martes, 22 de octubre de 2019

Fragmentos de terror... EL VUELO



No siempre el aeropuerto es la mejor opción...





EL VUELO 



1

Estaba esperando a que llegara el avión que me llevaría de regreso a mí Guanajuato, estaba en el aeropuerto de España después de un viaje de negocios, lo hacía frecuentemente casi cada mes. Dicen que a todo te acostumbras, pero este no era el caso pues a pesar de mis viajes frecuentes yo seguía teniéndole pavor a las alturas, a que se cayera el avión, o al mismo vacío que se siente en el estómago cuando se despega y se aterriza. Y más aún, odiaba los retrasos que solían pasar en uno de cada dos viajes. Viajar en aerolínea más barata tenía sus consecuencias, y como parte del presupuesto recortado de la empresa no opción.

  Llevaba esperando ya media hora el vuelo en la sala, nos había dicho el personal que el avión venía de Arabia y por problemas de tránsito ajenos a ellos (claro, ellos siempre se lavan las manos) llegaría una hora tarde. El tiempo transcurrió, me acabé mi ración de donas y mi frapuchino para saciar un poco mi hambre y mi sed mientras escuchaba algo de jazz con mi celular. Entonces al fin vi por los grandes ventanales que el avión estaba estacionándose. 








  El avión terminó de acomodarse sobre el bordillo para que los pasajeros que lo abordaron saliesen a la sala y pudiésemos nosotros entrar.

  Miré mi reloj, a pesar del retraso aún tenía el tiempo suficiente para llegar a instalarme al hotel (de 3 estrellas), y llegar a la cita con los clientes. Supuse que la gente de ese vuelo saldría rápido y nosotros partiríamos de inmediato para tratar de recuperar el tiempo perdido. Y aquella idea fue muy ingenua de mi parte, pues pasaron otros diez minutos sin que los pasajeros del avión saliesen. La gente aún más molesta se puso cerca del mostrador para reclamar porque no bajaban los pasajeros.

  Me quité mis audífonos interrumpiendo el clásico “Strange Fruit” para ir a ver que les decían. decían.

  — Parece ser que no les responden desde el interior —decía una empleada joven y delgada con el pelo recogido, muy parecida a las azafatas—. Pero ya viene a verificar el que está ocurriendo, sólo es cosa de unos minutos.

  Algunas personas comenzaron a decir que exigirían el rembolso de su boleto y una indemnización pues tenían que haber llegado a cierta hora. Error garrafal, pensé pues nunca debes de poner un compromiso tan cerca de tu llegada por los malditos retrasos, y menos en esta aerolínea.

  Los empleados seguían tratando de calmar los ánimos cuando vi que llegaron cuatro policías a la sala, se metieron al pasillo que conectaba a la puerta del avión. Si los uniformados estaban aquí, era señal de que aquello no pintaba bien. Los empleados de la aerolínea dejaron de mitigar a los enojados e hicieron una valla con los postes para que nadie se acercará más de lo debido. La gente curiosa seguía husmeando hasta donde podían, el personal les pedía se sentarán en lo que se arreglaba todo, pero no les hacían caso.

  Los policías comenzaron a gritarles a los del avión para que abrieran la puerta o dijesen si les pasaba algo o necesitaban ayuda, y aquello provocó que la gente comenzara a exigir más respuestas. A mí en lo personal no me había preocupado del todo hasta que oí las puertas del avión que se abrieron.

  — Ya se abrió —oí decir a un hombre alto con que trae unas bermudas y unas chanclas cafés.

  — Favor de mantener su distancia, por favor - dijo la empleada con un cuerpo de aeromoza.

  Los policías comenzaron a gritar y disparar al mismo tiempo. En aquel momento entré en pánico y me fui hacia el corredor contrario a dónde estaba la mayoría de la gente tratando de ver lo que pasaba. Entonces vi como comenzaban a correr hacia todos lados. No sé qué estaba ocurriendo pero la gente huía despavorida gritando, y entre aquellos gritos se mezclaban unos ruidos salvajes cómo si de bestias se tratasen.

