lunes, 25 de marzo de 2019

Fragmentos de terror... EL PRETEXTO






EL PRETEXTO 



1

Solo hay tres formas de hacerse güey en la oficina: una de ellas es en el coffe break (el cual solo puedes aplicarlo una vez al día); la otra es yendo a sacar copias y eso solo cuando no anda el odioso del “Sánchez” por ahí de entrometido supervisando los tiempos muertos del personal; y la ultima y que puedes aplicar varias veces, es la ir al baño. Esa es la que suelo usar siempre, y más los viernes o cuando ya es casi hora de ir a comer o de la salida. Pero este día no era tanto que me hiciera pendejo en el baño. Y es que todo por andar de marro queriéndome ahorrar diez varos en la comida, me fui dos cuadras más lejos a comer a la fondita que le apodamos: “la chorrilla muerte”, donde encuentras comida corrida bien barata pero con la mala reputación de la poca higiene que tienen. Ya me había advertido el “López” y “el cejas” qué sí comía ahí me daría diarrea y, por no hacerles caso, ahora andaba con una puta diarrea de los mil demonios. Mi jefe parecía que me iba a regañar, pero cuando vio mi cara pálida y chupada, pareció entender mis pesares digestivos y no me la hizo de a pedo cuando veía y veía que iba al baño a cada rato. 





   Y ya estaba con el culo ardiéndome por quinta vez, sabía que sería el hazmerreír de todos los de la oficina por toda la semana, o hasta que alguien hiciera alguna nueva pendejada. Pero ni modo, eso me ganaba por tacaño y quererme ahorrar una mísera plata.

   El baño era pequeño, solo tenía de ventilación una ventana larga y angosta situada en un costado de las paredes. Estuve así un buen rato esperando a que mi agua intestinal dejara de salir, cuando oí que en la parte de abajo las chavas empezaban a gritar, los ruidos parecían venir de la entrada o algo así. Estaba yo en el segundo piso pero se oía el desmadre abajo, al principio creí que estaban echando cotorreo pero después me di cuenta que eran gritos de auxilio, parecían aterradas y creo que con el susto en ese momento se me cortó la diarrea. <<Ayúdenme>>,<<No, déjame>>, <<corran>>, y otras más decían. Más lo peor fue cuando empecé a oír balazos, debían de ser los polis de la entrada que están vigilando las 24 horas el acceso. Y eso solo podía significar que estaban asaltando a la empresa

   — No mames. ¿Ahora qué hago? —dije en voz alta como si el chapulín colorado me fuera a responder.

    Los balazos se dejaron de escuchar bien rápido, seguido por los gritos de hombres (¿los policías acaso?), y después solo el puto silencio. No sé si era peor oír a las morras gritando y pidiendo ayuda, o el no escuchar ni madres. Eso solo significaba que los rateros debían de estar subiendo hacia los pisos robando a todos y amordazándolos, por eso no oía a nadie (con que no me maten a la Leslie, pues estaba a punto de darme su tesorito). Aunque también podía ser cierta la versión de que el dueño de la empresa era narco y esta era un ajuste de cuentas donde íbamos a pagar todos sus empleados por él, pues el riquillo ni siquiera estaba hoy. Fuese lo que fuese, tenía que pensar muy bien lo que haría, pues revisarían hasta el último puto rincón de todas las oficinas. Tenía la ventaja de que estaba yo hasta la mera esquina. Debía de decidir y actuar rápido. Me limpié la cola (¡cómo me ardía, cielos!), y pensé en ir a echar un vistazo afuera, mas desistí de inmediato al oír los gritos de mis compañeros de piso. ¡Ya estaban arriba esos hijos de la chingada! Miré a mi alrededor pero no tenía por donde escapar, al menos no ahí adentro. Fue cuando me acordé que saliendo del baño estaba el techo donde comenzaban los ductos del aire. Ya en alguna ocasión estuvimos echándole bullying al “Morales” con que se tiraba allá arriba, en los ductos, a la “Tania” (la más feíta no de la empresa, sino del puto planeta entero). Aquellos tubos parecían lo bastante amplios para poder entrar por ahí (de ahí el coto contra “Morales”), lo malo era que tenía que salir del baño.

