lunes, 29 de julio de 2019

Fragmentos de terror... CACERIA



Aunque sean más caras valen la pena...




Cacería 

La subí a la altura de la calzada Tlalpan y la calle Coruña, después de estar dando varios rondines y viéndolas a todas, hasta que supe que ella era la indicada. Llevaba un vestido rojo tan pequeño que se le enmarcaba el inicio de sus nalgas; tenía unos senos medianos muy firmes, acompañados de una cintura pequeña y una cadera de infarto. Lo bueno de aquella zona era que las putas eran riquísimas y hermosas, aunque más caras, cosa que en realidad no me importaba pues al final siempre recuperaba el dinero, solo era cosa de encontrar a la chica correcta. Le pregunté qué cuanto cobraba solo por mero trámite.

  — Seiscientos, papi —me respondió—. Una hora, incluye relaciones ilimitadas, oral, todos desnuditos, un rico masajito y trato de novios. 







  — ¿Con besos y todo?

  — No, mi rey, sabes que eso no.

  — ¿Y anal?

  — Por doscientos más me lo destrozas a tu gusto —me dijo sonriéndome, era de ojos grandes y boca pequeña—. Eso sí, con condón.

  Le abrí la puerta y fuimos al motel. Estaba a solo tres cuadras de ahí, era un lugar de mala muerte y muy solitario para ser solo las nueve de la noche. Solo vi en la esquina de la calle a un tipo de cachucha que tenía sus manos en la sudadera bien guardadas escondiendo algo, supuse que era el checador de las golfas pues le hizo un guiño a la chica cuando pasamos. Pagué el cuarto y nos fuimos a la habitación. Tal y como lo supuse era un lugar de quinta que por lo menos tenia tele con cable, lo cual me servía por lo solitario del sitio. Solo tendría que ser precavido al salir con el padrote de la cachucha.

  — ¿Quieres ver porno? —me preguntó con el control de la televisión en la mano.

  — A todo volumen, eso me excita. —La miré de pe a pa, era realmente hermosa, lastima por ella—. ¿Y por cierto cómo te llamas?

  — Yesenia —me dijo poniendo el canal de la huster donde dos negras se hacían unas tijeras mientras se daban un profundo beso. Miró mi rostro y mis arañazos casi frescos—. ¿Te peleaste con una manada de gatos?

  — De gatas —le respondí haciéndola sonreír, aunque yo me quedé serio. Saqué dos billetes de quinientos pesos y los puse en la cama—. Quiero oral natural y correrme en tu ano.

  — No tengo cambio, papi, acabo de empezar, eres el primero.

  — Descuida, es tu propina —le dije sabiendo que eso te decían todas para quedarse con el cambio y que creyeras que no estaban ya manoseadas y babeadas—. Eso sí, llévame al infierno del placer.

  Me sonrió, guardó los billetes en su bolso y apretó un interruptor para dejar todo a media luz. Me pidió que me sentara para hacerme un bailecito. El porno en la tele con las lesbianas frotándose sus clítoris sonaba a todo volumen mientras la prostituta se iba quitando sensualmente el vestido rojo mostrándome una linda corsetería negra. Su exquisito cuerpo se reflejaba a través de la lámpara de la cabecera sobre una de las paredes. La sombra era igual de curvilínea que su dueña pero al final de su cabeza tenía dos cuernos. Fingí no verlos y simulé quitarme el pantalón mientras ella terminó de desvestirse y se acercaba a mí para mamármela.

  Me llevé las manos al interior de la chaqueta y saqué una pistola, pero ella fue más rápida que yo y de un brinco me tumbó el arma y se puso arriba de mí, mostrándome unos enormes colmillos. Antes de que fuera a lanzarme una mordida le di un rodillazo que la desequilibró haciéndola de lado, la terminé de empujar con el brazo y rodé hacia el otro lado. Tomé la pistola y disparé sin apuntar siquiera, fue solo para mantenerla a raya.

  Le rocé solo el hombro, la mujer aulló mostrándome aún más sus feroces colmillos. Brincó de nuevo hacia mí como un felino sobre su presa, logré dispararle antes de que su cuerpo se estrellara contra el mío dándole en medio de sus firmes senos. Yo me estrellé con la pared por el impacto y ella salió despedida contra la cama; donde famélica empezó a aullar mientras se iba retorciendo del dolor mirándome con el más grande odio. No tardó en empezar a desintegrarse. Cuando solo hubo quedado su maltrecho corazón oxidado sobre la cama, le esparcí unas gotas de agua bendita para que se secara por completo y acabar con esa escoria.

  En la televisión las negras seguían gimiendo a gran volumen ahora con un 69, a pesar de ello sabía que habíamos hecho mucho ruido, así que me vestí muy rápido, tomé mis dos billetes de quinientos más otros que ya había juntado (al fin que ya no los necesitaría). Abrí la puerta disparando en el pecho del encargado que ya estaba listo para atacarme. Se desintegró y purifique su corazón. Tomé mi carro y hui a toda velocidad esperando la siguiente cacería de putas.


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