  Me fui corriendo por el corredor que conectaba las diferentes salas de espera pensando en salir del aeropuerto, o por lo menos llegar a algún lugar seguro.

  La gente ya estaba con una histeria total y aquellos sonidos raros se oían por todas partes y estaban acercándose cada vez más hacia mí.

  Una mujer gorda pasó al lado mío haciéndome perder el equilibrio, me iba a reincorporar para reclamarle pero el tumulto enloquecido estaba detrás de mí y no dudaba que me pisaran sin siquiera fijarse, tal cual pasa en lugares muy concurridos cuando se presentaba alguna emergencia y tienen que salir todos corriendo. Alcancé a aventarme hacia un lado para que la gente siguiera su cauce, mientras mi mochila era empujada y pateada hasta quién sabe dónde.

  Me puse de pie para seguir huyendo y tratar de recuperar mi mochila, cuando vi que otra chica de vestido floreado tropezó cerca mí, antes de que pudiera ayudarla a reincorporarse, un hombre gordo le pisó el talón haciéndola pegar un chillido. La ayudé a levantarse y la jalé hacia la pared.

  — ¿Estás bien? —le pregunté.

  — No lo sé, creo que me he torcido mi tobillo, alguien me lo pisó. —Se tocó el tobillo arrugando la cara por el dolor. Era una joven atractiva, su rostro estaba lleno de pecas que encajaban con sus ojos verdes. —¿Sabes que está pasando?

  — Eso es lo que te iba a preguntar.

  Iba a comenzar a decirme algo pero un hombre se puso junto a nosotros, vestía un traje gris rata, su rostro estaba tenso y casi podría jurar que estaba al borde de una crisis nerviosa. Volteó a vernos consternado de arriba abajo varias veces. “Corran, lárguense de aquí”, nos dijo y salió junto con la multitud.

  — Tiene razón, lo mejor es que avancemos —le dije a la chica.

  Le ofrecí mi brazo para que se apoyará en él, la gente había disminuido por el pasillo pero los gritos aumentaban. Vi pasando al hombre alto de chanclas trastabillando, estaba herido de un brazo y una pierna, atrás de él iba un hombre envuelto en un turbante blanco con un par de cuchillos.

  Enseguida jalea la chica de nuevo hacia la pared viendo a aquel mastodonte, el cual que no tardó en darle alcance al hombre de Bermudas y comenzó a masacrarlo. Aquel asesino del turbante lanzaba los bufidos raros que había oído cuando se abrieron las puertas del avión.

  La chica me jaló del brazo para advertirme que otro loco de turbante venía hacia nosotros por el pasillo contrario, también cargaba un par de cuchillos ensangrentados de no sé qué víctima.

  Mi instinto de supervivencia me pidió a gritos salir corriendo de ahí, más no podía dejar a la chica indefensa con su pie lastimado, la alcanzarían enseguida. Mire las alternativas de escape: Sólo estaban los baños enfrente, los cuales no servirían de mucho pues las puertas de los sanitarios no eran completas; y al lado teníamos una puerta que estaba cerrada.

  El loco del turbante estaba ya a solo dos metros de nosotros levantando sus cuchillos dispuesto a continuar con su masacre, de entre sus dientes grisáceos se podía percibir aquel sonido salvaje. Entonces, sin saber qué hacer, de repente la puerta que estaba al lado de nosotros se abrió y un hombre nos llamo para que nos metiéramos.

  Nos salvó la vida.



2

La persona que nos había rescatado era el encargado de intendencia y se llamaba Israel. Era un hombre de unos sesenta años de edad con un principio de calvicie y unas gruesas cejas. A su lado estaba otro hombre que rondaría los cuarenta, y a pesar de que en aquel sitio había una bombilla con una luz muy tenue pude identificar qué se trataba de uno de los empleados de la aerolínea, me pareció que lo había visto en el mostrador, aunque no soy muy atento en esos detalles. Era un hombre moreno y con un fino bigote bien delineado.