   Los gritos seguían y lo peor de todo era que identificaba a quienes pertenecían cada uno (no escuché a la “Leslie”), pronto llegarían a por mí. Tomé un palo de escoba como arma (¿contra los narcos que traen armas largas?, jaja, que idiota me vi), lo solté enseguida y mejor salí corriendo hacia el primer escritorio que había. Subí una silla encima de este y, como un malabarista de circo (lo que hace uno por instinto de supervivencia), empecé a golpear la reja, estaba atornillada (mierda, mierda y mierda), y el cuarto de mantenimiento estaba casi al principio de las escaleras, por donde ya debían de haber masacrado a todos. Así que seguí empujando la reja, tenía que zafarse.

   Los gritos fueron cediendo, y un solo ruido raro permaneció, no era el silencio sepulcral que me apareció tras la masacre de la entrada, aquí había un ruido como de pisadas de … ¿perro? No, no mames, no podía ser eso, aunque si se oían las patas en el suelo como de los canes, pero muy suavecitas como si fueran más pequeñas que las de un chihuahua (las tenía bien fiscalizadas por la chiquis, mi perrita). Estas mini pisadas eran muchas y venían hacia mí. Seguí golpeando con todas las fuerzas que los atrofiados músculos de un oficinista pueden dar, y no cedía. Continué golpeando y golpeando hasta que la flaca rejilla (benditas oficinas de bajo presupuesto) cedió. Gozando de mi inaudito equilibrio de malabarista y una habilidad digna de un parkour, escalé y me colé en el ducto manteniendo la rejilla en mi poder para sobreponerla y detenerla con mis dedos. Parecía que la suerte estaba de mi lado pues la silla salió volando y así no se darían cuenta de que me había escapado por aquí. Quería seguir deslizándome por los ductos pero temía que si soltaba la reja se dieran cuenta de mi ubicación.

   Los ruidos se acercaron a aquel cuarto y pude descartar por completo a los narcos, no era el “señor de los cielos” temporada mil con diminutos perros rastreadores ni nada por el estilo. Lo que había invadido la oficina y posiblemente matado a mi “Leslie” (con ese cuerpo tan comestible, ¡malditos!), no era nada que hubiera visto antes en mi vida. Parecían lagartijas grandes, eran rojizas con manchas verdes y largas lenguas bífidas. Estaban inspeccionando toda la oficina de pe a pa, no sé si contaban con capacidad para olfatearme y si esos animalejos eran los causantes de todo aquel desmadre. ¿Pero si no quién más? Debía de moverme de ahí, así que solo esperé a que se movieran hacia el baño y solté la rejilla y me adentré por los túneles del aire.



2

No tenía ni idea de adonde ir, solo sabía que esa rejilla debió de hacer ruido y ahora esas lagartijas mutantes (o la chingadera que fueran), debían de estar tras de mí. Poca esperanza tenia que no supieran escalar paredes y llegar hasta el ducto, pues con lo rápido que se habían esparcido por todo el edificio no creía que hubieran tomado el elevador esos reptiles. La cuestión aquí era si ellos habían causado todo aquel alboroto, provocado los gritos de las mami ricas y acabado con los policías. Todo aquello sonaba ridículo, y me metí un buen pellizco en el brazo para ver si no me había quedado dormido en el baño a causa de tanta hueva, o me había desmayado de la deshidratación por la diarrea. El caso es que me dolió la apretujada en mi brazo y no desperté. Entonces si era real y no era un buen viaje de los que me aventaba de antaño (un año ya jurado y limpio de tachas). Seguí avanzando y giré a la izquierda, ahí vi una rejilla que conducía al cuarto de contabilidad.

