viernes, 27 de marzo de 2020

Fragmentos de terror... LA FLOJERA DE NO BAJAR LAS ESCALERAS


A veces la flojera nos puede costar la vida...


LA FLOJERA DE NO BAJAR LAS ESCALERAS. 



Arturo, usuario del metro.

Al principio con tal de llegar antes a mi casa me subía al vagón en la estación que me quedaba más cerca, aunque viniese lleno y me fuera parado. Después esa línea se volvió cada vez más lenta y los apretones entre tantos ingratos que éramos eran cada vez peores; eso me hizo replantearme que por quince minutos más temprano no valía la pena los aplastones que sufría en esas horas pico. Por lo que comencé a subir dos estaciones más para llegar a la terminal, a bajar las escaleras para pasarme al otro lado y a esperar al metro que llegara vacío e irme bien sentadito todo el tiempo que se le diera la gana llegar al metro hasta mi destino. Si, eso me significó llegar más tarde a mi casa, pero tenía la comodidad de poderme ir oyendo música, viendo memes en el face, o hasta durmiendo, cosas que eran mucho mejores que ir siendo aplastado por tipos malolientes. 






  Siempre al llegar a la terminal unos oficiales de la estación desalojaban a todos los huevones que se querían quedar en el mismo metro para que se diera la vuelta y evitar bajarse las escaleras para abordarlo donde se debía. Yo bien portadito me salía desde un principio y me evitaba la pena que me pidieran desalojar. Pero a veces una que otra persona se colaba y se quedaba adentro. Solo los veía pasar bien sentaditos esperando a que el metro diera la media vuelta.

  Recuerdo que una vez vi desde el lado de salida que un señor se había quedado en un vagón sin que lo vieran los vigilantes, justo estaba yo enfrente. Y cuando el metro dio la media vuelta ya no lo vi ahí. En ese momento no le di tanta importancia pues corrí como poseído (como todos los demás) a ganar un asiento. Después ya cómodamente sentado me puse a pensar en ello, pero supuse que se había quedado en otra puerta diferente, o se había cambiado de lugar en el transcurso, aunque hubiera jurado que no había nadie en ese vagón al llegar de mi lado. Me hizo recordar a todas esas personas que desaparecen en todo el mundo y nunca se sabe nada de ellos, sé que debe de ser una leyenda urbana o algo que inventan los youtuber para ganar suscriptores, pero no dejó de extrañarme.

Y con el paso de los meses, la flojera de tener que bajar las escaleras llegó a mí, y un día harto y cansado de mi trabajo, me le colé al vigilante que se veía que tampoco tenía muchas ganas de hacer su trabajo ese día. Me dejó junto con una señora gorda de unos cincuenta años en el vagón, aunque en el vagón de adelante vi otro par de personas más que se habían colado. Contento por la osadía y el ahorro de la fatiga extra, me acomodé en el lugar que más me pareció a esperar que el tren se diese la media vuelta. Estaba tan cansado que en cuanto cerré los ojos en seguida me quedé dormido.

  Sentí una mano que me movía, abrí los ojos y esperé ver al vigilante sacándome de ahí para sacarme y levantarme una falta administrativa o algo así, o algún anciano de bastón pidiéndome el lugar reservado para él. Pero no era nadie de ellos, era la señora gorda que se había quedado conmigo, se veía pálida y con cara de preocupación.

  - Oiga joven –me dijo con la voz temblorosa-. Tiene diez minutos que estamos aquí, y el metro no ha regresado a la estación. Estoy preocupada. He jalado la palanca de emergencia pero nada pasa.

  Me despabilé y mi cerebro se conectó de nuevo con la realidad, entonces ubiqué bien a la señora y recordé que nos habíamos quedado ahí para ahorrarnos la bajada de escaleras. Estábamos en un pasillo oscuro y no se veía ni una luz afuera, solo las luces del vagón nos alumbraban de la total oscuridad externa.

  - Y eso no es lo peor –me siguió diciendo- ¿No sé si se fijó que en el vagón de alado había otras personas que se quedaron también? -. Asentí-. Pues alguien tapó la ventana y ya no se puede ver nada ahí y…

  Si antes estaba pálida, ahora parecía un cadáver apunto de desmayarse en cualquier momento y aplastarme con sus mil kilos demás.