  Iba a empezar a darle las gracias, pero nos quedamos callados pues oímos como el loco se acercaba a la puerta diciendo unas raras palabras y aquellos gruñido salvajes. Estaba tan sólo a unos centímetros de nosotros, por un momento pensé que comenzaría a clavar sus cuchillos sobre aquella frágil puerta, y pronto se le unirían los otros locos que andaban por ahí afuera; entonces abrirían esa frágil separación que nos salvaba de ellos y moriríamos masacrados. Más nada de eso pasó, el loco estuvo ahí no sé cuánto tiempo cuchicheando algo (para mí fueron siglos), y después se alejó. Hasta que nos cercioramos de que estaba lejos y no volvería, empezamos a hablar en tono muy bajo.

  — Gracias —les dije—. Nos han salvado. —Los hombres asintieron e intentaron sonreír, en aquellas circunstancias era difícil hacerlo—. ¿Qué ha pasado? —agregué esta vez viendo directo al empleado de la aerolínea, él debía de estar al tanto de lo ocurrido.

  — No sé gran cosa —me respondió levantando los hombros—. El avión era conducido por uno de nuestros pilotos y provenía de China. Venía en tiempo y forma hasta que hizo la parada intermedia en Arabia Saudita, donde se suelen subir algunos pasajeros más y se hace un pequeño break. Ahí se notificó un pequeño inconveniente que provocó el retraso de media hora. Entonces salió de Arabia Saudita hacia acá, todo seguía normal cuando arribó al aeropuerto. El copiloto aviso la llegada y solicitó el número de cajón para estacionarse. —Hizo una pausa para secarse el sudor con un pañuelo que usaban como atuendo de su uniforme, a pesar de que estábamos los cuatro encerrados en el pequeño cuarto no se sentía calor, más bien eran sus nervios de estar recordando todo aquello. —Después de eso se perdió todo tipo de comunicación, se estacionaron pero no abrían las puertas. Fue cuando tratamos de comunicarnos con ellos pero nadie respondía.

  — ¿Y entonces cuando decidieron llamar a la policía? —dijo la chica.

  — Así es, las puertas no se pueden abrir desde afuera, por ello mandamos a la policía para que fuese la causa que fuese por la que no abrían, lo hicieran.

  Se siguió sacando el sudor de su frente, que era cada vez más y le escurría como si estuviese en plena sesión de ejercicios.

  — Yo estaba muy cerca de ahí —prosiguió—. Vi cuando las puertas se abrieron y salieron aquellos hombres árabes de forma tan rápida y contundente, que pronto acabaron con los sorprendidos policías, para después seguir masacrando a toda la gente que encontraban a su paso.

  — Tuvo suerte en correr a tiempo, Pepe - dijo Israel.

  El empleado asintió y casi pude ver en su mirada que quizá tuvo que hacer algo siniestro para poder sobrevivir, algo así como aventar a alguno de sus compañeros o aventar a todos para salvarse.

  — ¿Y ahora qué hacemos? —preguntó la chica.

  — Ya no se oyen ruidos, supongo que se han ido alejando aquellos tipos —dijo Pepe—. La policía ya debe de estar al tanto, no tardarán en detener a esos maleantes. Mientras podemos echar un vistazo ahí afuera. No soy claustrofóbico pero no me gustan los espacios cerrados.

  — Yo estoy de acuerdo —dijo Israel.

  — Hagamos algo —comenté después de ver las posibilidades—: iré yo junto con Pepe, usted quédese con...

  — Susy —dijo la chica.

  — Ella está lastimada de un pie —dije— y si algo se pone feo afuera, no podrá regresar a tiempo. Si vemos que todo está bien regresaremos a por ustedes.

