medicina, tuve un profesor de Farmacología que era diez años mayor que yo, tenía solo 30 años, era muy joven para ser profesor y pronto se convirtió en mi primer amor platónico. Sus clases eran dinámicas, hacia bromas y en general era todo un encanto. Eso hacía que no solo yo estuviera enamorada de él, todas las de la clase se embobaban por el profe Pepe. También se rumoraba que le gustaban las universitarias y que ya había tenido amoríos por ahí con una que otra. 








   Rompiendo mis paradigmas poco a poco me fui acercando a él mostrando más interés en sus clases (participaba en todo). Nos empezamos a encontrar en todos lados: en los pasillos, en la biblioteca y hasta en la cafetería. De las sonrisas al vernos, pasamos a los saludos, después a los breves comentarios, al intercambio de whats; hasta llegar a una cita un sábado por la tarde. Esa vez después de una interesante platica y comida yucateca, terminamos en su depa haciendo el amor. Después seguimos viéndonos como novios fuera del colegio (aunque nunca faltaba un rápido beso o manoseo al final de la clase). Duré con el cerca de seis meses y lo quise mucho, tanto que me hubiera gustado seguir con él de no ser porque entré a trabajar por las tardes y conocí a Lalo. Era un enfermero quince años mayor que yo, quien me sedujo con su pelo entrecano y sus rasgos de treintón. No tardé en tener amoríos con él, resultó ser muy experimentado en la cama y me llevó a nuevos niveles de placer. Y hubiera seguido con él, pero fue cuando empezó mi vicio. Un día en una reunión familiar me presentó a uno de sus hermanos mayores, se llamaba Jacinto y tenía 50 años. Ese mismo día, el hermano terminó follándome a escondidas en el patio trasero. Fue la única vez que estuve con él, la culpabilidad me venció y terminé con el enfermero.

   Mas nada de eso sirvió pues mi cuerpo y mi mente me pedía hombres más y más grandes. Comencé a buscar a hombres mayores de sesenta, ya no tenían la fogosidad ni el poderío sexual de los jóvenes, pero el simple hecho de verlos canosos y arrugados, me excitaba. Y aquella desviación mía me condujo a trabajar en un asilo, repleto de ancianos. Sí, hombres que bien podían ser hasta mis bisabuelos, pero que de solo verlos me hacían que me mojase. Solamente me metí una vez con uno, y eso porque era un viejito rabo verde que me coqueteaba; terminé haciéndole un rico oral en su dormitorio cuando todos veían una película en la sala.

   Descubriendo que yo sufría de gerontofilia, me salí de aquel lugar y traté de enmendar el camino saliendo con chicos de mi edad (¡dios, como me aburrían!). Mas no sé si para mi desgracia (o para mi fortuna), conocí a un anciano de ochenta años, se llamaba Moisés y era un gran bailarín de danzón; poseía una linda sonrisa, su pelo era totalmente cano y su rostro lleno de hermosas arrugas. A los dos meses nos casamos muy felices. Él gustoso por mi juventud y mi terso cuerpo, trataba en lo posible de complacerme en la cama, pero mis necesidades eran demasiadas y yo requería de dos a tres orgasmos diarios; por lo que comenzó a tomar viagra en demasía. Por desgracia un día en pleno sexo murió de un ataque al corazón. Sobra decir que me retiré y ni siquiera acudí a la lectura de su testamento, no quería problemas con su familia que siempre me vieron como la aprovechada que quería su fortuna. Estaban equivocados y yo solo buscaba saciar mi sed sexual.

   Aquello fuera de ser el final de mi obsesión, fue el parteaguas de una nueva afición: los cadáveres. Conseguí un trabajo en un anfiteatro, donde podía encontrar a ancianos ya muy entrados de edad. Como yo era la encargada de arreglar los cuerpos, me quedaba a solas con ellos, y era donde me saciaba con sus arrugados cuerpos. Y eso me llevó a querer más años aun, por eso me uní a un grupo de paleros profanadores de tumbas. Mientras ellos iban a buscar esqueletos para sus rituales de magia, yo buscaba cuerpos cada vez más viejos y deteriorados. Ahora mismo estoy con una linda lencería sexy negra apunto de acostarme con mi nuevo amante: en la cama está un cadáver que si viviera tendría ya unos 110 años, yo sé qué me está viendo y que está igual de excitado que yo. ¡Es tan sexi que de solo verlo ya estoy empapada!

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