  - ¿Y qué más, señora?

  - He oído unos gritos pidiendo ayuda de ese lugar.

  Miré hacia la ventana y corroboré que estaba tapada por algo negro que bien podía ser una simple cartulina oscura. Y sin querer, recordé al señor que alguna vez había visto desde enfrente quedarse solo para que el metro diera la vuelta y no volverlo a ver, y mi cuerpo sintió el escalofrío más horroroso que jamás había experimentado.



Rodrigo, ­Director de operación del metro de la línea B.

Recuerdo que hace un año teníamos una división con mamparas en la estación terminal para evitar que la gente se pudiera pasar al otro lado, esto evitaba que se hiciera un caos por toda la gente huevona que venía desde quien sabe cuántas estaciones antes para regresarse bien sentaditos. Después, y por órdenes superiores del director general, quitamos esa jodida división y la gente pudo llegar a la terminal de la línea, darse la media vuelta y sin pagar otro boleto, regresarse. Eso provocó gente y gente que querían quedarse en el metro para que se diese la vuelta y ni siquiera molestarse en bajar las escaleras al otro lado. Entonces tuvimos que poner a unos vigilantes exclusivos que tenían que estar todo el día sacando a la gente de los vagones para que se pasaran del otro lado. Todo aquello me pareció una estúpida decisión pues antes estábamos más tranquilos y sin tanto alboroto.

  Apenas hace medio año me habló el Director General para decirme que me tenía una misión especial que me dejaría mucho dinero y un posible ascenso. Ese día estaba rodeado de unos hombres que se presentaron como altos funcionarios. Me hicieron firmar muchas hojas de confidencialidad, y después de amedrentarme con que tenían toda la información de mi familia, sus hábitos y horarios de trabajos y escuela (hasta de mis putas mascotas tenían fotos y datos), me dijeron lo que tenía que hacer: Lo primero era sencillo: solo consistía en decirle a los vigilantes que de vez en cuando dejaran que alguna persona se quedase en los vagones para el retorno (puesto que eran muy estrictos y ni una mendiga anciana en silla de ruedas dejaban se quedase). Esto se me hizo raro pero era fácil de hacer, más no entendía para que tanta mamada de confidencialidad y amenazas con mis datos familiares por eso. Pero cuando llegó la segunda cosa por hacer, creí entenderlo. Y digo creí entenderlo porque hasta que no lo he estado operando, es cuando me he dado cuenta de la magnitud de todo. Y sé que aún hay más allá, pero eso queda lejos de mi capacidad de análisis, e incluso de toda lógica.

  La segunda cosa que tenía que tengo que hacer es que las personas que se quedan en el vagón sin ser desalojadas, al llegar al túnel de almacenamiento prepararlas para que sean llevadas. La ponemos en unas bolsas negras y por una bodega anexa de las instalaciones llega una camioneta que se las lleva a no sé dónde. Y por aquella tan perturbadora y nada fácil tarea (golpes, gritos y cuanta cosa que hace la gente para no ser cloroformados), me dan $2,000 por persona. Lo que significaba unos treinta mil pesos extras al mes. Al principio me costó mucho luchar contra mis remordimientos pensando en que era de aquellos infelices, pero después los fajos de billetes me han hecho apaciguar aquellos síntomas.

  Las primeras veces supuse que querían a las personas para trata o trasplante de órganos, pero después de ver que no importaba si fueran hombres o mujeres de cualquier edad y condición, descarte toda probabilidad de eso. No sé qué puta madre hacen con ellos, más a mí solo me importa mi pasta.
Llega el metro elegido con no sé cuántos idiotas que por evitarse bajar unas mendigas escaleras, no volverían a sus casas.
Me pongo mi traje especial y una máscara de pingüino (nada intimidatoria pero si desconcertante), tomo una pistola y le digo al “Toro” (mi ayudante para estas tareas, que es un fisicoculturista de dos metros) que se esté listo para hacer nuestro trabajo. Espero un tiempo para que para abrir las puertas del primer vagón con las primeras víctimas. Esta vez son dos mujeres delgadas que se me quedan viendo asustadas. Comienzan a gritar y pedir ayuda al ver mi extraño atuendo de mascara de pingüino portando una pistola, más no tarda mucho su show pues el Toro las somete. Mientras coloco una lona en la ventana para que la gente del otro vagón no vea nada. Ya se les ha dicho a los vigilantes que no dejen a gente en dos vagones juntos, pues es peligroso y con los celulares y la tecnología pueden hacer estragos y evidenciarnos; en fin, luego me encargaré de cagarme al idiota que desobedeció la orden.