   A pesar de que al intendente pareció no agradarle que lo dejáramos fuera de la exploración, parecía entender que con su edad le sería más difícil enfrentar a aquellos tipos, y la muchacha no podía quedarse sola. Conformes todos con el plan, abrimos la puerta con sumo cuidado asomándonos y revisando todo cuanto podíamos. Aquello había sido una masacre, así que interpuse mi cuerpo frente al de la chica para que no viese nada, no le haría ningún bien hacerlo. Decenas de personas estaban tiradas por el piso con numerosas heridas que habían hecho que el piso se tiñera de rojo. Aquellos asesinos eran insaciables y muy sádicos, pues no les bastaba solo con matar a las personas, además las acuchillaban decenas de veces, tal y como alcancé a ver que le hacían al hombre alto de las bermudas. Fuimos caminando con mucho cuidado entre el reguero de cuerpos y los charcos de sangre. Pepe se detuvo un momento para ver el cuerpo de una mujer que estaba boca abajo, con el pie la volteó hacia arriba, era la empleada de la aerolínea con el cuerpo de azafata que había visto.

  — Era tu compañera —le dije—. Lo siento.

  — Iba a ser algo más —una lágrima le rodó por su mejilla, se la quitó con el dorso de la mano y me dijo que fuéramos hacia el pasillo que conducía al avión.

  El sitio parecía solitario, ambos sabíamos que investigar aquella zona no nos llevaría a salvarnos ni a la salida, pero en aquel sitio si podríamos encontrar las respuestas a lo qué había pasado.

  — Sólo será un vistazo rápido —me dijo—. Si quieres quédate aquí y si ves algún loco me gritas para que regrese.

  Más eso no era la que yo quería, yo quería ir dentro de ese avión y ver que puta madre había pasado.

  — Prefiero ir contigo, adentro puede estar peligroso y te vendría bien una ayuda.

  Llegamos hasta el límite de la puerta, en el suelo estaban los policías masacrados. Pepe tomó una de las pistolas y me señaló otra. La levanté, y a pesar de que nunca había usado un traste de esos y supuse que él tampoco, me dio algo de confianza tenerla conmigo. Entramos en el interior del avión donde estaba todo oscuro, en la primera fila estaban los cadáveres de los pilotos y las azafatas masacrados. Pepe los giro hacia arriba y movió la cabeza con pesar.

  Le di una palmada en la espalda y le señalé la cabina. Revisamos el interior donde todos los monitores y tableros estaban apagados. Apretó un par de botones que me dijo que eran para restablecer la luz pero no funcionaron; entonces como ultimo recursó accionó una palanca para la luz de emergencia. Tampoco sirvió.

  — Sí que conoces el funcionamiento de esta cosa —le dije.

  — Fui copiloto un tiempo —Me dijo en tono sombrío, algo ocultaba aquel hombre. Abrió la compuerta del lado izquierdo y sacó unas lámparas—. Si vamos a revisar el interior, no pienso entrar ahí a oscuras.

  Concorde con él, nos pusimos las lámparas entre la pistola y fuimos avanzando. Los asientos se veían vacíos, sin ningún rastro de que alguien hubiera venido volando. Abrió las puertas de arriba de los asientos donde se ponían las maletas y de igual manera estaban vacíos, como si aquellos pasajeros asesinos no llevasen nada nada más que sus cuchillos.

  — Un atentado terrorista —susurré.

  — Puede ser, aunque es muy raro que en el aeropuerto de Arabia los dejasen entrar con tantísima arma, y más aún no que no hayan reportado alguna anomalía el piloto o las azafatas.

  — O los tenían amenazados.

  No dijimos más y seguimos avanzando por el pasillo, todos los asientos y las compuertas de arriba estaban vacías. Parecía que no encontraríamos nada hasta que al final del avión vimos a una persona que estaba agachada. Alumbramos hacia el sitio sin dejar de apuntar con el arma.

  — Alto, levante las manos y quédese quieto —le dijo Pepe con el mismo tono que lo haría un policía, y me pregunté si no había trabajado en ello también.

