lunes, 15 de abril de 2019

Fragmentos de terror... LA CARPA DE LOS SUEÑOS

Todos tenemos sueños que quisiéramos se cumplieran....




LA CARPA DE LOS SUEÑOS 



— Y si ustedes entran a este maravilloso espectáculo, mis queridos —les dijo el hombre barbudo al tumulto de personas que estaban afuera de la carpa del circo de “Los extraños seres”. El sujeto vestía unos pantalones crema de algodón y su flaco y huesudo torso estaba desnudo. Su barba le llegaba al ombligo—. Podrán tener la oportunidad única y exclusiva de que la Madame Levorie les conceda un deseo. El que quieran, el que gusten. —Comenzó a señalar a cada una de las personas que lo veían mientras les iba diciendo—: Usted, buen hombre, bien podría tener toda la riqueza que siempre ha soñado —la persona señalada levantó las cejas y abrió los ojos sorprendido como si le hubiese leído la mente—. O usted mi estimada dama —le dijo a una señora gordinflona que tenia de la mano a un chiquillo—, podría hacer que su esposo fuera fructífero en sus negocios de telas.

  Y así continuó el hombre barbudo diciéndoles a los presentes lo que podrían pedirle a la Madame. La mitad de la audiencia entró entusiasmada. El resto se dispersó hacia los demás negocios. Solo tres niños se quedaron pasmados viendo el letrero gigante que decía: “Madame Levorie, la vidente del siglo”. 








  — ¿Aun dudan de los magníficos poderes de la Madame? —les dijo el hombre barbudo haciendo que se sobresaltaran.

  Licha y Gustavo se quedaron callados, solo Beto, el más valiente y rechoncho de ellos, se animó a contestar:

  — Es que… la verdad… No creemos en esas cosas.

  Los niños retrocedieron y se juntaron entre sí ante la mirada seria del hombre. El barbudo cruzó los brazos y soltó una risotada tan fuerte que pareció extenderse por todo el circo.

  — Más de la mitad de la gente que sí cree en ella está adentro —les dijo mientras acariciaba su barba con una mano y con la otra señalaba la carpa, la cual era pequeña para la cantidad de gente que había entrado—. Y los zopencos que no creyeron, ahora mismo están en otro espectáculo del circo o comiendo palomas acarameladas. —El hombre estiró su mano hacia ellos pero los niños retrocedieron—. Y ustedes son unos niños muy pero muy inteligentes. —El barbudo retomó su postura y de la parte trasera de su pantalón sustrajo tres boletos que se los extendió a los niños. Licha y Gustavo se quedaron viendo espantados como si trajera un par de víboras en las palmas, solo Beto tomó un boleto y lo estudio con sumo cuidado—. Es un boleto especial para que Madame Levorie les cumpla su más grande deseo.

  — Está bonito —dijo Beto moviéndolo de un lado a otro para resaltar sus letras doradas con la luz de las lámparas que alumbraban la carpa.

  — De todas las personas que han entrado allá—siguió diciendo el barbudo—, Madame solo le dará un boleto a una sola persona, sin embargo, ustedes tendrán un boleto cada uno.

  — ¿Entonces esto te da derecho al deseo? —preguntó Licha tomando su boleto. El hombre asintió —. ¿Y nos cumplirá nuestra más grande aspiración?

  — El más grande de tus anhelos —les confirmó—, aunque sea casi imposible de realizar.

  — ¿Por qué no los das a nosotros? —preguntó Gustavo frunciendo el entrecejo.

  El barbudo miró hacia los lados y luego vio la carpa. Comenzaban a salir las personas. El hombre se agachó hacia ellos y susurrando les dijo:

  — Bueno, como les he dicho, son más inteligentes que esa parvada de personas —señaló hacia la gente que se iba dispersando—. Ustedes han dudado y se quedaron afuera esperando ver los resultados, y eso merece que les haya dado sus boletos mágicos. —Gustavo tomó renuente su boleto, el barbudo se enderezó y habló de nuevo fuerte—: Solo recuerden entrar una vez que todos se hayan ido.

  El hombre se dio la media vuelta y se fue hacia atrás de la carpa. Los niños esperaron hasta que las últimas personas salían, la mayoría se veían con rostros serios y caras decepcionadas.

  — Creo que ya se fueron todos —dijo Lucha viendo su boleto—. ¿Y ahora?

  — No lo creo —refutó Gustavo—. Adentro debe estar el que ganó.

  — Dijo el barbudo que entráramos cuando ya no hubiera nadie —dijo Beto—. Vamos de una vez.

  Y jaló a sus amigos hacia la carpa.