  El Toro las somete y yo las amenazo con la pistola para evitar que sigan gritando. Saco el cloroformo para dormirlas.

  Quedan tiradas en el suelo, me agacho a acariciarle la pierna a una de las chicas, es muy linda y tiene una falda corta que me excita. Si tan solo pudiera cogérmela antes de entregarla. Sé que al Toro también le gustaría. Podríamos alegar el retraso diciendo que se pusieron violentas las personas y nos han costado trabajo. Le acaricio la pantorrilla y su tacto y piel tan suaves y tersas hacen que se me ponga muy dura. Miro a mi asistente y sin que tenga que decirle nada, me asiente con la cabeza. Me desabrocho el pantalón listo para disfrutar a aquella mamita, mientras el Toro comienza a desvestir a la otra muchacha que también esta de buen ver.

  Disfrutamos mucho a las mujercitas, cuando acabamos las vestimos como si nada hubiese pasado y procedemos a pasar al otro vagón. Entraremos por la puerta que conecta al metro, al parecer las personas de ahí oyeron algo y ahora están preguntando. Tendremos que operar de otra manera.


Señora Eva, usuaria del metro.
Aquel joven me veía con cara rara mientras le contaba lo sucedido, al parecer no me creía, lo de los gritos de las mujeres que estaban en el vagón de alado, y ni siquiera parecía recordar que llevábamos ahí diez minutos. Pero es que todo esto estaba muy raro, ya en otras ocasiones me había quedado en el metro y no tardaba más de un minuto en meterse al túnel para tomar el otro carril y darse la media vuelta. Quería pensar que el conductor tenia diarrea y tuvo que ir urgente al baño antes de emprender el viaje. Y eso hubiera sido lo más lógico hasta antes de los gritos. Aunque los chillidos pudieran haber sido por los nervios de las mujeres, o porque una rata hubiese entrado, o que se yo. Así que lo más lógico era preguntarles que les pasaba.

  El joven pasaba su mirada de mi hacia la ventana una y otra vez. Me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta que conectaba al otro vagón, tenía ya varios minutos que no se oía nada de las mujeres. Acerqué mi oído al vidrio y me pareció oír unos gemidos muy bajos, tanto que podía ser producto mi miedo. El muchacho se acercó e hizo lo mismo, no sé qué si el alcanzó a escuchar algo pues comenzó a golpear la puerta al tiempo que decía: - ¿Están bien de aquel lado?

  Hubo un silencio, hasta que una voz masculina contestó:

  - Todo bien señores, este tren ha salido de circulación y ahora tendrá que salir por otro lado. Enseguida le abro.

  Debía de ser un trabajador del metro y se oía enojado, aunque esa respuesta me devolvía el alma al cuerpo. ¿Aunque porque los gritos de las mujeres? y, peor aún, ¿para qué era esa cartulina negra? El muchacho parecía tener los mismos pensamientos pues cerró su puño como preparándose para una pelea. Se oyó un ruido de la puerta y esta se abrió hacia adentro. Di un vistazo y todo parecía normal.

  El joven se quedó quieto, yo esperaba que el fuese el primero en avanzar pero no lo hizo; entonces me envalentoné y avancé. En el otro vagón estaba un hombre de traje con el logotipo del metro. Tenía la cara muy seria y supuse que nos regañaría por no obedecer las órdenes de desalojar el metro.