  El del suelo era un hombre vestido todo de blanco y con turbante, pera diferencia de los asesinos este no media los dos metros y era muy viejo, debía de tener más de 80 años, poseía una barba blanca tan grande que le llegaba al pecho. En sus manos tenía algo que resguardaba, debía de ser una lampara o algún aparato que parpadeaba en intervalos irregulares.

  — Usted debe saber qué pasó aquí — le dijo Pepe tratando de sonar fuerte, aunque se le percibía un aire de nerviosismo—. Díganos.

  — Esto es —respondió que el hombre extendiendo con sus manos con aquella cosa que resguardaba. Lo alumbramos y era algo así como un corazón de un color pálido y con venas que lo recorrían. Cada que parpadeaba emitía una luz morada. Aquel objeto o era una genialidad japonesa o realmente tenía vida propia. Y a pesar de su fealdad nos resultaba imposible dejar de admirarlo.

  — ¿Qué carajo es eso? —dijo Pepe acercándose un paso, quise detenerlo pues podía ser una trampa, pero aquel objeto era muy tentador, casi mágico, y deseé yo ser el que pudiese tocarlo primero.

  — Esta es tu respuesta —dijo el anciano de barba blanca con su claro tono arábico.

  Mi compañero de Aventura dejó la pistola y la lámpara un lado para cargar aquello. Le intenté apuntar al anciano por si aprovechaba aquel momento de descuido, pero me costaba trabajo por la luz hipnótica del corazón, tanto que no me di cuenta cuando baje los brazos expectante a ver aquel pedazo de cosa en las manos de Pepe.

  Entonces aquel corazón se empezó a agitar violentamente y parpadear con más fuerza, aquellos destellos que sacaba hicieron que mi vista se nublara y lograra solo entrever lo que estaba ocurriendo, como si fuesen miopes y en sus lentes de fondo de botella.

  Fue cuando algo raro le empezó a pasar a Pepe que no soltaba aquella cosa, como un padre con su recién nacido. Empezó a lanzar aquellos gruñido salvajes de los asesinos, y ante mí incrédula vista (o más bien lo que alcanzaba a ver), vi cómo sus ropas comenzaron a cambiar de color y volverse blancas, incluso de su cabeza comenzó a brotarle una túnica blanca que lo fue cubriendo. Hasta me pareció que su cuerpo empezó a crecer y ensancharse hasta alcanzar las proporciones de aquellos asesinos.

  Fue entonces cuando corrí hacia la salida, mientras atrás de mí podía oír los gruñidos salvajes del que antes había sido Pepe.



3

Corrí lo más rápido que podía tratando de no chocar con los cadáveres del piso. Salí del avión y me dirigí hacia el pasillo, trastabillé al doblar una esquina con una mujer que estaba desparramada con las manos extendidas, aunque logré mantener el equilibrio y continué corriendo. Podía oir a lo lejos los ruidos salvajes de Pepe y el par de armas que iba cargando. No tenía idea de dónde las había sacado, si se habían materializado al igual que su ropa, o quizá el anciano árabe se los había proporcionado. Por un momento pensé en ir por Israel y Susy, más lo descarté recordando el tobillo lastimado de la chica, no podría correr y aquel salvaje terminaría con nosotros, por lo que seguí corriendo por el pasillo sin voltear siquiera ver a mi perseguidor, tan solo me guiaba por los ruidos que hacía.

  Fue cuando se me ocurrió tratar de perderlo, apresuré el paso lo más que mis piernas daban, di una vuelta hacia la derecha y entonces volteé para ver si él ya había dado la vuelta y estaba a la par mía. Cuando corroboré que aún no llegaba a este punto, me metí a uno de los sanitarios y me refugié en el primer mingitorio que encontré, cerré la puerta y me subí sobre el wáter para que no me pudiese ver los pies en dado caso de que entrara.