  El espacio era más pequeño de lo que habían imaginado, se preguntaron donde había entrado tanta gente. Unas luces muy tenues alumbraban el lugar y una alfombra roja se extendía hacia el interior, donde una cortina negra tenía la función de pared y aislaba a aquel cuarto. Sobre las paredes había cuadros de dioses egipcios, debajo de estos unas sillas acolchonadas en fila para las personas que esperaban entrar con la Madame. Los amigos no pudieron avanzar más, se quedaron pasmados y hasta decepcionados, como si hubiesen querido ver un bosque encantado o a seres mágicos deambulando por ahí.

  — ¿Ven?, les dije que esto era pura mentira —susurró Gustavo—. Mejor vámonos.

  — Adelante —se oyó una voz del otro lado de la cortina negra—. Madame Levorie los espera.

  Beto miró a sus compañeros y se animó a caminar por delante. Tras pasar las cortinas, una pequeña mesa ovalada cubierta con un mantel tenía una bola de adivinación junto con un mazo de cartas. Tres sillas estaban listas esperándolos y, sobre todo, Madame Levorie con una sonrisa cautivadora. Era una mujer ya entrada en años, con un paliacate negro que le cubría la cabeza, sus ojos eran tan grandes que Licha se preguntó si no eran alguna ilusión óptica; tenía las manos cruzadas y los miraba expectante.

  — Bueno, tomen asiento ya. —Les dijo y esperó hasta que lo hicieran para seguir—: Veo que el hombre barbudo los ha elegido con boletos mágicos —los niños asintieron—. Y él ha tenido sus razones para escogerlos, tiene un don nato para escoger a los afortunados.

  Un gato salió de debajo de la mesa, era negro y de verdes y profundos ojos, soltó un maullido que hizo brincar a los niños.

  — ¡Mitsifús, vete de aquí! —ordenó Madame, el gato maulló de nuevo y se salió del cuarto—. Muy bien, ahora es momento de cumplirles sus deseos. Pero piénsenlo muy bien antes de pedirlo.

  — El hombre barbudo les dijo a las personas que usted daría un boleto mágico—dijo Tomas—. ¿Ya le ha cumplido su deseo a la persona que ganó?

  — Por supuesto —y no solamente eso, ahora ese… hombre está feliz con su deseo cumplido.

  Los niños no recordaron haber visto salir a nadie brincando de alegría, ni siquiera salían con una sonrisa.

  — ¿Y que pidió? —preguntó Licha.

  — El hombre deseaba muchas cosas pero al final lo ayudé a decidir. —Se quedó callada viendo como los niños deseaban más información, mas no se las quiso dar, comenzó a frotar la bola mágica—. Y bien, ¿Quién es el primero?

  Los niños se quedaron viendo el uno al otro, y hasta ese momento se hicieron consientes de una cosa: no tenían ni idea de que pedir. Se habían embobado con la idea del discurso y poder cumplir lo que quisiesen, por lo que tenían en mente juguetes, dulces, chucherías, no ir a la escuela; en fin, mil y un cosas; pero ahora que estaban a un paso de tener cualquier cosa de ellas, no sabían que pedir.

  — Veo que están indecisos y eso es normal —les dijo Madame—. Muchos pedirían dinero, tesoros o imperios, pero ustedes son tan inteligentes que podrían pedir conocer todo el mundo con nosotros.

  — ¿Conocer el mundo? —repitieron al unísono con los ojos brillosos.

  — Así es. Nosotros viajamos por todo el mundo, conocemos cada rincón del planeta, y nuestros fenómenos disfrutan siendo vistos por toda la gente de los cinco continentes.

  El gato irrumpió de nuevo en el cuarto maullando, parecía querer decir algo.

  — ¿Tiene mucho con el gato? —preguntó Licha.

  — No, de hecho, solo unos minutos. Él ha decidido conocer el mundo con nosotros. —Le hizo una seña al animal para que se fuera, este maulló y se retiró—. El tiempo se acaba chiquillos —agregó escudriñándolos con sus enormes ojos—. Ahora sí, díganme ya, ¿quién empieza?

  — Nosotros quisiéramos ir con ustedes —dijo Tomas—, pero nuestros padres no nos dejarían.

  — Por supuesto que no los dejarían, para eso son sus padres, para negarles los permisos. Y también por eso son los deseos, con ellos no habría problema y nosotros los recibiríamos con mucho amor, como parte de nuestra gran familia. Solo necesitan ser parte de nuestro equipo de actuación.

  — No entiendo —dijo Gustavo—. En este circo son puros fenómenos.

  Madame sonrió y frotó su bola.

  — ¿Tenemos que pedir ser una rareza para conocer el mundo con ustedes? —preguntó Licha.