   Ahora si la vista se me nubló y nada más porque no tenia forma de caerme al piso, si no me hubiera dando un porrazo. Abajo estaba el Supervisor tirado en el piso y, pegado a él, boca abajo, el López tenía un brazo extendido hacia mi jefe como si se lo estuviera toqueteando. Pero no era así, los dos estaban casi en los huesos. Y aquellos reptiles aún estaban sobre ellos comiéndose sus cuerpos. De no ser porque me acordaba como iban vestidos (mi jefe siempre con su jodido chaleco de pachuco de los años treinta, y López con su ropa recocida), no los hubiera identificado. Olvidándome de aquella escena y sin dudar ya de quienes eran los causantes, seguí desplazándome hacia la siguiente ventanilla. Llegué hasta ella y el panorama era aún peor: el “Cejas” estaba siendo devorado en su escritorio por aquellos bichos, al igual que otros tantos de mis compañeros que estaban en las mismas condiciones. No veía a mi Leslie. ¡Maldición! ¿Qué habría sido de ella? Con todo mi pesar, seguí moviéndome hacia el que sería el último ducto que daba al baño de las mujeres. Me asomé y vi a la fea de Patricia deteniendo la puerta, parecía que estaba conteniendo a aquellos reptiles de las embestidas. No estaba sola, estaba nada más y nada menos que con mi Leslie. Les hablé y sonrientes me vieron, como si el mismito Cristo se les hubiera aparecido

   Comencé a empujar la rejilla como podía, aquella posición de gatas no era justamente la más idónea para zafar una reja, pero era mi momento para galardonarme con la Leslie y conseguir aquellas caderonas, claro, si salíamos vivos de aquello.

   Las lagartijas arremetieron más contra la puerta del baño, debían de ser cientos las que trataban de entrar, y no tardarían en lograrlo. Golpeé y golpeé con todas mis fuerzas, y por fin la rejilla cedió; ahora el pedo seria subirlas pues no tenían un escritorio ni una silla para hacerla de parkour. Solo contaban con un jodido bote de agua. La Leslie fue la primera se trepó a la cubeta valiéndole madre la Paty y la puerta. Le dije que diera un brinco lo más alto que pudiera, yo por mi parte estaba casi con medio cuerpo fuera para ayudarlas. Y entonces pasó lo increíble: La Leslie (que nunca hace ejercicio pero a pesar de ello tiene un cuerpo de diosa fitness), dio un salto a la Michael Jordan y alcanzó mis manos, y yo con la fuerza de un gimnasta, la fui subiendo. La subí hasta que tenía medio cuerpo adentro del ducto, y para ayudarla terminé por jalarla de las caderas (bueno, la neta me aproveché y fue mitad caderas, mitad nalgas); cuando ya estuvo adentro, me dio un beso en la mejilla y me dijo: <<Gracias>>. Me pasmé un segundo ante aquel beso. Entonces me acordé de la Patricia y me volví a asomar, pero justo en ese momento las lagartijas habían entrado y antes siquiera de que la mujer pudiera gritar, ya estaban mordisqueándosela. La que si iba a gritar era mi Leslie, así que le tapé la boca y le dije que siguiera avanzando por los tubos. Nos seguimos desplazando hacia los ductos del piso de abajo. Ella iba por delante, y yo detrás de ella con la panorámica más grandiosa de toda mi puta vida. El caso es que no sé cómo le hicimos pero llegamos hasta el ducto de la planta baja, muy cerca del ventilador principal. Por ahí había otra rejilla que daba al cuarto de mantenimiento. Empujamos aquella reja y fue bien fácil moverla, después por una escalera de mano bajamos, no sin antes colocar de nuevo el enrejado. Ahí adentro estaba tirado el “Pelines” (el mero mero del mantenimiento), estaba bien muerto y, para nuestra fortuna, estaba tan comido que ya era puro hueso y ni lagartijas tenia. Le dije a Leslie que se esperara en el rincón, me asomé por los pasillos y estaba lleno de animalejos, no era nada seguro salir, debíamos de quedarnos. Entonces nos cubrimos con una manta sucia a esperar a que se fueran.

   No se cuánto tiempo pasamos ahí escondidos, hasta que el rechinar de la puerta nos alertó, alguien había entrado, medio me asomé con un ojo y vi a una lagartija grande, era del tamaño de una persona, con su cuerpo rojo y sus manchas verdes. Parecía estar revisando la habitación mientras su lengua bífida salía y entraba con gran rapidez. Pensé que ahí nos encontraría y nos cargaría la chingada, pero Dios nos salvó y se fue. Comencé a oír a los cientos de lagartijas con sus pisadas de perro saliendo hacia la entrada, al parecer estábamos salvados. Nos quedamos todavía hay un buen rato, bien quietecitos y bien pegaditos. Yo ya ni pensaba en toda aquella pesadilla que habíamos vivido, y solo estaba concentrado en mi mano que estaba bien pegadita al pecho de mi Leslie, adorada.

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