  Estuve ahí un buen rato ahí, esperando que no entrara y me descubriera. Esperé el tiempo adecuado como para descartar que aun estuviera buscándome, aunque aún corría el riesgo que estuviera afuera esperándome a que saliera. Antes de salir primero me bajé de la taza del wáter y me asomé por la parte de abajo de la puerta para ver si veía algo, al no encontrar nada, salí con mucho cuidado tratando de no hacer ruido. En el pasillo no había nadie, lo más seguro es que se siguió corriendo hasta el fondo. Ahora sí podría regresar al cuarto de aseo y llevarme a Israel y a Susy hacia un lugar más seguro.

  Al llegar al cuarto de aseo encontré la puerta abierta y pensé que habían salido averiguar algo, pues debían de estar desesperados por tanto tiempo de espera. Podían haber creído que algo nos había pasado, que estábamos en dificultades o, incluso, que los habíamos abandonado. Más nunca pensé en la verdadera causa: dentro del cuarto de aseo estaba Israel acuchillado. Si bien no había sido masacrado como los demás pasajeros, si tenía bastantes heridas y por un momento pensé que estaba muerto. Y lo peor fue que Susy nos estaba ahí.

  — Israel - le dije moviéndolo con suavidad -. ¿Porque se salieron?

  — Pe… Pepe regreso… nos pidió que le abriéramos.

  Eso sólo podía significar que a pesar de que Pepe se había transformado aún tenía la noción de quién era, y usó aquello para engañarlos y le abrieran. ¿Pero entonces qué había pasado con la chica?

  — ¿ Y Susi? - le pregunté - ¿Dónde está?

  — Se… se la ha llevado.

  Ahora Tenía yo dos problemas atender: a Israel que estaba mal muy mal herido, y encontrar a Susy antes de que le hicieran algo. No tenía la menor idea de primeros auxilios pero sabía que debía de evitar que se siguiera desangrando, así que busqué en las repisas que estaban arriba algunos trapos que se vieran limpios. Encontré unas franelas y le pedí las apretara con todas sus fuerzas contra sus heridas. Realmente se veía muy mal y sino lo ayudaban pronto, moriría. Le dije que siguiera presionándose en lo que iba por ayuda.

  Me dirigí a la derecha del pasillo, que era por dónde había intentado huir toda la gente. Conforme fui avanzando pensé que los muertos disminuirían pero, para mi sorpresa, eran cada vez más, llegando a cubrir casi todo el piso. Aquellos asesinos debieron de sorprender a todas las personas que estaban esperando otros vuelos.

  Seguí caminando cada vez con más cautela, sabiendo que pronto se acabaría el final del pasillo y llegaríamos a la última sala grande de recepción. Cuando estaba lo suficientemente cerca, comencé a oír una fuerte voz que decía algunas palabras raras que no lograban entender, me acerqué casi a rastras para no ser visto.

  En el centro de aquel lugar estaban reunidos todos los asesinos en forma de círculo, debían de ser más de cincuenta. Todos estaban con la cabeza agachada y las manos entrelazadas apuntando sus espadas hacia los pies. Del centro del círculo era de donde se oía aquella voz qué parecía orar, mientras el resto de los asesinos sólo soltaban un bufido muy tenue.

  Me tiré al suelo para irme arrastrando hasta que pude ver quien estaba en el centro de aquel círculo: era el anciano de barba blanca, el cual no tenía idea de cómo había llegado ahí pues yo salí corriendo del avión y no perdí más que unos minutos escondido en el baño y cuando regresé a ver a Israel. Y aquel arcaico árabe era estaba hincado con su corazón palpitante en la mano, y en el suelo estaba nada más nada menos que Susy parecía estar desmayada.

  No tenía idea de que era lo que pretendían hacer aquellos hombres en ese extraño ritual, pues al resto de las demás personas lo masacraron sin piedad, pero Susy parecía no tener ninguna herida y quizá estaba viva.