  — Así es —les dijo levantando los ojos—. Me imagino que alguna vez han soñado con ser algún fenómeno famoso. ¿Cuál han imaginado ser?

  Los tres se quedaron perplejos mirando a Levorie y el humo que empezaba a desprenderse de su bola mágica.

  — Bueno, yo siempre quise ser el glotón de espadas —dijo Beto riéndose.

  — Y yo la mujer barbuda —añadió Licha simulando con sus manos la barba.

  Solo Gustavo se quedó callado y serio.

  — ¿Y tú, pequeño, que deseas ser? —le preguntó Madame.

  — Creo que nunca he pensado en ser nada de eso.

  Levorie comenzó a frotar más su bola, la cual fue adquiriendo matices azules y rojos.

  — Por los poderes que me confiere Heliópolis, nuestro Dios creador, yo les concedo su más importante deseo.

  — Pero nosotros solo lo dijimos porque nos lo preguntó —dijo Beto pálido, arrejuntándose hacia sus amigos, pero ya era demasiado tarde, las luces de la bola mágica los comenzaron a rodear.

  Solo Gustavo no fue cubierto, intentó sacar a sus amigos de aquella bruma, pero viendo que no le era posible se fue aterrorizado hacia una orilla del cuarto. Al medio minuto la luz se fue extinguiendo y descubriendo a sus amigos, solo que Beto ya no era Tomas, ahora era un hombre alto y de cuerpo torneado, su cuerpo estaba lleno de tatuajes de espadas…

  — Bienvenido a la familia —gritó Madame levantando los brazos—, tragasables.

  …Y Licha ya no era Licha, ahora era una linda y curvilínea mujer que tenía una abultada barba que le cubría todo su largo cuello.

  — ¡Bienvenida mujer barbuda! Te ves divina y la gente admirará tu belleza por siempre.

  — Ellos no han querido eso —gritó Gustavo—. Solo lo dijeron porque tú se los preguntaste, y te has aprovechado de ellos.

  — Nada de eso —contestó la Madame señalándolo con el dedo—. Solo los he orientado. Y ahora tú debes de ser buen amigo para unirte a la familia, y debes de decidir quién quieres ser.

  — Bueno… yo…

  El gato entró maullando, parecía enojado y veía al niño.

  — Mitsifús —le dijo la Madame—. ¡Largo de aquí!

  El gato se acercó a Gustavo maullando y jalándole el pantalón, parecía un perro tratando de guiar a su amo hacia algún hueso enterrado. Entonces Gustavo más pálido que antes le dijo a Madame:

  — ¿Mitsifús es el señor que se ganó el boleto hace rato?

  — Que perspicaz eres, muchachito —dijo la Madame sonriendo—, también quiso ser de nuestra familia —señaló hacia el tragasables y la mujer barbuda—. Y ahora solo faltas tú, anda dinos ya tu deseo.

  — ¿Y aquello que yo pida se me concederá? —Madame asintió y Gustavo se quedó callado, después añadió—: ¿Lo que sea, lo que sea? —Levorie asintió de nuevo. El niño dio una vuelta por el cuarto, vio a sus antiguos amigos que ahora eran fenómenos y a Mitsifús, y después muy decidido se sentó frente a Madame y dijo—: Deseo que nunca hayas tenido poderes mágicos.

  — ¿Qué? —bufo la Madame.

  — Lo que oíste, ahora cúmplemelo.

  — No, no puede ser —le apuntó con el dedo. Se levantó y se hizo para atrás el cabello que comenzaba a derretírsele—. Eres un maldito bribón y…

  La Madame Levorie se derritió sin más. Gustavo vio que sus amigos estaban de vuelta. También en lugar de Mitsifús había un hombre de bigote abultado que, sorprendido, no dejaba de ver los vestigios de la adivina.

  — ¿Qué ha pasado? —preguntó Beto.

  — Nada, solo que en el “circo de los extraños seres” ha llegado a su fin.

  — Yo solo me acuerdo que la Madame… —dijo Licha.

  — Vámonos y en el camino les cuento —dijo Gustavo.

  Salieron de la carpa, en el circo ya no había más fenómenos, solo niños y hombres con caras sorprendidas que no recordaban y no sabían que hacían ahí.

  — ¿Y tú hiciste todo esto? —le preguntó Beto.

  — Digamos que es el poder de los deseos —les sonrió. Volteó a ver a un niño muy delgado sin camisa, debía de haber sido el hombre barbudo—. Bueno, tengo hambre y ganas de jugar parchessi. ¿Nos vamos a casa?

No hay comentarios:

Publicar un comentario