  - Se les ha dicho muchas veces que deben de salirse de los vagones y bajar las escaleras para abordar desde el otro lado –nos dijo en tono severo, una vez que el muchacho estaba a mi lado-. Este tren ha salido de circulación por una avería y ahora nos están causando un trabajo doble pues tenemos que hacerlos circular por las vías para ir a por una salida externa y…

  - ¿Y las chicas que gritaron hace rato? –preguntó el joven.

  - Se han puesto tan nerviosas con el silencio que les entró un ataque de pánico y cuando me vieron entrar se espantaron.

  Eso explicaba todo. Respiré aliviada.

  - Les tomaremos su nombre y una fotografía –nos siguió diciendo-. Por esta vez no hay consecuencias, pero para la siguiente vez habrá una sanción administrativa ante el ministerio público, por obstrucción de actividades y desobedecimiento de reglas oficiales.

  Extendió la mano hacia una de las puertas que estaba abierta, afuera no se veía nada. Imaginé que era el vacío o una caída hacia el túnel mismo.

  El trabajador vio nuestra desconfianza y dio un par de pasos hacia el lugar para hacernos ver que ahí había un camino que pisar.

  El joven esta vez sí se adelantó y avanzó hacia el oscuro camino, entonces oí un grito ahogado y un golpe. Alcancé a ver como se desplomaba, alguien lo había golpeado.
Entonces grité y por instinto corrí hacia la puerta que conducía al otro vagón, tratando de escapar, aunque debido a mi gordura no llegaría muy lejos. Y, en efecto, el hombre del traje me dio alcance con una patada en mis pantorrillas que me hizo perder el equilibrio. Caí sin meter las manos y todo se tornó oscuro.

  Cuando desperté estaba en una caverna o algo parecido, estábamos rodeados de unos muros azules, eran de un tono muy extraño, parecía una decoración que la gente rica y extravagante usa en sus mansiones. Frente a mi estaba el joven amarrado de pies y manos, decía cuanta grosería podía exigiendo lo soltaran. Cerca de él estaban dos chicas también amarradas. Debían de ser las mujeres que gritaban.
Comencé a oír unas pisadas muy fuertes, como si fuera un gigante el que venía hacia nosotros. El joven se quedó callado, temeroso de oír semejantes pasos.

  Entonces vimos algo sin forma que se acercaba. Se trataba de un cuerpo amorfo grisáceo que venía hacia nosotros. No tenía facciones en su rostro, parecía un cuerpo de plastilina hecho por un niño de kínder. Era enorme y muy tosco.

  A lado de él venía el tipo del traje del metro y otro hombre fornido con cara de pocos amigos.

  Se acercaron a una de las chicas que comenzó a suplicar por su vida. El ser grisáceo le introdujo su mano en el vientre de la mujer haciéndole una profunda herida. Soltó un sonido gutural que me pareció como de satisfacción, entonces levantó a la chica como si no pesara nada y la arrojó hacia la pared azulosa. Su cuerpo no rebotó en ella, sino que fue absorbido por esta como si fuese un pantano. Una vez adentro, la chica exploto bañando el interior del muro sangre, la cual se fue integrando al azul de la pared hasta desaparecer todo rastro de ella.

  El ente hizo lo mismo con la otra chica arrojándola al muro y teniendo el mismo destino.

  Entonces llegó el ente al joven y sin traspasarlo solo lo aventó hacia un lado y haciéndole perder el conocimiento.

  - Deshazte de él –le dijo el hombre del traje al hombre fornido que enseguida se llevó al muchacho.

  El ser grisáceo llegó hasta mí, quise suplicarle por mí pero solo una lagrima me salió.

  - Enhorabuena –me dijo el hombre trajeado-. Tu grasiento cuerpo servirá para una buena causa.

  No entendí lo que me decía, quise decirle que me lo explicara mas no pude, el ente metió su puño en mi vientre, sentí un dolor que casi me hizo casi desmayar, más me contuve para ver que más seguía, si moriría sería consiente de todo. Entonces el ser me arrojó al muro. Una vez que estuve ahí adentro, sentí una calidez dentro de ese líquido azuloso que me rodeaba. Después solo hubo un terrible dolor cuando mi cuerpo explotaba.

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