  Entonces, y como respuesta a mis dudas, el anciano dejó el corazón palpitante a un lado y sacó una pequeña daga que levantó a la altura de su cabeza.

  Iba a matar a Susy, era algún tipo de sacrificio, tenía que hacer algo.

  Y entonces olvidándome de mi propia supervivencia y de la gente que espera me esperaba en mi casa, me entró ese instinto de ayudar a las personas aun a costa de mi propia vida, me levanté y con toda la fuerza que pude comencé a gritar, esperando llamar su atención y parara aquel ritual.

  — ¡Imbéciles déjenla en paz, vengan a por mí si es que pueden!

  Supuse que aquello serviría, que los tipos voltearían y comenzarían a perseguirme. Más nada de eso pasó pues sí estaban en trance. Entonces opté por la opción de ir directo por ella, esperando que realmente no se movieran aquellos asesinos.

  Me abrí paso entre los asesinos y corrí hacia el anciano, pero justo antes de llegar a él, este soltó un grito y hundió el cuchillo en el pecho de Susy.

  Aterrado me acerqué imaginando que aquel metal no se hubiese enterrado en la chica, que hubiese fallado, que hubiera sido alguna alucinación mía, o cualquier cosa menos eso. Más todo fue cierto: aquel anciano árabe no solo le había enterrado el cuchillo en el pecho a la chica, además estaba trazando un círculo para abrirle un orificio alrededor del corazón. El otro corazón que antes tenía el anciano en el avión, y en ese entonces nos había parecido tan hipnótico a Pepe y a mí, estaba ahora sobre el cada vez más seco y casi moribundo.

  En ese momento supe cuál era la intención del anciano con su ritual. No sé de qué forma, pero aquel corazón era el que se encargaba de controlar y cambiar a todas esas personas que antes debieron de haber sido pasajeros comunes y corrientes. Y mediante el rito, iban a cambiar aquella fuente de poder con el corazón de Susy, para no solo poder mantener a los asesinos, sino además crear nuevos.

  La vida de la chica ya no tenía solución, sin embargo, me arrojé sobre el anciano intentando quitarle el cuchillo. Comenzamos a forcejear, no era igual de fuerte que sus asesinos, tenía la fragilidad de una persona de su edad, así que no me costó trabajo hacer que soltará el cuchillo.

  — No… no sabes lo que haces —me dijo—. Es necesario.

  Le solté un puñetazo en la mandíbula que lo tiró en el suelo noqueado. Tomé el cuchillo esperando que sus asesinos me atacaran enseguida, más estos seguían en trance con la vista fija hacia nosotros.

  Enterré el cuchillo en el corazón moribundo, este lanzó un quejido muy agónico que recordaré el resto de mi vida. Comenzó a zarandearse mientras el arma estaba dentro de él, como si tratara de sacárselo. En cuanto saque el cuchillo, aquella cosa se empezó a marchitar y secar como una uva pasa, hasta que se volvió tan diminuto y seco que terminó por partir y esparcir como polvo.

  El anciano se llevó las manos al pecho y empezó a sufrir convulsiones, por supuesto que no lo ayudé y esperé hasta que dejó de moverse y sus ojos se pusieron en blanco.

  Los asesinos comenzaron a transmutarse en las diferentes personas que habían sido antes de mutar. Los cuchillos y las túnicas se desvanecieron también.

  Le dediqué una rápida plegaria a Susy, regresé rápido con Israel esperando poder socorrerlo.

  En el camino escuché balazos y las puertas comenzaron a abrirse. Unos militares entraron pero no apuntaban hacia adentro, venían huyendo y combatiendo de fuera.

  Queriendo y a la vez no queriendo saber que pasaba, me acerqué a los ventanales y miré. Afuera se disputaba una batalla campal entre los militares y cientos de asesinos árabes, y con cierta distancia entre la batalla, decenas de ancianos árabes sostenían flamantes corazones en sus manos y gustosos veían como sus tropas ganaban terreno.


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